sábado, 30 de marzo de 2013

La primera hora de Agonía sobre la Cruz.

De las 12 a la 1 de la tarde

La primera hora de Agonía sobre la Cruz.


La primera palabra:
« ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! »
Crucificado Bien mío, te veo sobre la cruz como en tu trono triunfal, en acto de conquistar a todos los corazones y de atraerlos tanto hacia ti, que todos puedan sentir tu sobrehumano poder. La naturaleza, horrorizada ante tan gran delito, se postra ante ti y espera silenciosa una palabra tuya para rendirte homenaje y hacer que tu dominio sea reconocido. El sol llorando retira su luz, no pudiendo sostener su mirada ante tanto dolor. El infierno, aterrorizado, espera en silencio. De manera que todo es silencio.
Tu traspasada Madre y los que te han sido fieles, permanecen todos mudos y petrificados a la vista demasiado dolorosa de tu destrozada y descoyuntada humanidad, y silenciosos esperan una palabra tuya. Tu misma humanidad que yace en un mar de dolores entre los atroces espasmos de la agonía, permanece en silencio, tanto que se teme que de un respiro a otro tú mueras. Y, ¿qué más? Los mismos pérfidos judíos, tus despiadados verdugos, que hasta hace poco te ultrajaban, te despreciaban, te llamaban impostor y malhechor, y hasta los mismos ladrones que te blasfemaban, todos callan y enmudecen. El remordimiento los invade y si se esfuerzan para poder insultarte otra vez, se les muere sobre los labios el insulto.
Pero penetrando en tu interior, veo que tu amor crece, te sofoca y no puedes contenerlo; y forzado por tu amor, que te atormenta más que las mismas penas, con voz fuerte y conmovedora, hablas como el Dios que eres, levantas tus ojos moribundos al Cielo y exclamas:
« ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen! ».
Y de nuevo te encierras en el silencio, sumergido en penas inauditas.
Crucificado Bien mío, pero, ¿es que puede ser posible tanto amor? ¡Ah, después de tantas penas e insultos recibidos, tu primera palabra es el perdón y nos excusas ante tu Padre por tantos pecados! Esta palabra haces que penetre en cada corazón después de la culpa y tú eres el primero en ofrecer el perdón. Pero cuántos la rechazan y no la aceptan; y tu amor entonces delira, porque tú, en tu delirio, quieres perdonar a todos y darles el beso de la paz.
Y al oír esta palabra tuya, el infierno tiembla y reconoce que tú eres Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu Divinidad, tu amor inextinguible, y silenciosos esperan para ver hasta dónde llega.
Y no solamente tu voz, sino también tu sangre y tus llagas le gritan a cada corazón después del pecado:
« ¡Ven a mis brazos, que te perdono; y la prueba de mi perdón es el precio de mi sangre! ».
¡Oh amable Jesús mío!, repíteles de nuevo esta palabra a todos los pecadores que hay en el mundo; implora misericordia para todos, aplica los infinitos méritos de tu preciosísima sangre para todos; ¡oh buen Jesús!, continúa aplacando la divina justicia en favor de todos y concédele la gracia de perdonar a quien hallándose en la ocasión de tener que perdonar no siente la fuerza para hacerlo.
Jesús mío, Crucificado adorado, en estas tres horas de amarguísima agonía tú quieres darle cumplimiento a todo, y mientras permaneces silencioso sobre la cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer en todo al Padre. Le das gracias por todos, por todos satisfaces, por todos pides perdón y para todos pides la gracia de que jamás vuelvan a ofenderte. Jesús mío, Amor interminable, deja que también yo recapitule toda tu Vida contigo, con tu inconsolable Madre, con San Juan y con las piadosas mujeres.
Dulce Jesús mío, te doy gracias por todas las espinas que han traspasado tu adorable cabeza, por cada gota de sangre que has derramado, por los golpes que has recibido en ella y por los cabellos que te han arrancado. Te doy gracias por todo el bien que has hecho e impetrado en favor nuestro, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has dado, y por todas las veces que nos has perdonado todos nuestros pecados de malos pensamientos, de soberbia, de orgullo y de estima propia. Te pido perdón a nombre de todos, ¡oh Jesús mío!, por cuantas veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de sangre te hemos hecho derramar de tu santísima cabeza y por todas las veces que no hemos correspondido a tus inspiraciones. Por todos estos dolores que has sufrido, te suplico, ¡oh Jesús!, que nos concedas la gracia de jamás volver a cometer pecado alguno de pensamiento. Quiero además ofrecerte todo lo que tú sufriste en tu santísima cabeza, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado si hubieran hecho buen uso de su propia inteligencia.
Adoro, ¡oh Jesús mío!, tus sacratísimos ojos y te doy gracias por todas las lágrimas y la sangre que han derramado, por las crueles punzadas de las espinas, por los insultos, las burlas y los desprecios que has soportado durante toda tu pasión. Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de la vista para ofenderte y ultrajarte, suplicándote que por los dolores padecidos en tus santísimos ojos, nos concedas la gracia de que nadie más vuelva a ofenderte con alguna mala mirada. Así mismo, quiero ofrecerte todo lo que tú mismo padeciste en tus ojos santísimos, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado, si sus miradas hubieran estado siempre fijas al cielo, a la Divinidad y a ti, Jesús mío.
Adoro tus santísimos oídos y te doy gracias por todo lo que sufriste mientras aquellos malvados te ensordecían con sus gritos e injurias estando sobre el Calvario. Te pido perdón a nombre de todos por cuantas malas conversaciones se escuchan; y te ruego que todos los oídos de todos los hombres se abran a la verdad eterna, a la voz de la gracia y que nadie más te ofenda con el sentido del oído. También quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tus sacratísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado si de este órgano hubieran hecho buen uso.
Adoro y beso tu santísimo rostro, ¡oh Jesús mío!, y te doy gracias por todo lo que sufriste a causa de los salivazos, de las bofetadas y de las burlas recibidas, y por todas las veces que te dejaste golpear y pisotear por tus enemigos. A nombre de todos te pido perdón, por cuantas veces se tiene la osadía de ofenderte, suplicándote por todas estas bofetadas y salivazos recibidos, que hagas que tu Divinidad sea reconocida, alabada y glorificada por todos. Es más, ¡oh Jesús mío!, quiero ir yo mismo por todo el mundo, de oriente a occidente, de norte a sur, para unir todas las voces de las criaturas y convertirlas en himnos de alabanza, de amor y de adoración. ¡Oh Jesús!, quiero también traerte todos los corazones de las criaturas, para que puedas darles a todos luz, verdad, amor y compasión por ti. Y mientras perdonas a todos, te ruego que no permitas que nadie vuelva a ofenderte, y si fuera posible, aún a costa de mi sangre. Quiero ofrecerte también todo lo que tú sufriste en tu santísimo rostro, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado si ni una de ellas hubiera tenido la osadía de ofenderte.
Adoro tu santísima boca y te doy gracias por tus primeros llantos, por la leche que mamaste, por las palabras que dijiste, por todos los besos que le diste a tu Santísima Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel, por la sed ardiente que padeciste sobre la cruz y por todas las oraciones que elevaste a tu Padre. Y te pido perdón por todas las murmuraciones, las conversaciones malas y mundanas que se hacen y por todas las blasfemias que dicen las criaturas. Quiero además ofrecerte tus santas conversaciones en reparación de todas las malas conversaciones; la mortificación de tu gusto para reparar las gulas y todas las ofensas que se hacen con el mal uso de la lengua. Y quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca, para darte toda la gloria que todas las criaturas te hubieran dado si ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y el abuso de la lengua.
¡Oh Jesús!, te doy gracias por todo, y a nombre de todos elevo hacia ti un himno de agradecimiento eterno e infinito. Quiero ofrecerte, ¡oh Jesús mío!, todo lo que has sufrido en tu sacratísima persona, para darte toda la gloria que te hubieran dado todas las criaturas si hubieran uniformado toda su vida a la tuya.
Jesús, te doy gracias por todo lo que has sufrido en tus santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por cuantas llagas te has dejado abrir en todo tu santísimo cuerpo y por cuantas gotas de sangre has derramado. Te pido perdón en nombre de todos por todas las veces que se te ha ofendido con placeres ilícitos y malos por amor a las comodidades. Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar por todos los pecados cometidos con todos los sentidos, por amor a los propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas las satisfacciones naturales; y quiero ofrecerte todo lo que has sufrido en tus hombros, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado si en todo hubieran tratado de agradarte solamente a ti y de refugiarse a la sombra de tu divina protección.
Jesús mío, beso tu pie izquierdo; te doy gracias por todos los pasos que diste durante tu vida mortal y por todas las veces que cansaste tus pobres miembros por haber ido en busca de almas para conducir a tu Corazón. Por eso, ¡oh Jesús mío!, te ofrezco todas mis acciones, mis pasos y mis movimientos, con la intención de ofrecerte una reparación constante por todo y por todos. Te pido perdón por quienes no obran con recta intención. Uno mis acciones a las tuyas para que se divinicen, y te las ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima humanidad, para darte toda la gloria que te hubieran dado todas las criaturas si hubieran obrado santamente y con fines rectos.
Te beso, ¡oh Jesús mío!, el pie derecho, y te doy gracias por todo lo que has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta hora en la que te encuentras suspendido sobre la cruz. Te doy gracias por el desgarrador trabajo que hacen los clavos en tus llagas, las cuales se abren cada vez más con el peso de tu santísimo cuerpo. Te pido perdón por todas las rebeliones y desobediencias de las criaturas, ofreciéndote todos los dolores de tus santísimos pies en reparación por estas ofensas, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado si en todo se hubieran mantenido sujetas a ti.
¡Oh Jesús mío!, beso tu santísima mano izquierda, y te doy gracias por todo lo que has sufrido por mí y por todas las veces que has aplacado a la divina justicia satisfaciendo por todos. Beso tu mano derecha y te doy gracias por todo el bien que has obrado y que obras por todos y te doy gracias especialmente por las obras de la creación, de la redención y de la santificación. A nombre de todos te pido perdón por cuantas veces hemos sido ingratos a tus beneficios y por todas las cosas que hemos hecho sin haber tenido recta intención. En reparación por todas estas ofensas quiero ofrecerte toda la perfección y la santidad de tus obras, para darte toda la gloria que las criaturas te hubieran dado si hubieran correspondido a todos esos beneficios.
¡Oh Jesús mío!, beso tu Sacratísimo Corazón, y te doy gracias por todo lo que has sufrido, deseado y celosamente anhelado, por amor a todos y a cada uno en particular. Te pido perdón por tantos malos deseos; por tantos malos afectos y no buenas tendencias.
Perdón, ¡oh Jesús!, por tantos que posponen tu amor al amor de las criaturas. Y para darte toda la gloria que te han negado, te ofrezco todo lo que ha hecho y sigue haciendo tu adorabilísimo Corazón.

Reflexiones y prácticas.
Jesús queda suspendido sobre la cruz sin tocar la tierra, y nosotros, ¿tratamos de vivir desapegados del mundo, de las criaturas y de todo lo que sabe a tierra? Todo debe concurrir para formar la cruz sobre la que debemos extendernos para quedar suspendidos como Jesús, alejados de todo lo que sabe a tierra, para que las criaturas no se apeguen a nosotros.
Jesús no tiene otro lecho que la cruz, otro refrigerio que sus llagas y los insultos que recibe: ¿Nuestro amor por Jesús llega a ser tanto que hallamos descanso en nuestros sufrimientos? Todo lo que hacemos: oraciones, sufrimientos o cualquier otra cosa, encerrémoslo dentro de sus llagas, bañémoslo con su sangre y así ya no hallaremos consuelo alguno sino en las penas de Jesús. De manera que sus llagas serán nuestras y su sangre estará trabajando continuamente en nosotros para lavarnos y embellecernos: de este modo alcanzaremos cualquier gracia para nosotros y para la salvación de las almas.
Estando la sangre de Jesús en nuestros corazones, si cometemos alguna falta, le pediremos a Jesús que no nos deje estar sucios ante su presencia en nosotros, sino que nos lave y nos tenga siempre junto a él. Si nos sentimos débiles, le pediremos a Jesús que nos haga beber un poco de su sangre, para que nos fortalezca.
Jesús, lleno de dulzura, ora por sus verdugos, es más, los excusa ante su Padre; y nosotros, ¿hacemos nuestra la oración de Jesús para excusar continuamente a todos los pecadores ante el Padre y para pedir misericordia también por quienes nos ofenden?
Mientras oramos, hacemos algo o caminamos, no nos olvidemos de las pobres almas que están por dar su último respiro. Llevémosles, para ayudarlas y confortarlas, las oraciones y los besos de Jesús, para que su preciosísima sangre las purifique y haga que emprendan el vuelo hacia el cielo.
« Jesús mío, quiero obtener la fuerza para poder repetir en mí tu misma vida por medio de tus santas llagas y de tu preciosísima sangre, para poder impetrar para todos, todo el bien que tú mismo hiciste ».

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