sábado, 30 de marzo de 2013

La Crucifixión de Jesús

De las 11 a las 12 de la mañana

La Crucifixión de Jesús.


Jesús, Madre mía, vengan a escribir junto conmigo, préstenme sus manos santísimas para que escriba únicamente lo que a ustedes más les agrade y lo que ustedes quieran.
Jesús, Amor mío, te encuentras despojado de tus vestiduras; tu cuerpo santísimo está tan destrozado, que pareces un cordero desollado. Veo que tiemblas de los pies a la cabeza y no pudiendo mantenerte en pie, mientras tus enemigos te están preparando la cruz, tú caes por tierra sobre ese monte. Bien mío y Todo mío, siento que se me rompe el corazón por el dolor al ver cómo tu sangre diluvia por todo tu santísimo cuerpo y cómo estás cubierto de llagas de la cabeza a los pies.

Jesús es coronado de espinas por tercera vez
Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al despojarte de tus vestiduras te han arrancado la corona de espinas de tu santísima cabeza con indecible dolor, y luego te la han vuelto a clavar causándote dolores inauditos traspasando con nuevas heridas tu santísima cabeza. ¡Ah!, tú reparas la perfidia y la obstinación del pecado especialmente de soberbia. Jesús, me doy cuenta que si el amor no te hiciera querer llegar hasta lo más alto, tú ya hubieras muerto por la atrocidad del dolor que sufriste en esta tercera coronación de espinas. Mas veo que ya no puedes soportar el dolor y con tus ojos cubiertos de sangre buscas para ver si al menos hay uno que se acerque a ti para sostenerte en tanto dolor y confusión.
Dulce Bien mío, Vida mía, aquí no estás solo como en la noche de tu pasión en el huerto; se encuentra aquí tu Madre Santísima, que con el Corazón deshecho sufre tantas muertes por cuantas son tus penas. ¡Oh Jesús!, también está aquí la amante Magdalena, que parece enloquecida por motivo de tus penas y el fiel Juan que parece que se ha quedado mudo por la fuerza del dolor de tu pasión. Este es el monte de los amantes, no podías estar aquí solo. Pero dime, Amor mío, ¿quién quisieras tú que te sostuviera en tanto dolor? ¡Ah!, permíteme que sea yo quien te sostenga. Soy yo quien tiene más necesidad que todos. Tu querida Madre y los demás me ceden el puesto y yo, ¡oh Jesús!, me acerco a ti, te abrazo y te pido que apoyes tu cabeza sobre mi hombro y que me hagas sentir tus espinas. Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no solamente para sentir tus espinas, sino también para lavar con tu preciosísima sangre todos mis pensamientos, para que puedan estar todos en acto de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan las criaturas. ¡Oh Amor mío!, estréchate a mí que quiero besar una por una todas las gotas de sangre que diluvian sobre tu rostro santísimo; y mientras una por una las adoro, te suplico que cada gota de tu sangre sea luz para cada mente creada, para hacer que ni una de ellas te ofenda con malos pensamientos.
Pero mientras te tengo abrazado y apoyado a mí, te miro, oh Jesús, y veo que estás viendo la cruz que tus enemigos te están preparando, y oyes los golpes que le dan para hacer los agujeros en los que te clavarán. ¡Oh Jesús!, siento que tu Corazón late violentamente y casi con gozo, anhelando ardientemente ese lecho, para ti el más deseado, aunque con dolor indescriptible, por medio del cual sellarás en ti la salvación de nuestras almas; y te oigo decir:
« Amor mío, cruz amada, mi precioso lecho: tú has sido durante toda mi vida mi martirio y ahora eres mi descanso; ¡oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos! Estoy esperando con impaciencia. Cruz santa, en ti le daré cumplimiento a todo. ¡De prisa, de prisa, haz que se cumplan mis ardientes deseos que hacen que me consuma por darles vida a las almas, vida que llevará tu sello, oh cruz! ¡Ah, no tardes más, que con ansia espero extenderme sobre ti, para abrirles el cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno! ¡Oh cruz, es cierto que tú eres mi batalla, pero también eres mi victoria y mi triunfo completo, y en ti les concederé a mis hijos abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas! ».
Pero, ¿quién podría decir todo lo que Jesús le dice a la cruz?
Y mientras Jesús se desahoga con la cruz, sus enemigos le mandan que se extienda sobre ella y él obedece inmediatamente, para reparar por nuestras desobediencias.
Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz, déjame que te estreche más fuerte a mi corazón y que te dé, y tú también a mí, un beso. Mira Jesús, yo no quiero dejarte; quiero extenderme yo también sobre la cruz para quedar clavado junto contigo. El verdadero amor no puede soportar ninguna clase de separación. Tú perdonarás la audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificado contigo.
Mira, tierno Amor mío, no solamente soy yo quien te lo pide, sino también tu dolorosa Madre, la inseparable Magdalena, tu predilecto Juan; todos te dicen que les sería más fácil soportar el quedar crucificados contigo, que solamente asistir y verte crucificado a ti solo. Por eso, unido a ti, me ofrezco al Eterno Padre, unificado a tu Voluntad, a tu mismo amor, a tus reparaciones, a tu Corazón y a todas tus penas.
¡Ah!, parece que mi adolorido Jesús me dice:
« Hijo mío, has previsto mi amor; esta es mi Voluntad: ¡Que todos los que me aman queden crucificados conmigo! ¡Ah, sí, ven tú también a extenderte junto conmigo sobre la cruz; te haré vida de mi vida y serás para mí el predilecto de mi Corazón! ».

La crucifixión
Dulce Bien mío, ya te extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos, quienes tienen en sus manos los clavos y el martillo que usarán para clavarte, pero los miras con tanto amor y dulzura, que como que los invitas dulcemente a que te crucifiquen de inmediato. Y ellos, aunque con gran repugnancia, te sujetan con ferocidad inhumana la mano derecha, ponen el clavo y a golpes de martillo hacen que salga por el otro lado de la cruz; pero es tanto y tan tremendo el dolor que sufres, ¡oh Jesús mío!, que estás temblando: la luz de tus ojos se eclipsa, tu rostro santísimo se pone lívido y pálido...
Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias por mí y por todos. Por cuantos fueron los golpes que recibiste, tantas almas te pido que liberes en este momento de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en tu preciosísima sangre; y por el dolor atroz que sufriste, sobre todo cuando te clavaron sobre la cruz estirándote los nervios de los brazos, te ruego que les abras a todos el cielo y que bendigas a todos; que tu bendición llame a la conversión a todos los pecadores y a la luz de la fe a los herejes e infieles.
¡Oh Jesús mío, dulce Vida mía!, habiéndote crucificado ya la mano derecha, tus enemigos, con inaudita crueldad, toman la mano izquierda y te la jalan tanto, para hacer que llegue al agujero que ya habían empezado, que sientes que se te dislocan las articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la violencia del dolor tus piernas convulsionan y se contraen.
Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias; te ruego que por esos golpes y por los dolores que sufriste cuando te la atravesaron con el clavo, me concedas en este momento que tantas almas puedan emprender el vuelo del purgatorio al cielo; y por la sangre que derramaste te suplico que extingas las llamas que atormentan a estas almas y que sea para todas refrigerio y baño saludable que las purifique de toda mancha disponiéndolas a la visión beatífica.
Amor mío y Todo mío, por el agudo dolor que sufriste cuando te clavaron la mano izquierda, te ruego que les cierres el infierno a todas las almas y que contengas los rayos de la divina justicia, que por desgracia está tan irritada a causa de nuestras culpas. ¡Ah, Jesús!, haz que este clavo sea en tu mano izquierda la llave que le cierre para siempre la puerta a la divina justicia, para hacer que ya no lluevan sus flagelos sobre la tierra y que al mismo tiempo abra los tesoros de tu divina misericordia en favor de todos. Por eso te suplico que nos estreches entre tus brazos.
Parece que ya has quedado inmóvil para todo, quedando nosotros libres para poder hacerte todo lo que queramos. Por eso pongo en tus manos el mundo entero y a todas las generaciones humanas, y te ruego Amor mío, con la voz de tu misma sangre, que no le niegues a nadie el perdón y, por los méritos de tu preciosísima sangre, te pido la salvación y la gracia divina para todos, sin excluir a nadie, ¡oh Jesús mío! Amor mío, Jesús, tus enemigos no están satisfechos todavía; con ferocidad diabólica cogen tus santísimos pies, siempre incansables en busca de almas y, así como estaban, contraídos por la fuerza del dolor de las manos, tiran de ellos tan fuertemente que quedan descoyuntadas las rodillas, las costillas y todos los huesos de tu pecho. Mi corazón no puede resistir, oh Bien mío, al ver que por la vehemencia del dolor, tus hermosos ojos eclipsados y cubiertos de sangre se ponen en blanco, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, tus mejillas se hunden, tus dientes tiemblan terriblemente, el pecho te sofoca, y tu Corazón, por la tensión tan grande con la que han sido estirados tus manos y tus pies, sufre violentas convulsiones... ¡Amor mío, con cuántas ganas me pondría yo en tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero extenderme sobre todos tus miembros, para darte por todos alivio, para darte un beso, un consuelo, una reparación por todo.
Jesús mío, veo que te colocan un pie sobre el otro y te los atraviesan con un clavo, por añadidura sin punta. ¡Ah!, permíteme que mientras el clavo te atraviesa los pies, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes para que sean luz de los pueblos, especialmente a quienes no conducen una vida buena y santa; y en tu pie izquierdo déjame poner a todos los pueblos, para que reciban la luz de parte de los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y que así como te atraviesa los dos pies, traspase a los sacerdotes y a los pueblos, para que unos y otros no puedan separarse de ti.
¡Oh Jesús!, beso tus pies santísimos, los compadezco, los adoro y les doy gracias por los dolores tan atroces que sufriste cuando fuiste estirado, descoyuntándose todos tus huesos; y por la sangre que derramaste, te suplico que encierres a todas las almas en tus llagas. No desdeñes a nadie, ¡oh Jesús! Que tus clavos crucifiquen nuestras potencias para que no se separen de ti; nuestro corazón, para que quede siempre y solamente fijo en ti; que todos nuestros sentimientos queden clavados con tus clavos para que no tomen gusto alguno que no provenga de ti.
¡Oh crucificado Jesús mío!, te veo todo ensangrentado como nadando en un mar de sangre, y estas gotas de sangre no hablan más que de almas; es más, en cada una de estas gotas de sangre veo presentes a las almas de todos los siglos; así que a todos nos contenías en ti, ¡oh Jesús! Por eso, por la potencia de esta sangre te pido que jamás vuelva a huir nadie de ti.
¡Oh Jesús mío!, terminando los verdugos de clavarte los pies, yo me acerco a tu Corazón; me doy cuenta de que ya no puedes más, pero tu amor grita más fuerte:
« ¡Quiero más penas! ».
Jesús mío, abrazo tu Corazón, te beso, te compadezco, te adoro y te doy gracias por mí y por todos. ¡Oh Jesús!, quiero apoyar mi cabeza sobre tu Corazón para sentir lo que sufres en tu crucifixión. ¡Ah!, siento que cada golpe de martillo repercute en tu Corazón, que es el centro de todo: por él empiezan todos tus dolores y en él terminan. ¡Ah!, si no fuera porque esperas la lanza que debe traspasarte el Corazón, ya las llamas de tu amor y tu sangre que hierve en torno a él se hubieran hecho camino y ellas mismas te lo habrían traspasado. Esta sangre y estas llamas llaman a las almas amantes para que hagan su feliz morada en tu Corazón; y yo, ¡oh Jesús!, por amor a este Corazón y por tu sacratísima sangre, te pido, te suplico por la santidad de las almas que te aman. ¡Oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu Corazón! Y con tu gracia, multiplica las vocaciones de almas víctimas que continúen tu vida sobre la tierra. Tú quisieras darles un lugar especial en tu Corazón a estas almas amantes: haz que jamás vayan a perderlo.
¡Oh Jesús!, que las llamas de tu Corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me tenga siempre clavado al amor con el dolor y la reparación.
¡Oh Jesús mío!, los verdugos, después de haberte clavado las manos y los pies en la cruz, la voltean para remachar los clavos y te obligan a que toques con tu divino rostro la tierra ensangrentada con tu propia sangre y con tu boca divina le das un beso. Con este beso, ¡oh Amor mío!, quieres besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando su salvación. ¡Oh Jesús!, déjame tomar tu lugar, y mientras los verdugos remachan los clavos, haz que estos golpes me hieran también a mí y que me crucifiquen totalmente a tu Amor.
Jesús mío, pongo mi cabeza en la tuya y mientras las espinas se van hundiendo cada vez más en tu cabeza, quiero ofrecerte, dulce Bien mío, todos mis pensamientos, para que como besos llenos de amor te consuelen y mitiguen el dolor que te causan las espinas.
¡Oh Jesús!, pongo mis ojos en los tuyos y veo que tus enemigos todavía no están satisfechos de tantos insultos y burlas, y yo quiero consolar tus miradas divinas con mis miradas de amor.
Pongo mi boca en la tuya, ¡oh Jesús! Tu lengua ya casi está pegada al paladar por la amargura de la hiel y por la sed abrasadora; y para aplacar tu sed, ¡oh Jesús mío!, quisieras que todos los corazones de las criaturas estuvieran rebosantes de amor; y no teniéndolos te consumes cada vez más por ellos. Dulce Amor mío, quiero ofrecerte ríos de amor, para mitigar de algún modo la amargura de tu sed ardiente.
¡Oh Jesús mío!, pongo mis manos en las tuyas; veo que en cada movimiento que haces, las llagas de tus manos se van abriendo cada vez más y más, y el dolor se hace más intenso y amargo. Amado Bien mío, quiero ofrecerte todas las obras santas de las criaturas para confortar y endulzar de algún modo la amargura de tus llagas.
¡Oh Jesús!, pongo mis pies en los tuyos. ¡Cuánto sufres! Todos los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parecen repercutir en los pies y nadie está cerca de ti para socorrerte y mitigar de algún modo la acerbidad de tus dolores. ¡Oh Jesús mío!, quisiera girar por todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, tomar todos los pasos de las criaturas y ponerlos en los tuyos para sostenerte y darte alivio, antes bien oh Jesús mío, quiero poner todos los pasos del Eterno en los tuyos para así poder darle un verdadero alivio a tu divina persona.
¡Oh Jesús mío!, pongo mi corazón en el tuyo. ¡Pobre Corazón, cómo está destrozado! Si mueves los pies, sientes como que te arrancan los nervios de la punta de tu Corazón; si mueves las manos, los nervios de los dos lados de tu Corazón quedan peor que si te los jalaran con clavos; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del Corazón te sangra y vuelves a sentir toda la crucifixión. ¡Oh Jesús mío!, ¿cómo podré confortar tanto dolor? Me difundiré en ti, pondré mi corazón en el tuyo, mis deseos en los tuyos que son ardientísimos, para destruir los malos deseos de las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, para que con tu fuego se enciendan todos los corazones de las criaturas y se destruyan los amores profanos; me difundiré en tu Santísima Voluntad para poder aniquilar todo acto maligno; y es así que tu Corazón queda confortado y yo te prometo, ¡oh Jesús!, que de ahora en adelante me quedaré siempre clavado a tu Corazón con los clavos de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad.
¡Oh Jesús mío!, crucificado tú, crucificado yo en ti. No permitas que me desclave en lo más mínimo de ti, sino que quede siempre clavado, para poder amarte y repararte por todos, y mitigar así [el dolor] que te causan las criaturas con las ofensas.

Jesús es levantado sobre la cruz
Jesús mío, veo que tus enemigos levantan el pesado leño de la cruz y lo dejan caer en el hoyo que han hecho; y tú, dulce Amor mío, quedas suspendido entre el cielo y la tierra. Y, ¡oh!, en este solemne momento te diriges al Padre y con voz débil y apagada le dices:
« Padre Santo, aquí estoy, cargado de todos los pecados del mundo; no hay culpa que no recaiga sobre mí. Por eso, ya no descargues sobre los hombres los flagelos de tu divina justicia, sino sobre mí, tu Hijo. ¡Oh Padre!, permíteme vincular a esta cruz a todas las almas y que implore perdón para todas ellas con las voces de mi sangre y de mis llagas. ¡Oh Padre!, ¿no ves a qué estado me he reducido? Por esta cruz y en virtud de estos dolores, concédeles a todos verdadera conversión, paz, perdón y santidad ».

Oración para desarmar a la Divina Justicia
¡Oh Jesús![1], mientras traspasado te encuentras sobre la cruz, tu alma ya no se halla sobre la tierra, sino en el cielo, con tu Divino Padre, para defender y sostener la causa de nuestras almas.
Crucificado Amor mío, yo también quiero seguirte ante el trono del Eterno y junto contigo quiero desarmar a la divina justicia. Hago mía tu santísima humanidad, unida a tu Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que tú haces. Es más, permíteme Vida mía, que mis pensamientos corran en los tuyos, mis latidos en tu Corazón y todo mi ser en ti, para que no vaya a dejar de hacer nada y repita todo lo que tú haces, acto por acto, palabra por palabra.
Pero veo, crucificado Bien mío, que tú, viendo a tu Divino Padre sumamente indignado contra las criaturas, te postras ante él y las escondes a todas dentro de tu santísima humanidad, poniéndonos al seguro, para que el Padre, mirándonos a todos en ti, por amor a ti, no nos arroje de sí mismo. Y si nos mira indignado, es porque tantas almas han desfigurado la bella imagen que él creó y no tienen otro pensamiento que el de ofenderlo; y su inteligencia que debería ocuparse en comprenderlo, la han convertido en una guarida en donde anidan todas sus culpas. Y tú, oh Jesús mío, para aplacarlo, atraes la atención de tu Divino Padre para que mire tu santísima cabeza coronada de espinas en medio de los más atroces dolores, las cuales tienen en tu mente como clavadas a todas las inteligencias de las criaturas, por las que una por una expías para satisfacer a la divina justicia. ¡Oh, cómo todas estas espinas son como voces piadosas que, ante la Majestad Divina, excusan todos los malos pensamientos de las criaturas!
Jesús mío, mis pensamientos son uno sólo con los tuyos; por eso, junto contigo, ruego, imploro, reparo y excuso ante la Majestad Divina por todo el mal que hacen todas las criaturas con la inteligencia. Permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia y que vaya recorriendo contigo las inteligencias de todas las criaturas uniendo tu inteligencia a las suyas, y que con la santidad de tu inteligencia les devuelva su inteligencia original, tal como fue creada por ti; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de todas las criaturas y te devuelva el dominio y el gobierno sobre todos. ¡Ah, sí, oh Jesús mío, sé únicamente tú quién domine cada pensamiento, cada afecto y a todos los pueblos! Rige únicamente tú todas las cosas, solamente así la faz de la tierra, que causa horror y espanto, se renovará.
Crucificado Jesús mío, me doy cuenta de que ves que tu Divino Padre sigue indignado, que mira a las pobres criaturas y las ve a todas enfangadas de culpas y cubiertas con las más repugnantes asquerosidades, tanto que hasta le da asco a todo el cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, tanto que casi ya no puede reconocer a la pobre criatura como obra de sus santísimas manos! Es más, parece como si fueran monstruos los que ocupan la tierra, los cuales atraen la indignación de la mirada del Padre. Pero tú, ¡oh Jesús mío!, para aplacarlo, tratas de endulzar su mirada cambiando sus ojos por los tuyos, haciéndoselos ver cubiertos de sangre y de lágrimas; y lloras ante su Majestad Divina para moverlo a compasión por la desventura de tantas pobres criaturas; y oigo tu voz que dice:
« Padre mío, es cierto que la ingrata criatura se va enlodando cada vez más con sus culpas, hasta ya no merecer tu mirada paterna; pero mírame, ¡oh Padre!, yo quiero llorar tanto ante ti que llegue a formar un baño de lágrimas y de sangre para lavar todas las inmundicias con las que se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿quieres acaso rechazarme? No, no puedes; soy tu Hijo y al mismo tiempo soy también la cabeza de todas las criaturas y ellas son mis miembros; ¡salvémoslas, Padre mío, salvémoslas! ».
Jesús mío, Amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la perdición de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes. Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una sola cosa con las mías y que vaya en busca de todas las criaturas. Y para moverlas a compasión por sus propias almas y por tu amor, les haré ver que tú lloras por causa de ellas y que mientras ellas se enfangan tú les tienes ya preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas y así, al verte llorar, se rendirán a ti. ¡Ah!, con estas lágrimas tuyas, déjame lavar todas las inmundicias de las criaturas; déjame hacer que estas lágrimas entren dentro de sus corazones y ablanden a tantas almas endurecidas en la culpa, que obtenga victoria sobre la obstinación de todos los corazones y que haga penetrar en ellos tus miradas, haciéndoles levantar su mirada al cielo para que te amen y no las dejen seguir vagando sobre la tierra para ofenderte. De este modo, tu Divino Padre ya no desdeñará mirar a la pobre humanidad.
Crucificado Bien mío, veo que el Padre está tan indignado que todavía no se aplaca, porque su paternal bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura, ha llenado cielos y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que muy bien se puede decir que a cada paso y en cada acto debería sentir fluir en sí misma el amor y las gracias de ese Corazón paterno, y en cambio, la criatura siempre ingrata, despreciando este amor, no quiere reconocerlo, sino que hace frente a tanto amor, llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y ultrajes, llegando al grado de pisotearlo bajo sus inmundos pies, y hasta queriendo destruirlo idolatrándose a sí misma. ¡Ah, todas estas ofensas se elevan hasta el cielo y llegan ante la Majestad Divina, que se indigna sumamente al ver la villanía de la criatura que llega a insultarla y a ofenderla de mil modos!
Pero tú, ¡oh Jesús mío!, siempre atento para defendernos con la fuerza arrebatadora de tu amor, obligas al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos insultos y desprecios y le dices:
« Padre mío, no desdeñes a la pobre criatura; si los desdeñas a ellos es a mí a quien desdeñas. ¡Ah, aplácate! Todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde por todos. Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad; están ciegos y no saben lo que hacen. Por eso, obsérvame bien y mira cómo he quedado reducido. Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te enternezca al menos mi rostro cubierto de salivazos y sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos. ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más bello de los hijos de los hombres, y ahora estoy tan desfigurado que ya no me reconozco, me he convertido en el último de todos los hombres. Por eso, ¡a cualquier precio quiero salvar a la criatura! ».
Jesús mío, pero, ¿es posible que nos ames tanto? Tu amor tritura mi pobre corazón y queriendo seguirte en todo, déjame hacer mío tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder de modo que pueda mostrárselo continuamente al Padre, así, desfigurado, para hacer que se mueva a compasión por la pobre humanidad que se encuentra tan oprimida bajo el látigo de la divina justicia y que yace como moribunda.
Permíteme ir a mostrarles a las criaturas tu rostro tan desfigurado por causa suya, para hacer que se muevan a compasión por sus propias almas y por tu amor; que la luz que emana de tu rostro y la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres tú y quienes son ellas que se atreven a ofenderte, para que sus almas, que viven muertas a la gracia a causa de tantos pecados, resurjan, y así todas se postren ante ti, adorándote y glorificándote.
Jesús mío, Crucificado adorable, la criatura continúa sin cesar irritando a la divina justicia y de su lengua resuena el eco de tantas horribles blasfemias, imprecaciones y maldiciones, malas conversaciones, tramas para prepararse a destrozarse, del peor modo posible, entre ellos mismos y llevar a cabo matanzas terribles. ¡Ah!, todos estos ecos ensordecen la tierra y elevándose hasta el cielo ensordecen los oídos divinos. El Padre, cansado de oír estos ecos llenos de veneno que recibe de parte de las criaturas, quisiera deshacerse de ellas, apartándolas de sí mismo, porque todas estas voces llenas de veneno imprecan y piden venganza y justicia contra sí mismas. ¡Ah, cómo la divina justicia se siente obligada a descargar sus flagelos! ¡Cómo tantas blasfemias encienden su ira contra la criatura! Pero tú, ¡oh Jesús mío!, amándonos con tu amor supremo, haces frente a todas estas voces mortales con tu voz omnipotente y creadora, haciendo resonar el eco de tu dulcísima voz en los oídos de tu Padre, para reparar por todas las molestias que le causan las criaturas con el eco de tus bendiciones y alabanzas; y gritas:
« ¡Misericordia! ¡Gracias! ¡Amor para la pobre criatura! ».
Y para aplacarlo todavía más, le muestras tu santísima boca, diciéndole:
« ¡Padre mío, vuelve a mirarme; no escuches las voces de las criaturas, sino la mía; soy yo quién te da Satisfacción por todos! Por eso, te ruego que mires a las criaturas, pero que las mires en mí; si las miras fuera de mí, ¿qué sería de ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de toda clase de miserias. ¡Piedad, Padre mío! ¡Ten piedad de las pobres criaturas! Yo te respondo por ellas con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed, abrasada y consumada por el amor ».
Amargado Jesús mío, mi voz en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas. Déjame que tome tu lengua, tus labios y que haga un recorrido sobre todas las criaturas tocando sus lenguas con la tuya, para que cuando estén por ofenderte, al sentir ellos la amargura de tu lengua, no vuelvan a blasfemar, si no por amor, al menos por la amargura que sientan. Déjame que toque sus labios con los tuyos, y con tu voz omnipotente haz que el fuego de la culpa que está sobre los labios de todos penetre hasta su pecho, y así pueda detener en ellos la corriente de todas las malas palabras transformando sus voces humanas en voces de bendición y alabanzas.
Crucificado Bien mío, ante tanto amor y dolor tuyo, la criatura todavía no se rinde; al contrario, despreciándote sigue añadiendo culpas a más culpas, cometiendo enormes sacrilegios, homicidios, suicidios, duelos, fraudes, engaños, crueldades y traiciones. ¡Ah!, todas estas malas obras, hacen que los brazos del Padre se vuelvan más pesados, quien no pudiendo ya sostener su peso, está a punto de dejarlos caer derramando sobre la tierra cólera y destrucción. Y tú, ¡oh Jesús mío!, para liberar a la criatura de la cólera divina, temiendo verla destruida, tiendes tus brazos al Padre para que no deje caer los suyos y destruya a las criaturas, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso de tantas culpas, lo desarmas y le impides a la justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, con tu voz más conmovedora, le dices:
« Padre mío, mira mis manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan y que me tienen clavado junto a todas las obras malas. ¡Ah!, en estas manos siento todos los terribles dolores que me causan todas estas obras malas. ¿No estás contento, oh Padre mío, con mis dolores? ¿Acaso no son capaces de satisfacerte? ¡Ah!, estos brazos míos descoyuntados, serán para siempre cadenas que tendrán a la pobre criatura abrazada a mí, para que no huya de mí, a no ser que alguna quisiera apartarse por la fuerza; y también, estos brazos míos serán las cadenas amorosas que te atarán, Padre mío, para impedirte que destruyas a la pobre criatura; más aún, te atraeré siempre hacia ella para que las llenes de tus gracias y de tu misericordia ».
Jesús mío, tu amor es un dulce encanto para mí y me impulsa a que yo también haga todo lo que haces tú. Por eso, dame tus brazos, que junto contigo quiero impedir que intervenga la divina justicia contra la pobre humanidad, a costa de cualquier sacrificio. Con la sangre que abundantemente sale de tus manos quiero extinguir el fuego de la culpa que enciende su ira y aplacar su furor; y para hacer que el Padre tenga piedad de las pobres criaturas, permíteme que ponga en tus brazos a tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos heridos, los corazones adoloridos y oprimidos. Déjame que haga un recorrido por todas las criaturas y que las abrace a todas entre tus brazos, para que todas regresen a tu Corazón. Permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras llenas de maldad e impida a todos hacer el mal.
Amable Jesús mío crucificado, la criatura todavía no está satisfecha de ofenderte tanto, quiere beber hasta el fondo las heces de la culpa y corre como enloquecida por el camino del mal. Se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y, desconociéndote, se rebela contra ti y casi, sólo para hacerte sufrir, quiere irse al infierno. ¡Oh, cómo se indigna la Majestad Suprema! Y tú, ¡oh Jesús mío!, triunfando sobre todo, incluso sobre la obstinación de las criaturas, para aplacar a tu Divino Padre, le muestras toda tu santísima humanidad lacerada, destrozada horriblemente, y tus santísimos pies traspasados en los que están encerrados todos los pasos de las criaturas, los cuales te causan dolores mortales, tanto que se contorsionan por la atrocidad de los dolores. Y oigo tu voz, más que nunca conmovedora, como si estuvieras por expirar, que a fuerza de amor y de dolor quiere vencer a la criatura y triunfar sobre el Corazón de tu Padre:
« Padre mío, mírame, obsérvame bien de la cabeza a los pies: ¡No se encuentra ya alguna parte sana en mí, no tengo en dónde hacerme abrir nuevas llagas y procurarme más sufrimientos! Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién va a poder aplacarte? ».
« Hijos míos, si ustedes no se rinden a tanto amor, ¿qué esperanza quedará para que se conviertan? Mis llagas y mi sangre serán siempre súplicas, las cuales harán que desciendan del cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y de compasión hacia la pobre humanidad ».
Jesús mío, me doy cuenta que te haces violencia para aplacar al Padre y vencer a la pobre criatura; por eso, permíteme que tome tus santísimos pies y que vaya en busca de todas las criaturas y ate sus pasos a tus pies, para que si quieren caminar por el camino del mal, al sentir las cadenas con las que los has atado a ti, no puedan ni dar un paso. ¡Ah!, con tus pies haz que retrocedan del camino del mal y ponlas en el sendero del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes; y con tus clavos cierra el infierno, para que nadie más caiga en él. Jesús mío, Amante Crucificado, veo que ya no puedes más. La tensión terrible que sufres sobre la cruz, el continuo rechinar de tus huesos que a cada pequeño movimiento se dislocan cada vez más, tus carnes que se siguen abriendo más y más, las repetidas ofensas que recibes, que cada una te procura una pasión y muerte aún más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas interiores que te sofocan de tanta amargura, de tanto dolor y amor, y la ingratitud humana, que aún en medio de tantos martirios, te hace frente y penetra como una ola impetuosa dentro de tu Corazón traspasado, ¡ay!, te aniquilan de tal manera, que tu santísima humanidad, no pudiendo resistir el peso de tantos martirios, está a punto de sucumbir y delirando por tanto amor y tantos sufrimientos suplica ayuda y piedad.
Crucificado Jesús mío, ¿será posible que tú que lo riges todo y a todo le das vida tengas que pedir ayuda? ¡Ah!, quiero penetrar en cada gota de tu sangre y derramar la mía para endulzar cada una de tus llagas santísimas, para mitigar el dolor que te causa cada espina y hacer menos dolorosas sus punzadas; y para darle alivio a la intensidad de las amarguras de cada pena interior de tu Corazón, quiero darte vida por vida y, si me fuera posible, quisiera desclavarte de la cruz para ponerme yo en tu lugar. Pero me doy cuenta de que soy nada y nada puedo, de que soy demasiado insignificante, por eso, date totalmente a mí y yo tomaré tu vida y en ti te daré a ti mismo; sólo así mis ansias quedarán satisfechas.
Destrozado Jesús mío, tu santísima humanidad se acaba y no por ti, sino por darle totalmente cumplimiento a nuestra redención. Necesitas ayuda divina y por eso te arrojas en los brazos del Padre y le pides ayuda y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el Padre al mirar cómo han destrozado terriblemente tu santísima humanidad, la tremenda obra que ha hecho el pecado en tus sagrados miembros! Y para contentar tus ansias de amor, te estrecha a su Corazón paterno y te da los auxilios necesarios para que le des cumplimiento a nuestra redención; y mientras te estrecha, sientes en tu Corazón que se repiten con más fuerza los martillazos de los clavos, los golpes de los flagelos, las heridas de tus llagas y las punzadas de las espinas. ¡Oh, cómo se conmueve el Padre! ¡Cómo se indigna al ver que todas estas penas llegan hasta tu Corazón por obra de las almas consagradas a ti!
Y en su dolor, te dice:
« Pero, ¿es posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte escogida por ti esté toda contigo? Antes al contrario, parece que estas almas piden refugio en tu Corazón sólo para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es peor, todos estos dolores que recibes de parte de ellos van escondidos y cubiertos de hipocresías. ¡Ah, Hijo mío, no puedo seguir conteniendo mi indignación por la ingratitud de estas almas, las cuales me causan más dolor que todas las demás criaturas juntas! ».
Pero tú, ¡oh Jesús mío!, triunfando sobre todo, defiendes a estas almas y con el amor inmenso de tu Corazón haces una reparación por las oleadas de amarguras y las heridas mortales que estas almas te procuran; y para aplacar a tu Padre, le dices:
« Padre mío, mira mi Corazón. Que todos estos dolores te satisfagan y cuanto más amargos, tanto más potentes sean sobre tu Corazón de Padre, para obtener gracias, luz y perdón para todos ellos. Padre mío, no los rechaces: ellos serán los que me defenderán y continuarán mi vida sobre la tierra ».
« ¡Oh amorosísimo Padre mío!, considera que si bien mi humanidad ha llegado ahora al colmo de sus padecimientos, también mi Corazón está por estallar a causa de tantas amarguras y de todas las penas íntimas y de los inauditos tormentos que he sufrido a lo largo de 34 años a partir del primer instante de mi encarnación. Tú conoces bien, oh Padre, la intensidad de estas amarguras interiores, que hubieran sido capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor si nuestra omnipotencia no me hubiera sostenido para poder prolongar mis sufrimientos hasta llegar a esta extrema agonía. ¡Ah!, si no te bastan todas las penas de mi santísima humanidad que te he ofrecido hasta ahora para aplacar tu justicia sobre todos los hombres y para atraer en cambio tu misericordia triunfadora sobre ellos, ahora, especialmente por los extravíos de las almas consagradas a nosotros, yo te presento mi Corazón destrozado, oprimido y quebrantado, pisado en el lagar de cada instante de mi vida mortal ».
« ¡Ah, mírame Padre mío!, este es el Corazón que te ha amado con amor infinito, que siempre ha estado ardiendo de amor por todos mis hermanos, hijos tuyos en mí; este es el Corazón con el que con tanta generosidad he anhelado padecer, para darte la satisfacción completa por todos los pecados de los hombres. ¡Ah, te lo suplico, ten piedad de sus desolaciones, de su continuo penar, de sus tedios, de sus angustias, de sus tristezas ante la muerte! ».
« ¿Acaso ha habido, ¡oh Padre mío!, un solo latido de mi Corazón que no haya buscado tu gloria y la salvación de mis hermanos aun a costa de penas y hasta de mi sangre? ¿No han salido de mi Corazón siempre oprimido ardientes súplicas, gemidos, suspiros y clamores válidos, con los que durante 34 años he llorado y gritado pidiendo misericordia en tu presencia? ».
« Tú me has escuchado, ¡oh Padre mío!, una infinidad de veces y por una infinidad de almas, y te lo agradezco infinitamente; pero ahora, ¡oh Padre!, mira cómo mi Corazón no puede calmarse en medio de tantas penas ni por una sola alma que se le vaya a escapar a su amor, porque nosotros amamos a una sola alma cuanto a todas las almas juntas. ¿Y se dirá que tendré que dar mi último suspiro sobre este doloroso patíbulo viendo perecer miserablemente incluso a almas consagradas a nosotros? Yo me estoy muriendo en un mar de angustias por la iniquidad y la perdición eterna del pérfido Judas, que se comportó tan dura e ingratamente conmigo, que rechazó todos mis más delicados y amorosos detalles, y que además le llegué a hacer tanto bien que hasta lo hice sacerdote y obispo como a los demás apóstoles. ¡Ah Padre mío, que ya termine este abismo de penas! ¡Cuántas almas escogidas por nosotros para esta doble vocación sagrada veo que quieren imitar a Judas, quién más y quién menos! ».
« ¡Ayúdame Padre mío, ayúdame! ¡Yo no puedo soportar todas estas penas! ¡Mira si en mi Corazón puedes hallar alguna fibra que no esté más atormentada que todas las llagas que tengo en mi cuerpo! ¡Mira si toda mi sangre no está brotando, más que de mis llagas, de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor! ¡Piedad, Padre mío, piedad, no para mí que quiero sufrir hasta el infinito por las pobres almas, sino de todas ellas y especialmente de las que han sido llamadas a desposarse con mi amor y a mi santo servicio! ¡Oh Padre!, escucha cómo mi Corazón, próximo a la muerte, acelera sus latidos de fuego y grita: ¡Padre mío, por mis innumerables penas te pido gracias eficaces de arrepentimiento y de verdadera conversión para todas estas infelices almas! ¡Que ninguna de estas almas se nos pierda! ».
« ¡Tengo sed, Padre mío, tengo sed de todas las almas y especialmente de éstas! ¡Tengo sed de sufrir más y más por cada una de estas almas! Siempre he hecho tu Voluntad, Padre mío; que ahora esta Voluntad mía, que es también la tuya, se cumpla perfectamente por amor a mí, tu amadísimo Hijo, en quien has hallado todas tus complacencias ».
¡Oh Jesús mío, ya no resisto más! ¡Me uno a tus súplicas, a tus sufrimientos, a tu amor penante! Dame tu Corazón para que pueda sentir tu misma sed de almas consagradas a ti y para que con los latidos de mi corazón te devuelva el amor y los afectos que ellas te deben. Permíteme que haga un recorrido por todas estas almas y que ponga tu Corazón en ellas, para que cuando apenas los toque puedan calentarse las que están frías, sacudirse las que están tibias, encaminarse de nuevo las que están extraviadas, de modo que puedan volver a recibir todas aquellas gracias que han rechazado. Tu Corazón está sofocado de dolor y de amargura al constatar que por su falta de correspondencia no se han llegado a realizar los planes que habías hecho para ellas, y por lo tanto, que tantas almas que por medio de ellas debían obtener vida y salvación han sufrido las tristes consecuencias. Pero yo les mostraré tu Corazón tan amargado, por su causa; desde tu Corazón las heriré con tus flechas de fuego, presentándoles todas tus súplicas y todos tus sufrimientos por ellas, de modo que no será posible que no se rindan a ti; así regresarán contritas a ti, se verán restablecidos tus amorosos designios sobre ellas y ya no estarán en ti y cerca de ti para ofenderte, sino para repararte, consolarte y defenderte.
Vida mía, crucificado Jesús mío, veo que sigues agonizando en la cruz sin que tu amor quede todavía satisfecho para darle cumplimiento a todo. ¡Yo también agonizo contigo! Quiero llamar a todos los ángeles y a los santos: ¡Vengan, vengan todos al monte Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un Dios! Besemos sus llagas ensangrentadas, adorémoslas; sostengamos esos miembros lacerados; démosle gracias a Jesús por haberle dado cumplimiento a nuestra redención.
Démosle también una mirada a nuestra Madre Santísima traspasada por tantas penas y muertes que siente en su Corazón Inmaculado, tantas cuantas ve que su HijoDios está sufriendo; hasta sus mismos vestidos están cubiertos de sangre, como también por todo el monte Calvario se puede ver la sangre de Jesús. Así que, tomemos todos juntos esta sangre y pidámosle a nuestra dolorosa Madre que se una a nosotros; dividámonos por todo el mundo y ayudemos a todos; socorramos a quienes están en peligro para que no perezcan, a los que han caído para que se levanten de nuevo, a los que están a punto de caer para que no caigan. Démosles esta sangre a tantas pobres almas que están ciegas, para que resplandezca en ellas la luz de la verdad; vayamos a donde se encuentran quienes están combatiendo, seamos para ellos vigilantes centinelas, y si están por caer alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos y si se ven abandonados por todos o están impacientes por su triste suerte, démosles esta sangre, para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores. Y si vemos almas que están a punto de caer en el infierno, démosles esta sangre divina que contiene el precio de su redención, para arrebatárselas a Satanás.
Y mientras tendré a Jesús abrazado a mi corazón para defenderlo y reparar por todo, abrazaré a todos a su Corazón, para que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión, fortaleza y salvación.
¡Oh Jesús!, tu sangre diluvia de tus manos y de tus pies. Los ángeles haciéndote corona admiran los portentos de tu inmenso amor. Veo a tu Madre al pie de la Cruz traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos como petrificados en un éxtasis de estupor, de amor y de dolor.
¡Oh Jesús!, me uno a ti y me abrazo a tu cruz y hago mías todas las gotas de tu sangre para depositarlas en mi corazón. Y cuando vea irritada a tu divina justicia contra los pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte. Y cuando vea almas obstinadas en la culpa te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi plegaria, porque en mis manos tengo la prenda con la que puedo obtenerlo todo.
Por eso, ¡oh Jesús!, a nombre de todas las generaciones pasadas, presentes y futuras, junto a tu Madre Santísima y a todos los ángeles, me postro ante ti crucificado Bien mío y te digo:
« Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos, porque por tu santa cruz has redimido al mundo ».

Reflexiones y prácticas.
Jesús crucificado obedece a sus verdugos, acepta con amor todos los insultos y las penas que recibe. Por el grande amor que le tenía a nuestra pobre alma, halló en la cruz su lecho para reposar, y nosotros, ¿reposamos en él en todas nuestras penas? ¿Podemos decir que con nuestra paciencia y con nuestro amor le preparamos a Jesús un lecho en nuestro corazón para que repose?
Mientras Jesús está crucificado, no hay parte interna o externa en él que no sienta una pena particular, y nosotros, ¿estamos crucificados totalmente en él, al menos en lo que respecta a nuestros sentidos? Cuando en una vana conversación o alguna otra diversión similar hallamos nuestro propio gusto, es entonces que Jesús queda clavado en la cruz, pero si sacrificamos este gusto, desclavamos a Jesús y quedamos clavados nosotros.
¿Tenemos siempre clavados con los clavos de su Santísima Voluntad nuestra mente, nuestro corazón y todo nuestro ser? Cuando estaban crucificando a Jesús, él miraba con amor a sus verdugos; y nosotros, ¿por amor a Jesús miramos con amor a quien nos ofende?
« Crucificado Jesús mío, que tus clavos traspasen mi corazón, para que no haya ni un solo latido, afecto y deseo que no sienta tus heridas y que la sangre que derrame mi corazón sea el bálsamo que cure todas tus llagas ».

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