SEXTA HORA
De
las 10 a
las 11 de la noche
Segunda hora de agonía en el
Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh mi dulce Jesús, ya ha pasado una hora desde
que te encontré en este huerto; el amor ha tomado el primado en todo,
haciéndote sufrir todo junto, todo lo que los verdugos te harán sufrir a lo
largo de tu amarguísima Pasión; es más, suple y llega a hacerte sufrir lo que
ellos no pueden hacerte, en las partes más íntimas de tu Divina Persona. Oh mi Jesús, te veo vacilante en los pasos,
no obstante quieres caminar. Dime, oh mi
bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he
entendido, quieres ir a encontrar a tus amados discípulos; yo quiero
acompañarte a fin de que si Tú vacilas yo te sostenga.
Pero, oh mi Jesús, otra amargura para tu
corazón, ellos duermen, y Tú siempre piadoso los llamas, los despiertas, y con
amor todo paterno los amonestas y les recomiendas la vigilia y la oración, y
regresas al huerto, pero te llevas otra herida en el corazón. En esa herida veo, oh amor mío, todas las
heridas de las almas consagradas a Ti, que, o por tentaciones, o por estado de
ánimo, o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a Ti, de vigilar y
orar, se abandonan a sí mismas, y soñolientas, en vez de progresar en el amor y
en la unión contigo, retroceden. Cuánto
te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo todas las ingratitudes de tus
más fieles. Son estas las ofensas que
más entristecen tu corazón adorable, y es tal y tanta su amargura, que te hacen
dar en delirio.
Pero, oh amor sin confines, tu amor que ya
bulle en tus venas vence todo y todo olvida.
Te veo postrado por tierra y oras, te ofreces, reparas y en todo buscas
glorificar al Padre por las ofensas hechas a Él por las criaturas. También yo, oh mi Jesús, me postro contigo y
junto contigo intento hacer lo que haces Tú.
Pero, oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que
en tropel todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los
delitos más enormes, las más negras ingratitudes te vienen al encuentro, se te
arrojan encima, te aplastan, te atacan, te hieren, y Tú, ¿qué haces? La sangre que te hierve en las venas hace
frente a todas estas ofensas, rompe las venas y como ríos sale fuera, te baña
todo, corre por tierra, y das sangre por ofensas, vida por muerte. ¡Ah amor, a qué estado te veo reducido! Tú expiras.
Oh mi bien, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra
que has bañado con tu santísima sangre, ven a mis brazos, haz que yo muera en
vez de Ti.
Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi
dulce Jesús que dice: “¡Padre, si es
posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la Tuya !”
Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce
Jesús, ¿pero qué cosa me hace entender con este “Padre, si es posible pase de
Mí este cáliz?” Oh Jesús, se te hacen
presentes todas las rebeliones de las criaturas; aquel “Fiat Voluntas Tua” que
debía ser la vida de cada criatura, lo ves rechazado por casi todas, y en vez
de encontrar la vida encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la vida a todas y
hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por
tres veces repites: “Padre, si es
posible pase de Mí este cáliz”, es decir, que las almas sustrayéndose de
nuestra Voluntad se pierdan; este cáliz para Mí es muy amargo, pero no se haga
mi voluntad, sino la Tuya.”
Pero mientras dices esto, es tal y tanta tu
amargura que desfalleces, agonizas y estás a punto de dar el último respiro.
Oh mi Jesús, mi bien, ya que estás entre mis
brazos quiero también yo junto contigo, repararte y compadecerte por todos los
pecados que se cometen contra tu Santísimo Querer, y al mismo tiempo suplicarte
que en todo yo haga siempre tu Santísima Voluntad. Tu Voluntad sea mi respiro, mi aire; tu
Voluntad sea mi latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte.
Pero, ah, no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién me dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah, no me dejes, tenme como quieras, como más
te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; jamás sea que por un solo
instante quede separada de Ti. Déjame
endulzarte, repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los
pecados, de cualquier especie que sean, pesan sobre Ti.
Por eso amor mío beso tu santísima cabeza,
¿pero qué veo? Veo todos los malos
pensamientos, y Tú sientes horror de ellos.
A tu santísima cabeza cada pensamiento malo le es una espina que te hiere acerbamente. Ah, ante esto es nada la corona de espinas
que te pondrán los judíos; cuántas coronas de espinas te ponen sobre tu cabeza
adorable los malos pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre te
chorrea por todas partes, por la frente, de entre los cabellos. Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras
tantas coronas de gloria, y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias
angélicas y tu misma inteligencia, para ofrecerte una compasión y una
reparación por todos.
Oh Jesús, beso tus ojos piadosos y en ellos veo
todas las malas miradas de las criaturas, que hacen correr sobre tu rostro
lágrimas de sangre. Te compadezco y
quisiera endulzar tu vista poniéndote delante todos los placeres que se puedan
encontrar en el Cielo y en la tierra.
Jesús, mi bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero qué escucho? Oigo en ellos el eco de las horrendas
blasfemias, los gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no resuene
en tus castísimos oídos. Oh amor
insaciable, te compadezco y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas
las armonías del Cielo, la voz dulcísima de la amada Mamá, los encendidos
acentos de la Magdalena
y de todas las almas amantes.
Jesús, vida mía, un beso más ardiente quiero
poner en tu rostro, cuya belleza no tiene par.
Ah, este es el rostro ante el cual los ángeles ávidamente desean
grabárselo, por la tanta belleza que los rapta, no obstante las criaturas lo
ensucian con salivazos, lo golpean con bofetadas y lo pisotean bajo los
pies. ¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar tanto, para ponerlos en
fuga! Te compadezco, y para reparar
todos estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta
para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo, las inimitables caricias de
sus manos creadoras, me dirijo también a la Celestial Mamá , a
fin de que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas, sus adoraciones
profundas, me dirijo después a todas las almas consagradas a Ti y todo te
ofrezco para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro.
Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca,
amargada por las horribles blasfemias, por la náusea de las embriagueces y
gulas, por las conversaciones obscenas, por las oraciones mal hechas, por las
malas enseñanzas, por todo lo que de mal hace el hombre con la lengua. Jesús, te compadezco y quiero endulzar tu
boca ofreciéndote todas las alabanzas angélicas y el buen uso que hacen tantos
santos cristianos de la lengua.
Oprimido amor mío, beso tu cuello y lo veo
cargado de sogas y cadenas por los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco y para aliviarte te ofrezco la
unión indisoluble de las Divinas Personas y yo, fundiéndome en esta unión te
extiendo mis brazos, y formando en torno a tu cuello una dulce cadena de amor,
quiero alejar de ti las cuerdas de los apegos que casi te sofocan, y para endulzarte
te estrecho fuerte a mi corazón.
Fortaleza divina, beso tus santísimos
hombros. Los veo lacerados y tus carnes
casi arrancadas a pedazos por los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te compadezco y para aliviarte te ofrezco tus
santísimos ejemplos, los ejemplos de la Reina Mamá y los de todos los santos; y yo, oh mi
Jesús, haciendo correr mis besos sobre cada una de estas llagas quiero encerrar
en ellas a las almas que por vía de escándalo te han sido arrancadas del
corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima Humanidad.
Mi atormentado Jesús, beso tu pecho que veo
herido por las frialdades, tibiezas, falta de correspondencia e ingratitudes de
las criaturas. Te compadezco, y para
endulzarte te ofrezco el recíproco amor del Padre, de Ti y del Espíritu Santo,
la correspondencia perfecta de las tres Divinas Personas, y yo, oh mi Jesús,
sumergiéndome en tu amor quiero hacerte un refugio para poder rechazar los
nuevos golpes que las criaturas te lanzan con sus pecados, y tomando tu amor
quiero con él herirlas para que ya no se atrevan a ofenderte más, y quiero
derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte.
Mi Jesús, beso tus manos creadoras, veo todas
las malas acciones de las criaturas que como otros tantos clavos traspasan tus
santísimas manos, así que no con tres clavos, como sobre la cruz, Tú quedas
traspasado, sino con tantos clavos por cuantas obras malas cometen las
criaturas. Te compadezco, y para
endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el valor de los mártires al dar
su sangre y su vida por tu amor; quisiera en suma, oh Jesús mío, ofrecerte
todas las obras buenas para quitarte los tantos clavos de las obras malas.
Oh Jesús, beso tus pies santísimos, siempre
incansables en la búsqueda de almas; en ellos encierras todos los pasos de las
criaturas, pero muchas de ellas sientes que te huyen y Tú quisieras
aferrarlas. Por cada mal paso te sientes
clavar un clavo, y Tú quieres servirte de esos mismos clavos para clavarlas a
tu amor; y tal y tanto es el dolor que sientes y el esfuerzo que haces por
clavarlas a tu amor, que te estremeces todo.
Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para consolarte te ofrezco los pasos
de todas las almas fieles que exponen su vida para salvar almas.
Oh Jesús, beso tu corazón. Tú continúas agonizando, no por lo que te
harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te causan todas las ofensas de
las criaturas.
En estas horas Tú quieres dar el primado al
amor, el segundo lugar a todos los pecados, por los cuales Tú expías, reparas,
glorificas al Padre y aplacas a la Divina Justicia ; y el tercer lugar a los
judíos. Con esto muestras que la Pasión que te harán sufrir
los judíos no será otra cosa que la representación de la doble amarguísima
Pasión que te hacen sufrir el amor y el pecado, y es por esto que yo veo en tu
corazón todo concentrado: la lanza del
amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos,
y tu corazón sofocado por el amor sufre contracciones violentas, sentimientos
impacientes de amor, deseos que te consumen y latidos de fuego que quisieran
dar vida a cada corazón. Y es
propiamente aquí, en el corazón, donde sientes todo el dolor que te causan las
criaturas, las cuales con sus malos deseos, con sus desordenados afectos, con
sus latidos profanados, en vez de querer tu amor buscan otros amores. ¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido por las olas de
nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la amargura de tu corazón
triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo
de la amada Mamá María y el de todos tus verdaderos amantes.
Y ahora, oh mi Jesús, haz que de tu corazón
tome vida mi pobre corazón, a fin de que no viva más que con tu solo corazón, y
en cada ofensa que recibas haz que yo esté siempre pronta a ofrecerte un
alivio, un consuelo, una reparación, un acto de amor jamás interrumpido.
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