De la
3 a las 4
de la mañana
UNDECIMA HORA
Jesús en casa de Caifás
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para
abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Afligido y abandonado bien mío, mientras mi
débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es
interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y
entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y
digo: “Pobre de mi Jesús, abandonado por
todos, no hay quien te defienda.” Pero
desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el
momento en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de
amor de tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos
que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra
Ti? ¿Qué has hecho que como tantos lobos
feroces te quieren despedazar? Siento
que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y
estoy triste pensando cómo haré para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su
corazón me estrecha más fuerte y me dice:
“Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el
amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi
corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra
en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor
corra en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte
para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme
sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta.”
Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de
tus enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos,
oigo el rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen
salir sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme
Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara. Tu sangre sea luz a todos aquellos que de
noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y
el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás,
Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta
que hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo furor, quisiera
devorarte. ¡Ah, cómo se distingue bien
la inocencia y el pecado!
Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más
culpable, en acto de ser condenado.
Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es
tu amor! Y quién te acusa de una cosa y
quién de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras
te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan
sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te
tuercen los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de
tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti,
pero otros llegan para darte más tormentos.
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo
que pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar
por el dolor. Dime, afligido bien mío,
¿qué sucede ahora? Porque veo que todo
eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo
esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara
las calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se hace a los
inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por
instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras
unida contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo
dolor no sentido hasta ahora. Dime,
¿dime qué pasa? Hazme partícipe de todo,
oh Jesús.
“¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y
ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he
colmado? ¡Oh, si los demás me hacen
morir de penas, tú me haces morir de dolor!
¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la
ocasión!”
Negado bien mío, cómo se conocen
inmediatamente las ofensas de tus más amados.
Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo para endulzar el
dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y
repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y
tratas de mirar a Pedro. A tus miradas
amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se
retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas
de los Papas y de los jefes de la
Iglesia , y especialmente por aquellos que se exponen a las
ocasiones. Pero tus enemigos continúan
acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice: “Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú
verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú
amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de
majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que todos quedan asombrados, y
los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes:
“¡Tú lo dices, sí, Yo soy el verdadero Hijo de
Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las
naciones!”
Ante tus palabras creadoras todos hacen
silencio, se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos
instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice
a todos: “¿Qué necesidad tenemos ya de
testigos? ¡Ya ha dicho una gran
blasfemia! ¿Qué más esperamos para
condenarlo? ¡Ya es reo de muerte!” Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga
las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se
lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la cabeza, quién te tira
por los cabellos, quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te
pisotea con los pies. Son tales y tantos
los tormentos que te dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan
sacudidos. Amor mío y vida mía, conforme
te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido
corazón, y que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte
de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la
salvación de todos, y yo me veo obligada a resignarme.
Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie,
que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te
seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado,
quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y
dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para
conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme
respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes,
pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y
así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me
estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.
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