Preparación Antes de la
Meditación
Oh Señor mío Jesucristo, postrada
ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras
admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por
nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma
santísima, hasta la muerte de cruz. Ah,
dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus
padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo
meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi
intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme
a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh
misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y
para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
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CUARTA HORA
De
las 8 a
las 9 de la noche
La
Cena Eucarística
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulce amor mío, incontentable siempre en tu
amor, veo que al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con tus
amados discípulos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberos dado
el alimento, queriendo reparar con esto todas las faltas de agradecimiento de
las criaturas por los tantos medios como nos das para la conservación de la
vida corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en lo
que haces, tocas o ves, tienes siempre en tus labios las palabras: “¡Gracias te sean dadas, oh Padre!” También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las
palabras de tus labios y diré siempre y en todo: “Gracias por mí y por todos”, para continuar
la reparación por las faltas de agradecimiento.
Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene
reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una
palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y te postras a los pies de los
apóstoles, en un acto tan humilde que te atrae la mirada de todo el Cielo y lo
hace permanecer estático, los mismo apóstoles se quedan casi sin movimiento al
verte postrado a sus pies. Pero dime
amor mío, ¿qué quieres, qué pretendes con este acto tan humilde, humildad jamás
vista y que jamás se verá?
“¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y
postrado ante ellas como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo
mis insidias de amor para tenerlas!
Quiero, postrado a sus pies, con esta agua mezclada con mis lágrimas
lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el sacramento. Me importa tanto este acto de recibirme en la Eucaristía , que no
quiero confiar este oficio ni a los ángeles, ni siquiera a mi amada Mamá, sino
que Yo mismo quiero purificarlas, aún las fibras más íntimas, para disponerlas
a recibir el fruto del sacramento, y en los apóstoles era mi intención preparar
a todas las almas.
Intento reparar todas las obras santas y la
administración de los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con
espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de desinterés. ¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para
deshonrarme que para darme honor! ¡Más
para amargarme que para complacerme!
¡Más para darme muerte que para darme vida! Estas son las ofensas que más me
afligen. Ah, sí hija mía, numera todas
las ofensas más íntimas que se me hacen y repárame con mis mismas reparaciones,
consuela mi corazón amargado”.
¡Oh mi afligido bien, hago mía tu Vida y junto
contigo intento reparar todas estas ofensas!
Quiero entrar en los más íntimos escondites de tu corazón divino y
reparar con tu mismo corazón las ofensas más íntimas y secretas que recibes de
tus más amados, y junto contigo quiero girar en todas las almas que te deben
recibir en la Eucaristía ,
y entrar en sus corazones, y junto a tus manos pongo las mías para
purificarlas.
Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua
con las cuales lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te
deben recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos
el polvo con el cual están manchados, a fin de que recibiéndote, Tú puedas
encontrar en ellas tus complacencias en vez de tus amarguras.
Pero, afectuoso bien mío, mientras estás
atento a lavar los pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa
tu corazón santísimo. Estos apóstoles
representan a todos los futuros hijos de la Iglesia , y cada uno de ellos, representa la serie
de cada uno de tus dolores. En
uno las debilidades; en otro los engaños; en otro las hipocresías; en otro el
amor desmedido a los intereses; en San Pedro, la falla a los buenos propósitos
y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia ; en San Juan, las ofensas de tus más
fieles; en Judas todos los apostatas, con toda la serie de los graves males
causados por ellos.
¡Ah! tu corazón está sofocado por el dolor y
por el amor, tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de cada
apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada una de estas ofensas, e
imploras y consigues para todos el remedio oportuno.
Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías
tus plegarias, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma. Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a
fin de que jamás estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus
penas.
Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies
de Judas, oigo tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y
mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al corazón, y no
pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por el llanto, lo miras con tus ojos
hinchados por el llanto y le dices con el corazón:
“Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis
lágrimas: ¡No te vayas al infierno, dame
tu alma que postrado a tus pies te pido!
Di, ¿qué quieres? ¿Qué
pretendes? Todo te daré con tal de que
no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor,
a Mí, tu Dios!”
Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón,
pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te sofoca y
estás a punto de desfallecer. Corazón
mío y vida mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos. Comprendo que estas son las estratagemas
amorosas que usas con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús, mientras
te compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que
se obstinan en no quererse convertir, que me permitas recorrer junto contigo la
tierra, y donde estén los pecadores obstinados démosles tus lágrimas para
ablandarlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a Ti, de manera
que no te puedan huir, y así consolarte por el dolor de la pérdida de Judas.
Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor
corre, y rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi corres a
la mesa donde está ya preparado el pan y el vino para la consagración. Te veo, corazón mío, que tomas un aspecto
todo nuevo y nunca antes visto, tu Divina Persona toma un aspecto tierno,
amoroso, afectuoso, tus ojos resplandecen de luz, más que si fueran soles; tu
rostro encendido resplandece; tus labios sonrientes, abrasados de amor; y tus
manos creadoras se ponen en actitud de crear.
Te veo, amor mío, todo transformado, parece como si tu Divinidad se desbordara
fuera de tu Humanidad.
Corazón mío y Vida mía, Jesús, este aspecto
tuyo jamás visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son presa de
un dulce encanto y no se atreven ni siquiera respirar. La dulce Mamá corre en espíritu a los pies
del altar, para contemplar los portentos de tu amor; los ángeles descienden del
Cielo y se preguntan entre ellos: “¿qué sucede?
¿Qué pasa?” ¡Son verdaderas
locuras, verdaderos excesos! ¡Un Dios
que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo. ¿Y donde?
¡Dentro de la materia vilísima de un poco de pan y un poco de vino!
Pero mientras están todos en torno a Ti, oh
amor insaciable, veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al
Padre y oigo tu voz dulcísima que dice:
“Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre escuchas a tu
Hijo. Padre Santo, concurre conmigo, Tú
un día me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá
para venir a salvar a nuestros hijos, ahora permíteme que me encarne en cada
una de las hostias para continuar su salvación y ser vida de cada uno de mis
hijos. Mira, oh Padre, pocas horas me
quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis
hijos? Son muchos sus enemigos, las
tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos, ¿quién los
ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo
permanezca en cada hostia para ser vida de cada uno y poner en fuga a sus
enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra manera, ¿a dónde irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es
irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos.”
El Padre se enternece ante la voz tierna y
afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo.
Está ya sobre el altar y unido con el Espíritu Santo para concurrir con
el Hijo. Y Jesús con voz sonora y
conmovedora pronuncia las palabras de la Consagración , y sin
dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en aquel pan y en aquel vino. Después te das en comunión a tus apóstoles, y
creo que nuestra Celestial Mamá no quedó privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran, y todos te
mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento!
Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda
contentado y satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien, sobre
este altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán
hasta el fin de los siglos, y en cada una de las hostias desplegada toda tu
dolorosa Pasión, porque las criaturas, a los excesos de tu amor, corresponderán
con excesos de ingratitud y de enormes delitos, y yo, corazón de mi corazón,
quiero encontrarme siempre contigo en cada uno de los tabernáculos, en todos
los copones y en cada una de las hostias consagradas que habrá hasta el fin del
mundo, para ofrecerte mis actos de reparación a medida que recibes las
ofensas. Por eso corazón mío, me pongo
cerca de Ti y te beso la frente majestuosa, pero mientras te beso siento en mis
labios los pinchazos de las espinas que circundan tu cabeza. Oh mi Jesús, en esta hostia santa no te
limitan las espinas como en la
Pasión , veo que las criatura vienen a tu presencia y en vez
de darte el homenaje de sus pensamientos, te mandan sus pensamientos malos, y
Tú de nuevo bajas la cabeza como en la Pasión para recibir las espinas de los malos
pensamientos que se hacen en tu presencia.
Oh mi amor, junto contigo la abajo también yo para dividir contigo tus
penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para quitar estas espinas que
tanto te hacen sufrir, y cada pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo
para hacerte el acto de reparación por cada pensamiento malo y así endulzar tus
afligidos pensamientos.
Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te
veo en esta hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a todos
aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor, para
tener la correspondencia de sus miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu
presencia y en vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los
distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las miradas entre Tú y
ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote, siento mis labios bañados por tus
lágrimas. Ah, mi Jesús, no llores,
quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas tus penas y llorar contigo,
y repararte por todas las miradas distraídas de las criaturas con ofrecerte mis
miradas y tenerlas siempre fijas en Ti.
Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos
oídos, ah, te veo atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para
consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos oraciones mal
hechas, llenas de desconfianza, oraciones hechas más por costumbre y sin vida,
y tus oídos en esta hostia santa son molestados más que en la misma
Pasión. Oh mi Jesús, quiero tomar todas las
armonías del Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y quiero
poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir contigo esta pena, sino
para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres, para poner pronto
mi acto de reparación y consolarte.
Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo
veo ensangrentado, lívido e hinchado.
Las criaturas, oh Jesús, vienen ante esta hostia santa, y con sus
posturas indecentes, con sus conversaciones malas que hacen delante a Ti, en
vez de darte honor te dan bofetadas y salivazos, y Tú, como en la Pasión , con toda paz y
paciencia los recibes, y todo soportas.
Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al tuyo, no sólo para acariciarte
y besarte conforme te llegan estas bofetadas y quitarte los salivazos, sino que
quiero fundir mi rostro en el tuyo para dividir contigo estas penas, también
quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como
tantas estatuas arrodilladas continuamente, para repararte por todos los
deshonores que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca. Ah, veo que al descender en los corazones de
las criaturas, el primer apoyo que Tú haces es sobre la lengua. ¡Oh, cómo quedas amargado encontrando muchas
lenguas mordaces, impuras, malas, ah, Tú te sientes atormentar por esas
lenguas, y peor aun cuando desciendes a sus corazones. ¡Oh Jesús, si fuera posible quisiera
encontrarme en la boca de cada una de las criaturas para endulzarte y repararte
cualquier ofensa que recibas de ellas.
Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello,
te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime qué haces.
Y Jesús:
“Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la mañana hasta la noche,
formando continuas cadenas de amor, a fin de que conforme las almas vienen a
Mí, Yo las hago encontrar pronta mi cadena de amor para encadenarlas a mi
corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen ellas a cambio? Muchas toman a mal estas mis cadenas, y por
la fuerza se liberan de ellas y las hacen pedazos, y como estas cadenas están
atadas a mi corazón, Yo quedo torturado y doy en delirio; al romper mis cadenas
tiran al vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y buscan las cadenas de
las criaturas, y esto lo hacen aun en mi presencia, sirviéndose de Mí para
lograr sus intentos. Esto me da tanto
dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace desfallecer y delirar.”
Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino también
encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de las criaturas
para descender en ellos y salir de tu prisión, y con las cadenas que te ataban
encadenar sus almas a tu Amor. Pero con
sumo dolor ves que vienen ante Ti con un aire indiferente, sin premuras por
recibirte; otras de hecho no te reciben; y otras, si te reciben, sus corazones
están atados por otros amores y llenos de vicios, como si Tú fueras
despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir de estos corazones
encadenado como entraste, porque no te han dado la libertad de hacerse atar, y
han cambiado tus ansias en llanto. Jesús
mío, permíteme que enjugue tus lágrimas y te tranquilice el llanto con mi amor,
y para repararte te ofrezco las ansias y suspiros, los deseos ardientes que te
han dado todos los santos que han existido y existirán, los de tu Mamá y el
mismo Amor del Padre y del Espíritu Santo, y yo haciendo mío este Amor, quiero
ponerme a las puertas del tabernáculo para hacerte las reparaciones y gritar
detrás a las almas que quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y
tantas veces intento repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos
das a todos los santos, y por cuantos movimientos contiene la Santísima Trinidad.
Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido
que custodies mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que los
pongas como lámparas a la puerta de los tabernáculos para cortejar a Jesús.
¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto en aprietos, ¡ah! te ruego,
para consolarte por las ofensas que recibes y para repararte por tus cadenas
que son hechas pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para
poder darte por todos mi correspondencia de amor.
Jesús mío, flechero divino, beso tu
pecho. Es tal y tanto el fuego que él
contiene, que para dar un poco de desahogo a tus llamas que se elevan tan alto,
Tú, queriendo hacer un descanso en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento,
y tu juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando vengan ante
Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas, haciendo salir de tu pecho tus
flechas para flecharlas, y cuando las reciben Tú haces fiesta y formas tu
juego, pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote en correspondencia
flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud; y Tú quedas tan
afligido por esto, que lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tu
juego de amor. Oh Jesús, he aquí mi
pecho dispuesto a recibir no sólo tus flechas destinadas para mí, sino también
aquellas que te rechazan los demás, y así no quedarás más frustrado en tus
juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las tibiezas y las
ingratitudes que recibes.
Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero
reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia,
y te ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a tu corazón.
Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento
reparar todos los sacrilegios, especialmente las misas malamente
celebradas. ¡Cuántas veces, amor mío Tú
eres obligado a descender del Cielo a las manos de los sacerdotes, que en
virtud de su potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de fango, que
chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos te ves obligado
por tu amor a permanecer en ellas! Es
más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras en ellos a los sacerdotes de tu
Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio. ¡Jesús mío, me da espanto el sólo
pensarlo! Y otra vez, como en la Pasión , te estás en
aquellas manos indignas, como manso corderito, esperando de nuevo tu
muerte. ¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú
quisieras una mano amorosa para liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que cuando te encuentres en esas
manos me llames para estar presente, y para repararte quiero cubrirte con la
pureza de los ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el hedor de
aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y mientras estés en mí yo
te rogaré por los sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y no pongan
en peligro tu Vida Sacramental.
Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero
repararte por quienes te reciben por rutina y sin la debidas disposiciones.
Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero
repararte por aquellos que te reciben para ultrajarte. Ah, te ruego que cuando se atrevan a hacer
esto, renueves el milagro cuando Longinos te traspasó el corazón con la lanza,
y al flujo de aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo
sanaste, y así, a tu toque Sacramental, conviertas las ofensas en amor.
Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se
hacen todas las ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte una
correspondencia de amor, y siempre junto contigo compartir tus penas.
Ah, te ruego celestial flechero de amor, si
alguna ofensa huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu Voluntad,
a fin de que nada se me escape. Rogaré a
la dulce Mamá que me tenga alerta, y junto con Ella te repararemos todo y por
todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu defensa alejaremos de Ti las olas
de las amarguras que recibes de las criaturas.
Ah Jesús, recuerda que también yo soy una pobre encarcelada, es verdad
que tu cárcel es más estrecha, cual es el breve giro de una hostia, por eso
enciérrame en tu corazón, y con las cadenas de tu amor no solo aprisióname,
sino ata uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame las manos
y los pies a tu corazón para que yo no tenga otras manos y otros pies que los
tuyos. Así que, amor mío, mi cárcel será
tu corazón, las cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu Santísima
Voluntad, tus llamas serán mi alimento, tu respiro será el mío, así que no veré
más que llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte, como la que
sufres Tú en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré
aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en mí.
¿No ha sido este tu intento al encarcelarte en la hostia, el ser
desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida en ellas? Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un
beso, yo te abrazo y permanezco en Ti.
Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de
que has instituido el Santísimo Sacramento y que has visto las enormes
ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y amargado, no
te haces para atrás, es más, quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor;
veo que instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo
deben hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y de tal manera los
ordenas sacerdotes e instituyes este otro sacramento. Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo
reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos administrados y
recibidos sin disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones equivocadas
de los sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los ordena, no
usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones. Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero
seguirte y reparar todas estas ofensas.
Después de que has dado cumplimiento a todo,
en compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de Getsemaní para dar
principio a tu dolorosa Pasión. Te
seguiré en todo, para hacerte fiel compañía.
+++
Ofrecimiento Después de Cada Hora
Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta
hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que
oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes
suplicas la salvación de las almas. He
tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas
ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil
veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos;
gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada
respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que
has soportado. En todo, oh mi Jesús,
quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.”
Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de
agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el
flujo de tus gracias y bendiciones. Ah
Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las
partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí
otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de
manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión
contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús,
que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en
el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me
lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a
la unión contigo.
Ah mi Jesús, manténte en guardia para que no
me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus
santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor,
abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.
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