martes, 3 de abril de 2012

HORAS DE LA PASIÓN - 4° Hora - LA CENA EUCARÍSTICA


Preparación Antes de la

Meditación

Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.  Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir.  Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.


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CUARTA HORA

De las 8 a las 9 de la noche

La Cena Eucarística

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con tus amados discípulos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberos dado el alimento, queriendo reparar con esto todas las faltas de agradecimiento de las criaturas por los tantos medios como nos das para la conservación de la vida corporal.  Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas o ves, tienes siempre en tus labios las palabras:  “¡Gracias te sean dadas, oh Padre!”  También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las palabras de tus labios y diré siempre y en todo:  “Gracias por mí y por todos”, para continuar la reparación por las faltas de agradecimiento.
Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde que te atrae la mirada de todo el Cielo y lo hace permanecer estático, los mismo apóstoles se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies.  Pero dime amor mío, ¿qué quieres, qué pretendes con este acto tan humilde, humildad jamás vista y que jamás se verá?
“¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y postrado ante ellas como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo mis insidias de amor para tenerlas!  Quiero, postrado a sus pies, con esta agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el sacramento.  Me importa tanto este acto de recibirme en la Eucaristía, que no quiero confiar este oficio ni a los ángeles, ni siquiera a mi amada Mamá, sino que Yo mismo quiero purificarlas, aún las fibras más íntimas, para disponerlas a recibir el fruto del sacramento, y en los apóstoles era mi intención preparar a todas las almas.
Intento reparar todas las obras santas y la administración de los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de desinterés.  ¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para deshonrarme que para darme honor!  ¡Más para amargarme que para complacerme!  ¡Más para darme muerte que para darme vida!  Estas son las ofensas que más me afligen.  Ah, sí hija mía, numera todas las ofensas más íntimas que se me hacen y repárame con mis mismas reparaciones, consuela mi corazón amargado”.
¡Oh mi afligido bien, hago mía tu Vida y junto contigo intento reparar todas estas ofensas!  Quiero entrar en los más íntimos escondites de tu corazón divino y reparar con tu mismo corazón las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus más amados, y junto contigo quiero girar en todas las almas que te deben recibir en la Eucaristía, y entrar en sus corazones, y junto a tus manos pongo las mías para purificarlas.
Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua con las cuales lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te deben recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el polvo con el cual están manchados, a fin de que recibiéndote, Tú puedas encontrar en ellas tus complacencias en vez de tus amarguras.
Pero, afectuoso bien mío, mientras estás atento a lavar los pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa tu corazón santísimo.  Estos apóstoles representan a todos los futuros hijos de la Iglesia, y cada uno de ellos, representa la serie de cada uno de tus dolores.  En uno las debilidades; en otro los engaños; en otro las hipocresías; en otro el amor desmedido a los intereses; en San Pedro, la falla a los buenos propósitos y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia; en San Juan, las ofensas de tus más fieles; en Judas todos los apostatas, con toda la serie de los graves males causados por ellos.
¡Ah! tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor, tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de cada apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada una de estas ofensas, e imploras y consigues para todos el remedio oportuno.
Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías tus plegarias, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma.  Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus penas.
Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies de Judas, oigo tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al corazón, y no pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por el llanto, lo miras con tus ojos hinchados por el llanto y le dices con el corazón:
“Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas:  ¡No te vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te pido!  Di, ¿qué quieres?  ¿Qué pretendes?  Todo te daré con tal de que no te pierdas.  ¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu Dios!”
Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te sofoca y estás a punto de desfallecer.  Corazón mío y vida mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos.  Comprendo que estas son las estratagemas amorosas que usas con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús, mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no quererse convertir, que me permitas recorrer junto contigo la tierra, y donde estén los pecadores obstinados démosles tus lágrimas para ablandarlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y así consolarte por el dolor de la pérdida de Judas.
Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, y rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi corres a la mesa donde está ya preparado el pan y el vino para la consagración.  Te veo, corazón mío, que tomas un aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu Divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso, tus ojos resplandecen de luz, más que si fueran soles; tu rostro encendido resplandece; tus labios sonrientes, abrasados de amor; y tus manos creadoras se ponen en actitud de crear.  Te veo, amor mío, todo transformado, parece como si tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad.
Corazón mío y Vida mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son presa de un dulce encanto y no se atreven ni siquiera respirar.  La dulce Mamá corre en espíritu a los pies del altar, para contemplar los portentos de tu amor; los ángeles descienden del Cielo y se preguntan entre ellos: “¿qué sucede?  ¿Qué pasa?”  ¡Son verdaderas locuras, verdaderos excesos!  ¡Un Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo.  ¿Y donde?  ¡Dentro de la materia vilísima de un poco de pan y un poco de vino!
Pero mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable, veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al Padre y oigo tu voz dulcísima que dice:  “Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre escuchas a tu Hijo.  Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a salvar a nuestros hijos, ahora permíteme que me encarne en cada una de las hostias para continuar su salvación y ser vida de cada uno de mis hijos.  Mira, oh Padre, pocas horas me quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis hijos?  Son muchos sus enemigos, las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos, ¿quién los ayudará?  ¡Ah, te suplico que Yo permanezca en cada hostia para ser vida de cada uno y poner en fuga a sus enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra manera, ¿a dónde irán?  ¿Quién los ayudará?  Nuestras obras son eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos.”
El Padre se enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo.  Está ya sobre el altar y unido con el Espíritu Santo para concurrir con el Hijo.  Y Jesús con voz sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la Consagración, y sin dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en aquel pan y en aquel vino.  Después te das en comunión a tus apóstoles, y creo que nuestra Celestial Mamá no quedó privada de recibirte.  ¡Ah Jesús, los Cielos se postran, y todos te mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento!
Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda contentado y satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien, sobre este altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada una de las hostias desplegada toda tu dolorosa Pasión, porque las criaturas, a los excesos de tu amor, corresponderán con excesos de ingratitud y de enormes delitos, y yo, corazón de mi corazón, quiero encontrarme siempre contigo en cada uno de los tabernáculos, en todos los copones y en cada una de las hostias consagradas que habrá hasta el fin del mundo, para ofrecerte mis actos de reparación a medida que recibes las ofensas.  Por eso corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso la frente majestuosa, pero mientras te beso siento en mis labios los pinchazos de las espinas que circundan tu cabeza.  Oh mi Jesús, en esta hostia santa no te limitan las espinas como en la Pasión, veo que las criatura vienen a tu presencia y en vez de darte el homenaje de sus pensamientos, te mandan sus pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la cabeza como en la Pasión para recibir las espinas de los malos pensamientos que se hacen en tu presencia.  Oh mi amor, junto contigo la abajo también yo para dividir contigo tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y cada pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo para hacerte el acto de reparación por cada pensamiento malo y así endulzar tus afligidos pensamientos.
Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te veo en esta hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor, para tener la correspondencia de sus miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu presencia y en vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las miradas entre Tú y ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote, siento mis labios bañados por tus lágrimas.  Ah, mi Jesús, no llores, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas tus penas y llorar contigo, y repararte por todas las miradas distraídas de las criaturas con ofrecerte mis miradas y tenerlas siempre fijas en Ti.
Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos oídos, ah, te veo atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos oraciones mal hechas, llenas de desconfianza, oraciones hechas más por costumbre y sin vida, y tus oídos en esta hostia santa son molestados más que en la misma Pasión.  Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y quiero poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir contigo esta pena, sino para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres, para poner pronto mi acto de reparación y consolarte.
Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo veo ensangrentado, lívido e hinchado.  Las criaturas, oh Jesús, vienen ante esta hostia santa, y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que hacen delante a Ti, en vez de darte honor te dan bofetadas y salivazos, y Tú, como en la Pasión, con toda paz y paciencia los recibes, y todo soportas.  Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al tuyo, no sólo para acariciarte y besarte conforme te llegan estas bofetadas y quitarte los salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo para dividir contigo estas penas, también quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como tantas estatuas arrodilladas continuamente, para repararte por todos los deshonores que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca.  Ah, veo que al descender en los corazones de las criaturas, el primer apoyo que Tú haces es sobre la lengua.  ¡Oh, cómo quedas amargado encontrando muchas lenguas mordaces, impuras, malas, ah, Tú te sientes atormentar por esas lenguas, y peor aun cuando desciendes a sus corazones.  ¡Oh Jesús, si fuera posible quisiera encontrarme en la boca de cada una de las criaturas para endulzarte y repararte cualquier ofensa que recibas de ellas.
Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello, te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime qué haces.
Y Jesús:  “Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la mañana hasta la noche, formando continuas cadenas de amor, a fin de que conforme las almas vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta mi cadena de amor para encadenarlas a mi corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen ellas a cambio?  Muchas toman a mal estas mis cadenas, y por la fuerza se liberan de ellas y las hacen pedazos, y como estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo quedo torturado y doy en delirio; al romper mis cadenas tiran al vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y buscan las cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi presencia, sirviéndose de Mí para lograr sus intentos.  Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace desfallecer y delirar.”
Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino también encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de las criaturas para descender en ellos y salir de tu prisión, y con las cadenas que te ataban encadenar sus almas a tu Amor.  Pero con sumo dolor ves que vienen ante Ti con un aire indiferente, sin premuras por recibirte; otras de hecho no te reciben; y otras, si te reciben, sus corazones están atados por otros amores y llenos de vicios, como si Tú fueras despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir de estos corazones encadenado como entraste, porque no te han dado la libertad de hacerse atar, y han cambiado tus ansias en llanto.  Jesús mío, permíteme que enjugue tus lágrimas y te tranquilice el llanto con mi amor, y para repararte te ofrezco las ansias y suspiros, los deseos ardientes que te han dado todos los santos que han existido y existirán, los de tu Mamá y el mismo Amor del Padre y del Espíritu Santo, y yo haciendo mío este Amor, quiero ponerme a las puertas del tabernáculo para hacerte las reparaciones y gritar detrás a las almas que quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces intento repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos das a todos los santos, y por cuantos movimientos contiene la Santísima Trinidad.
Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido que custodies mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que los pongas como lámparas a la puerta de los tabernáculos para cortejar a Jesús.
¡Cuánto te compadezco, oh Jesús!  Tu amor es puesto en aprietos, ¡ah! te ruego, para consolarte por las ofensas que recibes y para repararte por tus cadenas que son hechas pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de amor.
Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho.  Es tal y tanto el fuego que él contiene, que para dar un poco de desahogo a tus llamas que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un descanso en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas, haciendo salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y cuando las reciben Tú haces fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote en correspondencia flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud; y Tú quedas tan afligido por esto, que lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tu juego de amor.  Oh Jesús, he aquí mi pecho dispuesto a recibir no sólo tus flechas destinadas para mí, sino también aquellas que te rechazan los demás, y así no quedarás más frustrado en tus juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las tibiezas y las ingratitudes que recibes.
Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia, y te ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a tu corazón.
Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento reparar todos los sacrilegios, especialmente las misas malamente celebradas.  ¡Cuántas veces, amor mío Tú eres obligado a descender del Cielo a las manos de los sacerdotes, que en virtud de su potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas!  Es más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras en ellos a los sacerdotes de tu Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio.  ¡Jesús mío, me da espanto el sólo pensarlo!  Y otra vez, como en la Pasión, te estás en aquellas manos indignas, como manso corderito, esperando de nuevo tu muerte.  ¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú quisieras una mano amorosa para liberarte de esas manos sanguinarias!  Ah, te ruego que cuando te encuentres en esas manos me llames para estar presente, y para repararte quiero cubrirte con la pureza de los ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el hedor de aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y mientras estés en mí yo te rogaré por los sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y no pongan en peligro tu Vida Sacramental.
Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero repararte por quienes te reciben por rutina y sin la debidas disposiciones.
Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero repararte por aquellos que te reciben para ultrajarte.  Ah, te ruego que cuando se atrevan a hacer esto, renueves el milagro cuando Longinos te traspasó el corazón con la lanza, y al flujo de aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo sanaste, y así, a tu toque Sacramental, conviertas las ofensas en amor.
Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se hacen todas las ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte una correspondencia de amor, y siempre junto contigo compartir tus penas.
Ah, te ruego celestial flechero de amor, si alguna ofensa huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu Voluntad, a fin de que nada se me escape.  Rogaré a la dulce Mamá que me tenga alerta, y junto con Ella te repararemos todo y por todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras que recibes de las criaturas.  Ah Jesús, recuerda que también yo soy una pobre encarcelada, es verdad que tu cárcel es más estrecha, cual es el breve giro de una hostia, por eso enciérrame en tu corazón, y con las cadenas de tu amor no solo aprisióname, sino ata uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame las manos y los pies a tu corazón para que yo no tenga otras manos y otros pies que los tuyos.  Así que, amor mío, mi cárcel será tu corazón, las cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu Santísima Voluntad, tus llamas serán mi alimento, tu respiro será el mío, así que no veré más que llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte, como la que sufres Tú en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en mí.  ¿No ha sido este tu intento al encarcelarte en la hostia, el ser desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida en ellas?  Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un beso, yo te abrazo y permanezco en Ti.
Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de que has instituido el Santísimo Sacramento y que has visto las enormes ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y amargado, no te haces para atrás, es más, quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; veo que instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo deben hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y de tal manera los ordenas sacerdotes e instituyes este otro sacramento.  Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos administrados y recibidos sin disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones equivocadas de los sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los ordena, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones.  Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero seguirte y reparar todas estas ofensas.
Después de que has dado cumplimiento a todo, en compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de Getsemaní para dar principio a tu dolorosa Pasión.  Te seguiré en todo, para hacerte fiel compañía.


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Ofrecimiento Después de Cada Hora

Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido.  Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas.  He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.  Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.  En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.”  Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.  Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti.  Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.  Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.
Ah mi Jesús, manténte en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer.  Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.


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