viernes, 27 de abril de 2012

Cualquier parecido con la triste realidad que vivimos... ¿Será coincidencia?


YO SOY EL ALTÍSIMO,  DETESTO EL PAGANISMO

9.05.1987


Estaba pensando, cuando acababa de ver un documental sobre el "Milagro de Fátima", cómo, incluso con eso, mucha gente estaba escéptica, llamándolo toda clase de cosas, como hipnotismo masivo, etc. En los tiempos antiguos, esta clase de milagro habría sido creído y escrito en la Santa Biblia; pero, hoy día, tendrán que pasar años antes de que sea aceptado. Estoy temiendo que Tu Mensaje no sea reconocido como Tuyo, porque no existe una prueba física o una predicción de ello. Toda alta autoridad, SI esto llega a ellos, ni siquiera prestarán atención a Tu súplica y ¡yo sé que Tu Cáliz de Justicia ahora está lleno! El mundo Te está ofendiendo mucho. No Te escucharán.

¿Hay alguna autoridad mayor que tu Dios?

No, Dios mío, ninguna, pero... ¿y si ellos no Te escuchan? Algunos pueden pensar que es propaganda para la Iglesia. Me refiero a a las altas autoridades y que están contra la Iglesia. Ellos pueden pensar que todo esto fue inventado. ¡Inventado por la Iglesia!

Vassula, Yo soy el Altísimo y toda autoridad vendrá de Mí.

¿Y si no creen?

No voy a escribir lo que sucederá si no escuchan, por su obstinación. ¿Me temes, pequeña?

(Dios debió sentir en mí un temor que me traspasó. Cuando Él estaba escribiendo la palabra 'sucederá', sentí una punzada de tristeza del Corazón de Dios).

Sí, ¡de Tu ira!

Yo soportaré y perdonaré sus pecados, pero no soportaré su odio contra Mí. Yo soy su Creador y su aliento viene de Mí. Yo sostengo toda la creación en Mi Mano.

Yo detesto el paganismo.
1

Vassula, déjame guiarte, ven, pequeña Mía, y descansa en Mí.


Más tarde.

Tu suspiro, prometida, es como un millón de palabras de amor a Mí. Sí, estoy hablando del suspiro que Me diste esta mañana.

Es verdad, esta mañana yo solo pensé en Jesús con amor; quería decirle muchas cosas, pero ni siquiera encontré las palabras correctas. Entonces, sólo suspiré, pero Él comprendió muchas cosas por mi suspiro.

Vassula, ámame ciegamente y déjame utilizarte como deseo. Sé absolutamente nada porque, siendo nada, Yo puedo serlo todo y, así, completaré Mis Obras. Crearte fue un deleite para Mí.

Dios mío, temo decepcionarte siéndote infiel. Y además, ¿cómo puedo hablar, entonces, de permanecer fiel? Ni siquiera sé si alguna vez he sido completamente fiel.

Desde toda la eternidad, Yo sabía que eres débil y miserable, pero te amo. He tomado Mis precauciones, para que tú Me permanezcas fiel. ¿Te imaginaste que Yo no sabía todo eso? Sabía todo y es precisamente por eso por lo que te escogí. Te dije que tu inefable debilidad y tu miseria Me atraen. Ven, que esta enseñanza restablecerá Mi honra. Yo Me alegro de cómo remediará sus injusticias.

Vassula, ¡coróname con palabras cariñosas!


¿Mis palabras, Señor? ¿Qué posible valor podrán tener ante tan Majestuosa Presencia?

Cada palabra tierna y amorosa, aunque venga de ti, se vuelve divina en Mi Presencia. Se vuelve grande a Mis Oídos.

Nunca te canses de escribir, Mi pequeño instrumento. Todo lo que haces viene de Mí; Yo te sostengo con Mi Fuerza y te llamo, cuando lo deseo. Yo te amo, ama tú también a tu Señor.


Sentí de nuevo que Su Grandeza me aniquilaba completamente. Era como si me sumergiera en el más profundo de los océanos. ¡Un sentimiento maravilloso de querer ser poseída por Dios y ser feliz por ello!




1 Ateísmo

EVANGELIZACIÓN EN EL AMOR DE DIOS PADRE 

Mzo 29_12
Ya no habrá medianías, seréis o no seréis, Me buscaréis o Me haréis a un lado.        

¡VIVO PARA TI SEÑOR JESÚS, TE AMO! DESEO ARDIENTEMENTE QUE VIVAS EN MÍ.


 
27 de abril de 2012
Bendito seas Señor amado, gracias por tu infinita paciencia, y tu inmenso amor a esta pobre alma, indigna totalmente de Ti, pero que alza los ojos suplicándote que no la abandones.
Señor; por tu infinita misericordia he atraído tu atención, y me has rescatado de la podredumbre del pecado. De las miserias del mundo, de las garras del enemigo. Me has hecho tuya, y me has lavado y sanado las heridas.
Señor con gran ternura me has abrazado y consolado, dando respiro a mi corazón y a mi alma.
Señor has estado siempre al pendiente de mis necesidades, proveyendo de todo lo que necesario para que yo pueda continuar caminando sin lastimarme. Y si he caído, has acudido presto a recogerme, sanando mis golpes y animándome a levantarme. Demostrándome cuanto me ha fortalecido ese tropezón o esa caída.
Si no he querido escucharte y me he alejado haciendo oídos sordos; con infinita paciencia, has esperado tranquilamente a que yo vuelva a tus brazos, llorando, después de haber comprobado que lejos de Ti, sólo he encontrado amargura y desolación. Y que he sido presa fácil del engaño del enemigo. 
Y con tus Ojos amorosos me invitas a dar gracias al nuestro Padre del Cielo, porque he regresado a tus brazos.
*Hoy me has mostrado con infinita ternura, que cada día, cada momento en cada Santo Sacrificio de la Misa, repites tu Santa Pasión, muriendo de nuevo en la Cruz y resucitando, para poder hacerte Alimento de Vida Eterna para nosotros, y así otorgarnos el don maravilloso de la Resurrección a nuestras almas. Para que cuando esta alma mía regrese al Santo Padre, llegue invadida de Tu Luz y salvada por Ti que eres Pan y Vino de salvación, Alimento Eterno. ¡Cuánto Amor entregas momento a momento! ¿Cuántas almas responden a este tan inmenso Querer? Y ahí estas Señor, esperando pacientemente que uno llegue a Ti, debidamente presentado, con el corazón abierto, para que Tu entres en el y lo invadas de Tu Luz e irradies Tu Amor a otros por medio de este corazón que te ha abierto las puertas.
Te suplico Señor, que no te canses de llamarnos, y no te canses de enseñarnos que tenemos que ayudarte a llevar más almas a Tu Divina Presencia Eucarística. Para que Tú puedas sanarnos y salvarnos y protegernos del enemigo.
Bendito seas Señor, alabado seas por siempre Amado Jesús, permíteme que el día de hoy, con todas mis poquísimas acciones, pueda agradarte, y toma mi día, como una ofrenda, y con esta ofrenda te pido que lleves tu Luz y tu Amor a muchos corazones, a aquellos que te han olvidado, que te rechazan, que te niegan.  Yo te ofrezco mi vida, obras y trabajos de este día, para que ablandes esos corazones y aprendan a amarte. En especial te pido por X que tu bien conoces y que sabes bien cuanta falta le hace tu presencia.
¡Gracias Señor Jesús! ¡Bendito Seas! 
Gracias por amarme y por no soltarme de tus benditas manos. Gracias por llevarme en el centro de Tu Sagrado Corazón.
Gracias Mamita María, por que también me llevas en el centro de Tu Inmaculado Corazón y me sostienes, intercediendo por mí y los míos. ¡Bendita Seas Mamita, gracias!


*(La Santa Misa y sus efectos; particularmente la resurrección de los muertos con el propio cuerpo.) (36) – LIBRO DEL CIELO, Vol. 1


Leer también el mensaje del día 09-01-1996 del libro de Fabiana Corrado "Déjate Amar" que encontrarás en este link:  MENSAJES 1996







VIVE PARA MÍ

23.05.90

-La paz esté contigo. Soy Yo, Jesús. No dejes nunca de llamarme. No dejes nunca de orar. Yo te doy Mi Paz y Mi Amor. ¿Hija? ¿No tienes nada que decirme?
-Yo Te doy mi pobre amor y mi nada, Señor.
-¡Ah! Yo deseo tu amor aun cuando es pobre, lo mismo que tu nada, pequeña, permanece siempre una nada. Achícate enteramente. Anula todo lo que es el tú absorbiendo todo lo que soy Yo. Llena tu espíritu de Mi Espíritu a fin de que tu alma llegue a ser una viva antorcha de luz. Sé transparente, sí, límpida, para que tu luz brille a través de ti sin defecto, sino solamente en pureza.

Si tú Me pides todos los días que perdone tus pecados y si Me permites purificarte, aunque esto exija sufrimientos y pruebas Yo lo haré sin vacilación. Yo conozco tus necesidades. Yo no te permito pecar. Yo nunca te he ordenado pecar y no tengo ningún gusto en oír que tu lengua se desvía. ¿No te he pedido que seas Mi incienso, sosegándome con tu fragancia? Yo te he dado una lengua para alabarme y para recordar a Mi pueblo el Amor que tengo por él. Sé atenta pues, discípula, y escucha las instrucciones de la Sabiduría.

Guarda Santo Mi Nombre y guarda escrupulosamente Mi Ley y Mis Enseñanzas, y Yo nunca te abandonaré. Yo soy tu Dios y Conmigo a tu lado, ¿quién puede estar contra ti? Después que se te ha dado un carisma como éste sin que lo merecieras, asegúrate de no negarme nada y Yo quiero decir: nada. De modo que, vive para Mí, haz penitencia y ayuna. Ayuna a pan y agua. No rechaces con desdén las pruebas que Yo te doy. ¡Alégrate cuando eres perseguida! ¡Alégrate cuando te amenazan por Mi causa! ¡Alégrate cuando eres atacada por Mis enemigos! Estas son, hija Mía, las pruebas por medio de las cuales Yo te haré perfecta.

Ora sin descanso, ora, ora, ora sin contar los minutos. Yo no te ahorraré los sufrimientos, Vassula, como el Padre no Me ha ahorrado los sufrimientos. Yo quiero que tú seas un crucifijo viviente, un recuerdo de Mí Mismo. ¿No sabías que el don del sufrimiento viene de Mi Infinita Generosidad y de Mi Amor Infinito? Entonces, no dudes en abrazar Mi Cruz. Que tus brazos estrechen Mi Cruz con fervor y Ella te llevará por la Senda de Vida. Si tus pies se alejan del Sendero correcto está cierta que Mi Amor y Mi Lealtad te preservarán. Yo vendré presto en tu ayuda. Que tu alma esté en constante sed de Mí. Hazme oír y sentir tus suspiros de amor. Alma, Yo he marcado profundamente tu frente con los suspiros de Mi Amor, los suspiros que te he dado continuamente. Yo he marcado tu frente con Mi Santo Nombre y te he hecho Mía por la eternidad. Entonces, alza tus ojos hacia Mí y encuentra la Verdadera Paz en Mi Presencia. Dime, pues, hija Mía, tú a quien ama Mi Corazón, ¿me vas a devolver este Amor que Yo tengo por ti?

-Mi amor es pobre. ¿Cómo reemplazaría nunca Tu Corona de Espinas por una corona de rosas? Mi espíritu pondera esto continuamente y se anega dentro de mí. Entonces, explícame pues sin cansarte de mí y yo aprenderé. Enséñame a amarte como Tú deseas que Te amemos. Enséñame a observar escrupulosamente Tu Ley por siempre y para siempre, a fin de que marche por la Senda de la Rectitud. Dirige mis pasos por el Sendero del Amor como Tú has prometido.

-Ah, hija... Yo he forzado Mis Ojos esperando que tus labios pronuncien tus votos de fidelidad...

Dulce Jesús, siempre tan tierno,
Bienamado, atráeme entonces
por las huellas de Tus Pasos de Fidelidad,
hazme estar enferma de amor por Ti,
hazme gustar Tus Sufrimientos;
ellos serán en mi boca
como los frutos más raros de Tu Jardín.

-Entonces, ábrete a Mí a fin de que Yo pueda respirar sobre ti. Mi Aliento tiene los más finos olores, Mi fragancia es una mezcla de incienso y de mirra. Ábrete a Mí, alma, a fin de que Mi Espíritu de Amor sople sobre ti. Mi Soplo es Vida. Ábrete a Mí, amada Mía, hija Mía. Yo he estado suspirando por este momento para mostrarte Mi Divino Corazón. Yo he venido todo el camino desde el Cielo hasta el umbral de tu puerta para encontrarte y ahora que te he encontrado, no te dejaré partir. ¡Habla, alma! Respóndeme.

-Ven, ven a nosotros, Señor, multiplica el Sello del Amor de Tu Santo Espíritu en nuestras frentes, el Sello de la Promesa. Dios, crea un corazón limpio en nosotros. Yo sé que Tú estás en el umbral de cada alma, esperando su respuesta. Tus Ojos suspirando por ver abrirse su puerta. Tus Viñedos floreciendo ahora, mi Señor, y pronto darán suficientes frutos para alimentar cada desierto. Los muertos no vendrán a la vida, a menos que Tú soples sobre ellos, resucitándolos con Tu dulce fragancia. A causa de Tu Amor, que esta tierra de espectros vuelva a la vida.
-Entonces, Yo les sonreiré y Mi Luz penetrará por los goznes de su puerta y por el ojo de cada cerradura; ¡aun por debajo de su puerta penetrará Mi Luz!

-¡Aleluya, gloria a Dios!

-¡Sí! Grita de alegría, pequeño corazón, ¡vuestras tierras estériles llevarán frutos! Prorrumpid en lágrimas de alegría, todos vosotros que Me escucháis. Con un amor eterno, he tenido Yo piedad de vosotros. Crecerán viñedos en lugar de espinas y abrojos. Yo Me propongo mostrar Mi Santidad y Mi Sabiduría para borrar la hostilidad de esta era entre Mi Divinidad y su pretendida sabiduría.



Les invito a seguir Sus llamados, que no hay nada más hermoso, más grande, más maravilloso, mas seguro, y verdadero que el AMOR DE DIOS

viernes, 20 de abril de 2012

HORAS DE LA PASIÓN - 11° - Jesús en casa de Caifás


De la 3 a las 4 de la mañana

UNDECIMA HORA




Jesús en casa de Caifás

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:



Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y digo:  “Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay quien te defienda.”  Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente.  Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti?  ¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar?  Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré para defenderte.  Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me estrecha más fuerte y me dice:  “Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable.  Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta.”

Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos.  Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara.  Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti.  Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte.  ¡Ah, cómo se distingue bien la inocencia y el pecado!

Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en acto de ser condenado.  Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos.  ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es tu amor!  Y quién te acusa de una cosa y quién de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.

Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar por el dolor.  Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora?  Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta ahora.  Dime, ¿dime qué pasa?  Hazme partícipe de todo, oh Jesús.

“¡Ah! hija, ¿quieres saberlo?  Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce.  ¡Ah! Pedro, ¿cómo?  ¿No me conoces?  ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado?  ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor!  ¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la ocasión!”

Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de tus más amados.  Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro.  A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las ocasiones.  Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice:  “Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?”  Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes:

“¡Tú lo dices, sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las naciones!”

Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice a todos:  “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?  ¡Ya ha dicho una gran blasfemia!  ¿Qué más esperamos para condenarlo?  ¡Ya es reo de muerte!”  Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies.  Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos.  Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor.  Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes.  Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo obligada a resignarme.

Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados.  Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres o reposas.  Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.



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HORAS DE LA PASION - 10° - Jesús es presentado a Anás


De las 2 a las 3 de la mañana

DECIMA HORA



Jesús es presentado a Anás

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:



Jesús sea siempre conmigo.  Dulce Mamá, sigamos juntas a Jesús.  Mi Jesús, centinela divino que me vigilas en tu corazón, y no queriendo quedarte solo sin mí me despiertas y haces que me encuentre junto contigo en casa de Anás.  Te encuentras en aquel momento en que Anás te interroga sobre tu doctrina y tus discípulos; y Tú, oh Jesús, para defender la gloria del Padre abres tu sacratísima boca, y con voz sonora y llena de dignidad respondes:  “Yo he hablado en público, y todos los que aquí están me han escuchado.”

Ante estas dignas palabras tuyas, todos tiemblan, pero es tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a ti y te da una bofetada con la mano, tan fuerte de hacerte tambalear y ponerse pálido tu rostro santísimo.

Ahora comprendo dulce Vida mía por qué me has despertado, Tú tenías razón:  ¿Quién habría de sostenerte en este momento en que estás por caer?  Tus enemigos rompen en risas satánicas, en silbidos y en palmadas, aplaudiendo un acto tan injusto, y Tú, tambaleándote, no tienes en quien apoyarte.  Mi Jesús, te abrazo, es más, quiero hacer un apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con ánimo y pronta a soportar cualquier pena por amor tuyo; te compadezco por este ultraje, y junto contigo te reparo las timideces de tantas almas que fácilmente se desaniman, por aquellos que por temor no dicen la verdad, por las faltas de respeto debido a los sacerdotes, y por todas las faltas cometidas por murmuraciones.

Pero veo afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás, y tus enemigos te precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en esta dolorosa caída reparas por aquellos que de noche se precipitan en la culpa, aprovechándose de las tinieblas, y llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe.  También yo quiero seguirte en esas reparaciones, y mientras llegas ante Caifás te envío mis suspiros para defenderte de tus enemigos.  Y mientras yo duermo continúa haciéndome de centinela y despiértame cuando tengas necesidad.  Por eso dame un beso y bendíceme, y yo beso tu corazón y en él continúo mi sueño.



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HORAS DE LA PASIÓN - 9° - Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón


NOVENA HORA

De la 1 a las 2 de la mañana



Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:



Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el sueño.  ¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos te dejan y huyen de Ti?  Los mismos apóstoles, el ferviente Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan en poder de tus crueles enemigos.

Mi Jesús, estás solo.  Tus purísimos ojos miran a tu alrededor para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados por Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y mientras descubres que ninguno, ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante llanto.  Y Tú sientes más dolor por el abandono de tus fieles amigos que por lo que te están haciendo tus mismos enemigos.  Mi Jesús, no llores, o haz que yo llore junto contigo.  Y el amable Jesús parece que dice:

“Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí; por tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa, que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos hacen ver que están en torno a Mí, pero Yo permanezco siempre solo.  Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono!  No sólo me lloran los ojos, sino que me sangra el corazón.  Ah, te ruego que repares mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás jamás solo.”

Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y fundiéndome en tu Divina Voluntad!  Pero mientras Tú lloras el abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún ultraje que te puedan hacer.  Oprimido y atado como estás, oh mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga tropezar en las piedras y herirte con las espinas.  Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de la cabeza.  Mi Vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin de poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche para ofenderte mayormente:  quién con sus encuentros, quién por placeres, quién por teatros, quién para llevar a cabo robos sacrílegos.  Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas ofensas.

Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas marcada aquella piedra.  Después, jalándote, te arrastran bajo aquellas aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos, en la boca, en la nariz.  Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el pecado.  ¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, atrayéndose así los rayos de la Divina Justicia!  Oh Vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande?  Para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas; Tú permites también que estas aguas te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco, que ellos mismos sienten asco de tocarte.

Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza; miras a tu alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz, uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está lejana, porque así lo dispone el Padre.

Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos.  Quiero llorar tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos.  Mi amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos santos, quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con la tuya para salvar a todas las almas.  Quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y después continuaremos juntos el camino de tu Pasión.



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HORAS DE LA PASIÓN - 8° - La captura de Jesús


OCTAVA HORA

De las 12 de la noche a la 1 de la mañana



La captura de Jesús


Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:



Oh Jesús mío, ya es media noche; escuchas que se aproximan los enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la sangre, reanimado por los consuelos recibidos vas de nuevo a donde están tus amados discípulos, los llamas, los amonestas y te los llevas junto contigo, y vas al encuentro de tus enemigos, queriendo reparar con tu prontitud mi lentitud, mi desgano y pereza en el obrar y en el sufrir por amor tuyo.  Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que escena tan conmovedora veo:  Al primero que encuentras es al pérfido Judas, el cual acercándose a Ti y poniéndote un brazo alrededor de tu cuello te saluda y te besa; y Tú, amor entrañable, no desdeñas besar aquellos labios infernales, lo abrazas y te lo estrechas al corazón, queriéndolo arrancar del infierno y dándole muestras de nuevo amor.  Mi Jesús, ¿cómo es posible no amarte?  Es tanta la ternura de tu amor que debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo no te aman.  Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de Judas, soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad, especialmente de los sacerdotes.  Tu beso, además, manifiesta que a ningún pecador, con tal de que venga a Ti humillado, rehusarías darle el perdón.

Ternísimo Jesús mío, ya te entregas en manos de tus enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir lo que ellos quieran.  También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a fin de que Tú, libremente, puedas hacer de mí lo que más te agrade; y junto contigo quiero seguir tu Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas.  Quiero estar siempre en torno a Ti para hacer que no haya ofensa que no te repare, amargura que no endulce, salivazos y bofetadas que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mía.  En tus caídas, mis manos estarán siempre dispuestas a ayudarte para levantarte.  Así que siempre contigo quiero estar, oh mi Jesús, ni siquiera un minuto quiero dejarte solo; y para estar más segura, ponme dentro de Ti, y yo estaré en tu mente, en tus miradas, en tu corazón y en todo Tú mismo, para hacer que lo que haces Tú, pueda hacerlo también yo, así podré hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas, para darte por todo mi correspondencia de amor.

Dulce bien mío, estaré a tu lado para defenderte, para aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas tus palabras.  ¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que dirigiste a Judas:  “Amigo, ¿a qué has venido?”  Y siento que a mí también me diriges la mismas palabras, no llamándome amiga sino con el dulce nombre de hija:  “Hija, ¿a qué has venido?”  Para oír que te respondo:  “Jesús, a amarte.”  “¿A qué has venido?”, me repites si me despierto en la mañana; “¿a qué has venido?”, si hago oración; “¿a qué has venido?”, me repites desde la Hostia Santa si vengo a recibirte en mi corazón.  ¡Qué bello reclamo para mí y para todos!  Pero cuántos a tu “¿a qué has venido?” responden:  Vengo a ofenderte.  Otros, fingiendo no escucharte se entregan a toda clase de pecados, y a tu pregunta “¿a qué has venido?” responden con irse al infierno.  ¡Cuánto te compadezco, oh mi Jesús!  Quisiera tomar las mismas cuerdas con que van a atarte tus enemigos, para atar a estas almas y evitarte este dolor.

Pero de nuevo escucho tu voz ternísima que dice, mientras vas al encuentro de tus enemigos:  “¿A quién buscáis?”  Y ellos responden:  “A Jesús Nazareno.”  Y Tú les dices:  “Yo soy.”  Con esta sola palabra dices todo y te das a conocer por lo que eres, tanto que tus enemigos tiemblan y caen por tierra como muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de nuevo “Yo soy”, los vuelves a llamar a la vida, y por Ti mismo te entregas en manos de tus enemigos.  Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de caer humildes y palpitantes a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por tierra, te pisotean bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú, con paciencia inaudita callas, sufres y reparas las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros, no se rinden a tu Gracia y se obstinan de más.

Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la dulce cadena del amor.  Y corriges amorosamente a Pedro que quiere defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con esto las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por demasiado celo caen en la culpa.

Mi pacientísimo Jesús, estas cuerdas y cadenas parece que ponen algo de más bello a tu Divina Persona.  Tu frente se hace más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus mismos enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu rostro divino se pone en actitud de una paz y dulzura suprema, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con tu tono de voz suave y penetrante, si bien pocos, los haces temblar, tanto que si se atreven a ofenderte es porque Tú mismo se los permites.

Oh amor encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú seas atado por causa mía, haciendo más desahogo de amor, y yo, pequeña hija tuya, esté sin cadenas?  No, no, más bien átame con tus manos santísimas con tus mismas sogas y cadenas.

Por eso te ruego que ates, mientras beso tu frente divina, todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis afectos y todo mi ser, y al mismo tiempo ata a todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte más.

Dulce bien mío, ya es la una de la madrugada, la mente comienza a adormecerse; haré lo que más pueda por mantenerme despierta, pero si el sueño me sorprende, me dejo en Ti para seguir lo que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo por mí.  En Ti dejo mis pensamientos para defenderte de tus enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi latido para decirte siempre que te amo y para darte el amor que los demás no te dan, las gotas de mi sangre para repararte y restituirte el honor y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas.  Jesús mío, bendíceme y hazme dormir en tu adorable corazón, para que por tus latidos, acelerados por el amor o por el dolor, pueda despertarme frecuentemente, y así jamás interrumpir nuestra compañía.  Así queda acordado, oh Jesús.



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domingo, 8 de abril de 2012

HORAS DE LA PASIÓN - 7° - Tercer hora de agonía en el Huerto de Getsemaní


SEPTIMA HORA


De las 11 a las 12 de la noche



Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní

Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:



Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que sigues agonizando.  La sangre a ríos te escurre por todo el cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie has caído en un lago de sangre.  ¡Oh mi amor, se me rompe el corazón al verte tan débil y agotado!  Tu rostro adorable y tus manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer que estas culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada uno el reescrito de tu perdón.  Pero, oh mi Jesús, reanímate, es demasiado lo que sufres; baste hasta aquí a tu amor.

Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su propia sangre, el amor le da nueva vida.  Lo veo moverse con dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre y de fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas con trabajo se arrastra.  Dulce vida mía, deja que te lleve entre mis brazos.  ¿Vas tal vez a tus amados discípulos?  Pero cual no es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos de nuevo dormidos.  Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas:  “Hijos míos, no durmáis, la hora está próxima, ¿no veis a qué estado me he reducido?  Ah, ayúdenme, no me abandonéis en estas horas extremas.

Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras Juan extiende los brazos para sostenerte.  Estás tan irreconocible que si no hubiera sido por la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían reconocido.  Después, recomendándoles que estén despiertos y que oren, regresas al huerto, pero con una segunda herida en el corazón.  En esta herida veo, mi bien, todas las culpas de aquellas almas que, no obstante las manifestaciones de tus favores en dones, besos y caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y de tus dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua oración y vigilancia.

Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto, después de haber gustado tus dones, para permanecer privados y resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer que tales almas resistan la prueba.  Por eso, mientras te compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo más mínimo disgustarte, las circundes de tanta Gracia que las detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.

Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y de tierra y por tercera vez repites:  “Padre, si es posible pase de Mi este cáliz.  Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable, el último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre tu Hijo, que formo una sola cosa contigo.  ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre, no me dejes sin consuelo!”

Después me parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu ayuda a la amada Mamá:  “Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi contento.  Mamá mía, Magdalena, amados apóstoles, todos vosotros que me amáis, ayudadme, confortadme, no me dejéis solo en estos momentos extremos, hacedme todos corona a mi alrededor, denme por consuelo vuestra compañía y vuestro amor.”

Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en estos extremos?  ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al verte ahogado en sangre?  ¿Quién no derramará a torrentes amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que buscan ayuda y consuelo?

Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te envía un ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de este estado de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos.  Y mientras estés con el ángel, yo recorreré Cielo y tierra.  Tú me permitirás que tome esta sangre que has derramado, a fin de que pueda darla a todos los hombres como prenda de la salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y obras.

Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a todas las almas dándoles la sangre de Jesús.  Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos dar es llevarle almas.

 Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué estado se ha reducido Jesús.  Él quiere consuelo de todos y es tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no rechaza ninguno.

Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices:  “¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi Humanidad, os quiero, os suspiro!  ¡Ah, no seáis sordas a mi voz, no hagáis vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi amor, mis penas!  ¡Vengan, almas, vengan!”

Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre, tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra quiero ir a todas las almas para darles tu sangre como prenda de su salvación y llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus delirios y endulzar las amarguras de tu agonía.  Y mientras hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.

Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere consuelo.  Así que dame tu mano materna y giremos juntas por todo el mundo en busca de almas.  Encerremos en su sangre los afectos, los deseos, los pensamientos, las obras, los pasos de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas del corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así, encerradas en su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos en torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima agonía.

Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna gota quede sin su copioso efecto.  ¡Mamá mía, pronto, giremos!  Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.

Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a las puertas de las casas donde yacen los enfermos.  ¡Cuántos miembros desgarrados!  Cuántos bajo la atrocidad de los dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida, otros son abandonados por todos y no tienen quien les dé una palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros, y por eso mayormente maldicen y se desesperan.  Ah, Mamá, escucho los sollozos de Jesús que ve correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que hacen sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él.  Ah, démosles su sangre, a fin de que les suministre las ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien que hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y tú Mamá mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa toca con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama torrentes de gracias sobre todas sus penas.  Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos, a quien carece de los medios necesarios dispón tú almas generosas que los socorran, a quien se encuentra bajo la atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así, fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús dispone para ellos.

Sigamos nuestro recorrido y entremos en las estancias de los moribundos.  ¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas están por caer en el infierno, cuántas después de una vida de pecado quieren dar el último dolor a ese corazón repetidamente traspasado, coronando su último respiro con un acto de desesperación!  Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el último asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las llamas infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a la esperanza.  Otras, atadas a los vínculos de la tierra no saben resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son extremos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan, cómo se debaten entre los espasmos de la agonía, cómo piden ayuda y piedad?  ¡La tierra ya ha desaparecido para ellas!  Mamá Santa, pon tu mano materna sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada moribundo la sangre de Jesús, y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga a todos a recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte.  Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus besos, sus lágrimas, su llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados, hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles tal confianza en el corazón, que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús.  Y así, cuando Él los juzgue los encontrará cubiertos con su sangre, abandonados en sus brazos y a todos les dará su perdón.

Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres criaturas que tienen necesidad de esta sangre.  Mamá mía, me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr, porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo de mi corazón que me repiten:  “¡Hija mía, ayúdame, dame almas!”

Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a su sangre sufrir nuevas profanaciones.  Se requiere un milagro que les impida la caída, por eso démosles la sangre de Jesús, para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer en el pecado.

Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y su agonía se hace más intensa.  Démosles la sangre de Jesús, y así encuentren esa mano que las levante.  Mira, oh Mamá, son almas que tienen necesidad de esta sangre, almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su estado!  El Cielo las mira y llora con dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los elementos están contra ellas y quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador.  Ah Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida, démosla pues a fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero renazcan más bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.

Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese corazón tan amargado.  Démosles la sangre de Jesús, a fin de que esta sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor después de la culpa, que los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no separarse  de ellos jamás.

Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia la perdición y no hay quien las detenga en su carrera.  Ah, pongamos esta sangre delante a sus pies, para que al tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere salvas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.

Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra sus complacencias y el reposo en la Creación, pero las criaturas van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino.  Sellemos y circundemos pues su inocencia con la sangre de Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no entre en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien quisiera contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que Jesús encuentre su reposo en la Creación y todas sus complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de tantas otras pobres criaturas.  Mamá mía, pongamos a estas almas en la sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios, llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su amor, atémoslas a su corazón para endulzar las amarguras de su mortal agonía.

Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los herejes y de los infieles.  ¡Cuánto dolor no siente Jesús en estas regiones!  Él, que es vida de todos, no recibe en correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es conocido por sus mismas criaturas.  Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que les disipe las tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender que tienen un alma, y abra a ellas el Cielo.  Después pongámoslas todas en la sangre de Jesús y conduzcámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su amarguísima agonía.

Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere otras almas aún.  Las almas de los moribundos en estas regiones se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en el infierno.  Estas almas están ya a punto de expirar y precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y se perderán sin duda.  No, Mamá, esta sangre no será derramada inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia ellas, derramemos la sangre de Jesús sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda en ellas Fe, Esperanza y Amor.  Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo que les falta, más aún, déjate ver, en tu rostro resplandece la belleza de Jesús, tus modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti, con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu corazón materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú su Madre las quieres para siempre felices contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las quiere recibir, recuérdale el amor con el que te las confió bajo la cruz, reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras contentará tu corazón, contentará también sus ardientes deseos.

Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos:  A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; a los pobres, para que sufran resignados su pobreza; a los que son tentados, para que obtengan la victoria; a los incrédulos, para que triunfe en ellos la virtud de la Fe; a los blasfemos, para que cambien las blasfemias en bendiciones; a los sacerdotes, a fin de que comprendan su misión y sean dignos ministros de Jesús.  Con esta sangre toca sus labios, a fin de que no digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.

Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para que estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia sus súbditos.

Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las almas purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su liberación.  ¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten atraídas hacia el sumo bien?  Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas cuanto antes consigo, las atrae con su amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener la pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer de nuevo en las llamas.  Mamá mía, descendamos en esta profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que las quema, purifiquémoslas de sus manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del sumo bien.  Demos esta sangre a las almas más abandonadas, a fin de que encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y liberación.  Haz de reina en estas regiones de llanto y de lamentos, extiende tus manos maternas y una a una sácalas de estas llamas ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo hacia el Cielo.

Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo.  Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh Mamá, que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria.  Esta sangre te inunde de nueva luz y de nuevos contentos, y haz que esta luz descienda en beneficio de todas las criaturas para dar a todas gracias de salvación.

Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes cuánto la necesito.  Con tus mismas manos maternas retoca todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta sangre circule en mis venas y me dé toda la Vida de Jesús, descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón mismo de Jesús, me embellezca tanto que Jesús pueda encontrar todos sus contentos en mí.

Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones celestiales y demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a fin de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud de esta sangre podamos un día reunirnos con ellos.  Y después de haber dado a todos esta sangre, vayamos de nuevo a Jesús.  Angeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él suspira las almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para darles a todas los frutos de su sangre.  Pongámoslas en torno a Él y se sentirá regresar la Vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha sufrido.  Y ahora Mamá santa, llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de que también ellos le den honor a Jesús.  Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos descended del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de la tierra, venid con vuestro perfume; pajarillos, venid con vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a confortar a Jesús.  Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro Creador, nuestra Vida, nuestro todo; vengan todos a confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro Soberano Señor.  Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas, flores, pájaros, Él quiere almas, almas.

Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo;  a tu lado está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado mucha parte en tu dolorosa agonía; también está aquí Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de todos los siglos.  Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una palabra de perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que ningún alma  te huya más.

Pero me parece que dices:  “¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se precipitan en la ruina eterna!  ¿Cómo podrá entonces calmarse mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas las almas juntas?”




Conclusión de la Agonía




Agonizante Jesús, mientras parece que está por apagarse tu vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros abandonados, y frecuentemente siento que no respiras más, y siento que el corazón se me rompe por el dolor.  Te abrazo y te siento helado; te muevo y no das señales de vida.  ¿Jesús, has muerto?  Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a llorar a Jesús y no permitan que yo continúe  viviendo sin Él, porque no puedo.  Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro respiro y de nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo:  “¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras!  Ya oigo el ruido de tus enemigos que vienen a prenderte, ¿quién te defenderá en el estado en que te encuentras?”  Y Él, sacudido, parece que resurge de la muerte a la vida, me mira y me dice:

“Hija, ¿estás aquí?  ¿Has sido entonces espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he sufrido?  Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi misma Vida.  Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida.  ¡Ah, cuánto me cuestan las almas!  ¡Si fuese al menos correspondido!  Por eso tú has visto que mientras moría, volvía a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi.”

Mi atormentado Jesús, ya que has querido encerrar en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por esta tu amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el momento de mi muerte.  Yo te he dado mi corazón como refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a tu disposición, y yo, oh, de buena gana me entregaría en manos de tus enemigos para poder morir yo en lugar tuyo.  Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme lo que te he dado, tu compañía, tu corazón como lecho y descanso, tus brazos como sostén, tu respiro afanoso para aliviar mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por medio de tu respiro, que como aire purificador me purificará de toda mancha y me dispondrá al ingreso de la eterna bienaventuranza.  Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu Santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a través de Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en mí, no encontrarás nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu Santísima Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo.  Y ahora te ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos a  todos en tu abrazo de amor y dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no permitas que ninguno se pierda.

Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de tu Pasión y muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de las almas del Purgatorio.  Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres dejarme para ir a su encuentro.  Jesús, permíteme que te de un beso en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su beso infernal; permíteme que te limpie el rostro bañado en sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te sigo y Tú me bendices y me asistes.



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