SEPTIMA HORA
De
las 11 a
las 12 de la noche
Tercera hora de agonía en el Huerto de
Getsemaní
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo
por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y
fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para
abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro
y veo que sigues agonizando. La sangre a
ríos te escurre por todo el cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote
en pie has caído en un lago de sangre.
¡Oh mi amor, se me rompe el corazón al verte tan débil y agotado! Tu rostro adorable y tus manos creadoras se
apoyan en la tierra y se llenan de sangre; me parece que a los ríos de
iniquidad que te mandan las criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer
que estas culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada uno el
reescrito de tu perdón. Pero, oh mi
Jesús, reanímate, es demasiado lo que sufres; baste hasta aquí a tu amor.
Y mientras parece que mi amable Jesús muere en
su propia sangre, el amor le da nueva vida.
Lo veo moverse con dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre
y de fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas con trabajo se
arrastra. Dulce vida mía, deja que te
lleve entre mis brazos. ¿Vas tal vez a
tus amados discípulos? Pero cual no es
el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos de nuevo dormidos. Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas: “Hijos míos, no durmáis, la hora está
próxima, ¿no veis a qué estado me he reducido?
Ah, ayúdenme, no me abandonéis en estas horas extremas.
Y casi vacilante estás a punto de caer a su
lado, mientras Juan extiende los brazos para sostenerte. Estás tan irreconocible que si no hubiera
sido por la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían reconocido. Después, recomendándoles que estén despiertos
y que oren, regresas al huerto, pero con una segunda herida en el corazón. En esta herida veo, mi bien, todas las culpas
de aquellas almas que, no obstante las manifestaciones de tus favores en dones,
besos y caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y de tus
dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua
oración y vigilancia.
Mi Jesús, es cierto que después de haberte
visto, después de haber gustado tus dones, para permanecer privados y resistir
se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer que tales almas resistan
la prueba. Por eso, mientras te
compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y ofensas son las más
amargas a tu corazón, te ruego que en caso de que ellas llegasen a dar un solo
paso que pueda en lo más mínimo disgustarte, las circundes de tanta Gracia que
las detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.
Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto,
parece que no puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y de
tierra y por tercera vez repites: “Padre,
si es posible pase de Mi este cáliz.
Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las
culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable, el último entre los
hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia está indignada conmigo; pero
mírame, Oh Padre, soy siempre tu Hijo, que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre, no me dejes sin
consuelo!”
Después me parece oír, oh dulce bien mío, que
llamas en tu ayuda a la amada Mamá:
“Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me estrechabas siendo
niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme fuerzas y endulzar las
amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi contento. Mamá mía, Magdalena, amados apóstoles, todos
vosotros que me amáis, ayudadme, confortadme, no me dejéis solo en estos
momentos extremos, hacedme todos corona a mi alrededor, denme por consuelo
vuestra compañía y vuestro amor.”
Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el
verte en estos extremos? ¿Qué corazón
será tan duro que no se rompa al verte ahogado en sangre? ¿Quién no derramará a torrentes amargas
lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que buscan ayuda y consuelo?
Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te
envía un ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de este estado de
agonía y puedas entregarte en manos de los judíos. Y mientras estés con el ángel, yo recorreré
Cielo y tierra. Tú me permitirás que
tome esta sangre que has derramado, a fin de que pueda darla a todos los
hombres como prenda de la salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en
correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y obras.
Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que
vayamos juntas a todas las almas dándoles la sangre de Jesús. Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor
consuelo que le podemos dar es llevarle almas.
Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a
ver a qué estado se ha reducido Jesús.
Él quiere consuelo de todos y es tal y tanto el abatimiento en el cual
se encuentra, que no rechaza ninguno.
Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de
intensas amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más, que gimes
y que deliras, y con voz sofocada dices:
“¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi Humanidad, os
quiero, os suspiro! ¡Ah, no seáis sordas
a mi voz, no hagáis vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi amor, mis
penas! ¡Vengan, almas, vengan!”
Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es
una herida a mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre, tu
Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra quiero ir a
todas las almas para darles tu sangre como prenda de su salvación y llevártelas
a Ti para calmar tus deseos, tus delirios y endulzar las amarguras de tu
agonía. Y mientras hago esto, Tú acompáñame
con tu mirada.
Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere
almas, quiere consuelo. Así que dame tu
mano materna y giremos juntas por todo el mundo en busca de almas. Encerremos en su sangre los afectos, los
deseos, los pensamientos, las obras, los pasos de todas las criaturas, y
arrojemos en sus almas las llamas del corazón de Jesús, a fin de que se rindan,
y así, encerradas en su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos
en torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima agonía.
Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve
disponiendo a las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna
gota quede sin su copioso efecto. ¡Mamá
mía, pronto, giremos! Veo la mirada de
Jesús que nos sigue, escucho sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar
nuestra tarea.
Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos
encontramos a las puertas de las casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos miembros desgarrados! Cuántos bajo la atrocidad de los dolores
prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida, otros son abandonados por
todos y no tienen quien les dé una palabra de consuelo, ni los más necesarios
socorros, y por eso mayormente maldicen y se desesperan. Ah, Mamá, escucho los sollozos de Jesús que
ve correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que
hacen sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él. Ah, démosles su sangre, a fin de que les
suministre las ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien que
hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y tú Mamá mía, ponte a
su lado y como Madre afectuosa toca con tus manos maternas sus miembros
doloridos, alivia sus dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama
torrentes de gracias sobre todas sus penas.
Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos, a quien carece
de los medios necesarios dispón tú almas generosas que los socorran, a quien se
encuentra bajo la atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así,
fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús dispone para
ellos.
Sigamos nuestro recorrido y entremos en las
estancias de los moribundos. ¡Mamá mía,
qué terror, cuántas almas están por caer en el infierno, cuántas después de una
vida de pecado quieren dar el último dolor a ese corazón repetidamente
traspasado, coronando su último respiro con un acto de desesperación! Muchos demonios están en torno a ellas
infundiendo en su corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el
último asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las llamas
infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a la esperanza. Otras, atadas a los vínculos de la tierra no
saben resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son extremos,
tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan, cómo se debaten entre
los espasmos de la agonía, cómo piden ayuda y piedad? ¡La tierra ya ha desaparecido para
ellas! Mamá Santa, pon tu mano materna
sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada
moribundo la sangre de Jesús, y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga
a todos a recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte. Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus
besos, sus lágrimas, su llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados,
hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles tal confianza en el
corazón, que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los encontrará
cubiertos con su sangre, abandonados en sus brazos y a todos les dará su
perdón.
Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna
vea con amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres criaturas que
tienen necesidad de esta sangre. Mamá
mía, me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr, porque
quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo de mi corazón que me repiten: “¡Hija mía, ayúdame, dame almas!”
Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena
de almas que están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a su
sangre sufrir nuevas profanaciones. Se
requiere un milagro que les impida la caída, por eso démosles la sangre de
Jesús, para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer en el
pecado.
Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya
caídas en la culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las
ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y su agonía se hace más
intensa. Démosles la sangre de Jesús, y
así encuentren esa mano que las levante. Mira, oh Mamá, son almas que tienen
necesidad de esta sangre, almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su
estado! El Cielo las mira y llora con
dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los elementos están contra
ellas y quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador. Ah Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida,
démosla pues a fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero renazcan más
bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.
Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que
llevan la marca de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo
ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos Judas esparcidos por
la tierra, y que traspasan ese corazón tan amargado. Démosles la sangre de Jesús, a fin de que
esta sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la
salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor después de la culpa, que
los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no
separarse de ellos jamás.
Mira, oh Mamá, hay almas que corren
alocadamente hacia la perdición y no hay quien las detenga en su carrera. Ah, pongamos esta sangre delante a sus pies,
para que al tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere
salvas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.
Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay
almas buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra sus complacencias y el
reposo en la Creación,
pero las criaturas van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para
arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el reposo de Jesús en
llanto y amarguras, como si no tuvieran otra mira que el dar continuos dolores
a ese corazón divino. Sellemos y
circundemos pues su inocencia con la sangre de Jesús, como si fuera un muro de
defensa, a fin de que no entre en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a
quien quisiera contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que
Jesús encuentre su reposo en la
Creación y todas sus complacencias, y por amor a ellas se
mueva a piedad de tantas otras pobres criaturas. Mamá mía, pongamos a estas almas en la
sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios,
llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su amor, atémoslas a su
corazón para endulzar las amarguras de su mortal agonía.
Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y
quiere todavía otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los
herejes y de los infieles. ¡Cuánto dolor
no siente Jesús en estas regiones! Él,
que es vida de todos, no recibe en correspondencia ni siquiera un pequeño acto
de amor y no es conocido por sus mismas criaturas. Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que
les disipe las tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender
que tienen un alma, y abra a ellas el Cielo.
Después pongámoslas todas en la sangre de Jesús y conduzcámoslas en
torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que encuentran a su Padre, y
así Jesús se sentirá confortado en su amarguísima agonía.
Pero parece que Jesús no está aún contento,
porque quiere otras almas aún. Las almas
de los moribundos en estas regiones se las siente arrancar de sus brazos para
ir a caer en el infierno. Estas almas
están ya a punto de expirar y precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado
para salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y se perderán sin
duda. No, Mamá, esta sangre no será
derramada inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia ellas,
derramemos la sangre de Jesús sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda
en ellas Fe, Esperanza y Amor. Ponte a
su lado, Mamá, suple todo lo que les falta, más aún, déjate ver, en tu rostro
resplandece la belleza de Jesús, tus modos son en todo iguales a los suyos, y
así, viéndote a Ti, con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a
tu corazón materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que
siendo Tú su Madre las quieres para siempre felices contigo en el Cielo, y así,
mientras expiran, recíbelas en tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de
Jesús; y si Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las
quiere recibir, recuérdale el amor con el que te las confió bajo la cruz,
reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu amor y a tus plegarias Él no
sabrá resistir, y mientras contentará tu corazón, contentará también sus ardientes
deseos.
Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y
démosla a todos: A los afligidos, para
que por ella reciban consuelo; a los pobres, para que sufran resignados su
pobreza; a los que son tentados, para que obtengan la victoria; a los
incrédulos, para que triunfe en ellos la virtud de la Fe; a los blasfemos, para que
cambien las blasfemias en bendiciones; a los sacerdotes, a fin de que
comprendan su misión y sean dignos ministros de Jesús. Con esta sangre toca sus labios, a fin de que
no digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran
y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.
Demos esta sangre a los que rigen los pueblos,
para que estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia sus
súbditos.
Volemos ahora al purgatorio y démosla también
a las almas purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su
liberación. ¿No escuchas, Mamá,
sus gemidos, sus delirios de amor que las torturan, y cómo continuamente se
sienten atraídas hacia el sumo bien?
Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas cuanto antes
consigo, las atrae con su amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus
de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener
la pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer de nuevo en
las llamas. Mamá mía, descendamos en
esta profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz,
mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que las quema,
purifiquémoslas de sus manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos
del sumo bien. Demos esta sangre a las
almas más abandonadas, a fin de que encuentren en ella todos los sufragios que
las criaturas les niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a
ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y
liberación. Haz de reina en estas
regiones de llanto y de lamentos, extiende tus manos maternas y una a una
sácalas de estas llamas ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo hacia el
Cielo.
Y ahora hagamos también nosotras un vuelo
hacia el Cielo. Pongámonos a las puertas
eternas, y permíteme, oh Mamá, que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor
gloria. Esta sangre te inunde de nueva
luz y de nuevos contentos, y haz que esta luz descienda en beneficio de todas
las criaturas para dar a todas gracias de salvación.
Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú
sabes cuánto la necesito. Con tus mismas
manos maternas retoca todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis
manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta sangre circule en
mis venas y me dé toda la Vida
de Jesús, descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón mismo de
Jesús, me embellezca tanto que Jesús pueda encontrar todos sus contentos en mí.
Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones
celestiales y demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a fin
de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de agradecimiento a
Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud de esta sangre podamos un día
reunirnos con ellos. Y después de haber
dado a todos esta sangre, vayamos de nuevo a Jesús. Angeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él
suspira las almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para darles
a todas los frutos de su sangre.
Pongámoslas en torno a Él y se sentirá regresar la Vida y recompensar por la
amarguísima agonía que ha sufrido. Y
ahora Mamá santa, llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de
que también ellos le den honor a Jesús.
Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para dar
consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos descended del cielo
y venid a dar consuelo a Jesús; flores de la tierra, venid con vuestro perfume;
pajarillos, venid con vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a
confortar a Jesús. Ven, oh mar, a
refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro Creador, nuestra Vida, nuestro todo;
vengan todos a confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro Soberano Señor. Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas,
flores, pájaros, Él quiere almas, almas.
Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas
conmigo; a tu lado está la amada Mamá,
descansa entre sus brazos, también Ella tendrá consuelo al estrecharte a su
seno, pues ha tomado mucha parte en tu dolorosa agonía; también está aquí
Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de todos los siglos. Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una
palabra de perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que ningún alma te huya más.
Pero me parece que dices: “¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza huyen
de Mí y se precipitan en la ruina eterna!
¿Cómo podrá entonces calmarse mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma
cuanto amo a todas las almas juntas?”
Conclusión de la Agonía
Agonizante Jesús, mientras parece que está por
apagarse tu vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos
eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros abandonados, y
frecuentemente siento que no respiras más, y siento que el corazón se me rompe
por el dolor. Te abrazo y te siento
helado; te muevo y no das señales de vida.
¿Jesús, has muerto? Afligida Mamá,
ángeles del Cielo, vengan a llorar a Jesús y no permitan que yo continúe viviendo sin Él, porque no puedo. Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro
respiro y de nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo: “¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras! Ya oigo el ruido de tus enemigos que vienen a
prenderte, ¿quién te defenderá en el estado en que te encuentras?” Y Él, sacudido, parece que resurge de la
muerte a la vida, me mira y me dice:
“Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces espectadora de mis penas y
de las tantas muertes que he sufrido?
Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he reunido
en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y sus
mismas muertes, dando a cada una mi misma Vida.
Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán
para ellas en fuente de dulzura y de vida.
¡Ah, cuánto me cuestan las almas!
¡Si fuese al menos correspondido!
Por eso tú has visto que mientras moría, volvía a respirar, eran las
muertes de las criaturas que sentía en Mi.”
Mi atormentado Jesús, ya que has querido
encerrar en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por
esta tu amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el momento de mi
muerte. Yo te he dado mi corazón como
refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a tu disposición, y
yo, oh, de buena gana me entregaría en manos de tus enemigos para poder morir
yo en lugar tuyo. Ven, oh vida de mi
corazón en aquel momento a darme lo que te he dado, tu compañía, tu corazón
como lecho y descanso, tus brazos como sostén, tu respiro afanoso para aliviar
mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por medio de tu respiro,
que como aire purificador me purificará de toda mancha y me dispondrá al
ingreso de la eterna bienaventuranza.
Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu Santísima Humanidad,
de modo que mirándome me verás a través de Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en
mí, no encontrarás nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu sangre, me
vestirás con la cándida vestidura de tu Santísima Voluntad, me adornarás con tu
amor y dándome el último beso me harás emprender el vuelo de la tierra al
Cielo. Y ahora te ruego que hagas esto
que quiero para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y dándoles el beso
de la unión contigo sálvalos a todos y no permitas que ninguno se pierda.
Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa
en memoria de tu Pasión y muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los
tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por la paz de los
pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de las almas del
Purgatorio. Pero veo que tus enemigos
están ya cerca y Tú quieres dejarme para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te de un beso en tus
labios, en los cuales Judas osará besarte con su beso infernal; permíteme que
te limpie el rostro bañado en sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y
salivazos, y estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te sigo
y Tú me bendices y me asistes.
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