Diálogos en el silencio de Dios
Mi palabra es para todos mis hijos
gritad mi voz por todo lugar
no excluyo a nadie de mi corazón
son realmente mis propias palabras las que vais a hacer llegar.
Todos sois hijos legítimos y dignos de mi amor.
Los más alejados
Los más sufrientes
Los más enfermos
Los más pecadores
Estas palabras actuarán como mi sangre redentora.
¡Apresuraos en llevar la buena noticia!
¡Proclamad mi mensaje de amor a toda raza, pueblo y nación!
¡A los jóvenes!
¡A los ancianos!
¡A los niños!
¡A todos los hombres y mujeres!
¡A toda la creación!
¡Llevad la gracia que a vosotros se os ha encomendado desde el cielo!
Gozo por los frutos que están por venir
La paz os doy
Salid al mundo con mi paz y bendición
Amén.
7 MARZO 2010
12,00 P.M.
Yo no soy la autora de lo que vais a leer.
Soy simplemente el torpe instrumento que, sin saber aún por qué, ha escuchado en recogimiento ante el Señor, una voz dulcísima, siempre consoladora, que me hablaba de amor.
Y esa voz se acompañó de signos que me dieron certeza del deseo de Nuestro Señor en hacer llegar a Sus hijos las palabras que Él me dirigía en los silencios de la oración.
Nada es mío, y yo soy del Señor.
Dono lo que me ha sido entregado.
En vuestras manos dejo algo tan valioso como es el Corazón mismo de nuestro amado Jesús.
Escuchadlo.
Sus Palabras, dirigidas a mí, son para cada una de las almas a las que llega este escrito.
Cada una de estas Palabras ha sido discernida por el sacerdote designado por el Señor como director espiritual de mi alma.
Y salen a la luz con el amparo de su tutela.
Esther.
Año 2008
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