viernes, 25 de febrero de 2011

TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN

SEGUNDA PARTE
 
El culto a María en la Iglesia

CAPITULO I
 
 
a. Fundamentos teológicos del culto a María

60. Acabo de exponer brevemente que el culto a la Santísima Virgen nos es necesario. Es preciso decir ahora en qué consiste. Lo haré, Dios mediante, después de clarificar algunas verdades fundamentales que iluminarán la grande y sólida devoción que quiero dar a conocer a Jesucristo, fin último del culto a la Santísima Virgen

Primera verdad.

61. El fin último de toda devoción debe ser Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre. De lo contrario, tendríamos una devoción falsa y engañosa. Jesucristo es el Alfa y la Omega, el principio y fin de todas las cosas. La meta de nuestro misterio escribe San Pablo "es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe... y con eso se logrará el hombre perfecto que, en la madurez de su desarrollo, es la plenitud de Cristo". Efectivamente, sólo en Cristo "permanece toda la plenitud de Dios, en forma corporal" y todas las demás plenitudes de gracia, virtud y perfección. Sólo en Cristo hemos sido beneficiados "con toda clase de bendiciones espirituales".

Porque El es
el único Maestro que debe enseñarnos,
el único Señor de quien debemos depender,
la única Cabeza a la que debemos estar unidos,
el único Modelo a quien debemos conformarnos,
el único Médico que debe curarnos,
el único Pastor que debe apacentarnos,
el único Camino que debe conducirnos,
la única Verdad que debemos creer,
la única Vida que debe vivificarnos y
el único Todo que en todo debe bastarnos.
"No se ha dado a los hombres sobre la tierra otro Nombre por el cual podamos ser salvados", sino el de Jesús.

Dios no nos ha dado otro fundamento de salvación, perfección y gloria, que Jesucristo. Todo edificio que no esté construido sobre la roca firme, se apoya en arena movediza y tarde o temprano caerá infaliblemente.

Quien no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, caerá, se secará y lo arrojará al fuego. Sí en cambio; permanecemos en Jesucristo y Jesucristo en nosotros, se acabó para nosotros la condenación, ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni creatura alguna podrá hacernos daño, porque nadie podrá separarnos de la caridad de Dios que está en Cristo Jesús.

Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo:
·         tribular al Padre en unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria,
·         hacernos perfectos y ser olor de vida eterna para nuestro prójimo.
62. Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor. Si la devoción a la Santísima Virgen apartarse de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica. Pero como ya he demostrado y volveré a demostrarlo más adelante sucede todo lo contrario. Esta devoción no es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad.

63. Me dirijo a Ti, por un momento, mi amabilísimo Jesús, para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad, de que la mayor parte de los cristianos, aún los más instruidos, ignoran la estrechísima unión que te liga a tu Madre Santísima. Tú, Señor, estás siempre con María y María está siempre contigo: de lo contrario dejaría de ser lo que es; María está de tal manera trasformada en Ti por la gracia, que Ella ya no vive ni es nada: Tú, Jesús mío, vives y reinas en Ella más perfectamente que en todos los ángeles y santos.

¡Ah! Si te conociera la gloria y amor que recibes en esta creatura admirable, ¡Se tendrían hacia Ti y hacia Ella sentimientos muy diferentes de los que aho9ra se tienen! Ella se halla tan íntimamente unida a Ti que sería más fácil o separar la luz del sol, el calor del fuego, más aún, sería más fácil separar de Ti a todos los ángeles y santos que a la excelsa María: porque Ella te ama más ardientemente y te glorifica con mayor perfección que todas las demás creaturas juntas.

64. ¿No será, pues, extraño y lamentable, amable Maestro mío, el ver la ignorancia y oscuridad de todos los hombres respecto a tu santísima Madre? No hablo de tantos idólatras y paganos: no conociéndote a Ti, tampoco a Ella la conocen. Tampoco hablo de los herejes y cismáticos: separados de Ti y de tu Iglesia, no se preocupan de ser devotos de tu Madre. Hablo, si, de los católicos y aún de los doctores entre los católicos: ellos hacen profesión de enseñar a otros la verdad, pero no te conocen ni a Ti ni a tu Madre sino de manera especulativa, árida, estéril e indiferente. Estos caballeros hablan sólo rara vez de tu Sama. Madre y del culto que se debe. Tienen miedo, según dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria al honrarla a Ella demasiado. Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con frecuencia de la devoción hacia esta Madre amantísima, con acento filial, eficaz y persuasivo, como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino corto y sin peligros, de una senda inmaculada y sin imperfección y de un secreto maravilloso para encontrarte y amarte debidamente, gritan en seguida contra él, esgrimiendo mil argumentos falsos, para probarle que no hay que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos en esta devoción y que es preciso dedicarse a destruirlos, que es mejor hablar de Ti en vez de llevar a las gentes a la devoción a la Santísima Virgen a quien ya aman lo suficiente.

Si alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu Santísima Madre, no es, sin embargo, para defenderla o inculcarla, sino para destruir sus posibles abusos. Mientras carecen de piedad y devoción tierna para contigo, porque no la tienen para con María. Consideran el Rosario, el escapulario, la corona (cinco misterios) como devociones propias de mujercillas e ignorantes, que poco importan para la salvación. De suerte que, si encuentran al algún devoto de Santa María que reza el Rosario o practica alguna devoción en su honor, procuran cambiarle el espíritu y el corazón y le aconsejan que, en lugar del Rosario, rece los siete salmos penitenciales y, en vez de la devoción a la Santísima Virgen, le exhortan a la devoción a Jesucristo.

¡Jesús mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te agrada su conducta? ¿Te agrada quien, por temor a desagradarte, no se esfuerza por honrar a tu Madre? ¿Es la devoción a tu Santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Se arroga Ella para sí el honor que se le tributa? ¿Es, por ventura, una extraña, que nada tiene que ver contigo? ¿Quién la agrada a Ella, te desagrada a Ti? Consagrarse a Ella y amarla ¿será separarse o alejarse de Ti?

65. ¡Maestro amabilísimo! Sin embargo, si cuanto acabo de decir fuera verdad, la mayoría de los sabios justo castigo de su soberbia no se alejaría n más que ahora de la devoción a tu Santísima Madre ni mostrarían para con Ella mayor indiferencia de la que ostentan.¡Guárdame, Señor! ¡Guárdame de sus sentimientos y de su conducta! Dame participar en los sentimientos de gratitud, estima, respeto y amor que tienes para con tu Santísima Madre, a fin de que pueda amarte y glorificarte tanto más perfectamente, cuando más te limite y siga de cerca.

66. Y, como si no hubiera dicho nada acerca de tu Santísima Madre conédeme la gracia de alabarla dignamente, a pesar de todos sus enemigos que lo son tuyos y gritarles a voz en cuello con todos los santos: "No espere alcanzar misericordia de Dios quien ofenda a su Madre bendita".

67. Para alcanzar tu misericordia una verdadera devoción hacia tu Santísima Madre y difundir esta devoción por toda la tierra, concédeme amarte ardientemente y acepta para ello la súplica inflamada que te dirijo con San Agustín y tus verdaderos amigos:

"Tú eres, oh Cristo,
mi Padre santo, mi Dios misericordioso,
mi rey poderoso, mi buen pastor,
mi único maestro, mi mejor ayuda,
mi amado hermosísimo, mi pan vivo,
mi sacerdote por la eternidad,
mi guía hacia la patria,
mi luz verdadera, mi dulzura santa,
mi camino recto, mi Sabiduría preclara,
mi humilde simplicidad, mi concordia pacífica,
mi protección total, mi rica heredad,
mi salvación eterna....
¡Cristo Jesús, Señor amabilísimo!
¿Por qué habré deseado durante la vida
algo fuera de Ti, mi Jesús y mi Dios?
¿Dónde me hallaba cuando no pensaba en Ti?
Anhelos todos de mi corazón,
inflámense y desbórdense desde ahora
hacia el Señor Jesús;
corran, que mucho se han retrasado,
apresúrense hacia la meta,
busquen a quien buscan.
¡Oh Jesús! ¡Anatema quien no te ame!
¡Reboce de amargura quien no te quiera!
¡Dulce Jesús,
que todo buen corazón dispuesto a la alabanza,
te ame,
se deleite en Ti,
se admire ante Ti!
¡Dios de mi corazón!
¡Herencia mía, Cristo Jesús!
¡Desfallezca el latir de mi corazón!
vive, Señor, en mí;
enciéndase en mi pecho
la viva llama de tu amor,
acrézcase en incendio;
arda siempre en el altar de mi corazón,
queme en mis entrañas,
incendie lo íntimo de mi alma,
y que en el día de mi muerte
comparezca yo consumado en tu presencia.
Amén".

He querido transcribir esta maravillosa plegaria de San Agustín, para que repitiéndola todos los días pidas el amor de Jesucristo, ese amor que estamos buscando por medio de la excelsa María.

b. Pertenecemos a Cristo y a María.

Segunda verdad.

68. De lo que Jesucristo es para nosotros debemos concluir con el Apóstol que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos, comprados con el precio infinito de toda su sangre.

Efectivamente, antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo, que no debemos ya vivir ni morir sino a fin de fructificar para este Dios-Hombre, glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su propia herencia.

Por la misma razón, el Espíritu Santo nos compara a:
1º árboles plantados junto a la corriente de las aguas de la gracia, en el campo de la iglesia, que deben dar fruto en tiempo oportuno.

2º los sarmientos de una vid, cuya cepa es Cristo, y que deben producir sabrosas uvas.

3º un rebaño, cuyo pastor es Jesucristo y que deben multiplicarse y producir leche.4º Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo: una tierra fértil, cuyo agricultor es Dios, y en la cual se multiplica la semilla y produce el 30, el 60, el ciento por uno.
Por otra parte, Jesucristo maldijo a la higuera infructuosa y condenó al siervo inútil que no hizo fructificar su talento.

Todo esto nos demuestra que Jesucristo quiere recoger algún fruto de nuestras pobres personas, a saber, nuestras buenas obras, porque éstas le pertenecen exclusivamente: "Hemos sido creados para las buenas obras en Cristo Jesús". Estas palabras del Espíritu Santo demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser también el único fin de nuestras buenas obras y que debemos servirle, no sólo como asalariados sino como esclavos de amor.

Me explico:

69. Hay en este mundo dos modos de pertenecer a otro y depender de su autoridad: el simple servicio y la esclavitud. De donde proceden los apelativos de criado y esclavo.

Por el servicio común, entre los cristianos, uno se compromete a servir a otro durante cierto tiempo y por determinado salario o retribución.

Por la esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente, por toda la vida y debe servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna, como si él fuera uno de sus animales sobre los que tiene derecho de vida y muerte.

70. Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y voluntaria.

Todas las creaturas son esclavas de Dios del primer modo: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena".

Del segundo, lo son los demonios y condenados.

Del tercero, los justos y los santos.

La esclavitud voluntaria es la más perfecta y la más gloriosa para Dios, que escruta el corazón, nos lo pide para sí y se llama Dios del corazón o de la voluntad amorosa. Efectivamente, por esta esclavitud, optas por Dios y su servicio por encima de todo lo demás, aunque no estuvieras obligado a ello por naturaleza.

71. Hay una diferencia total entre criado y esclavo.
1º el criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo que posee ni todo lo que puede adquirir por sí mismo o por otros; el esclavo se entrega totalmente a su amo, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna:

2º el criado exige retribución por los servicios que presta a su patrón; el esclavo, por el contrario, no puede exigir nada, por más asiduidad, habilidad y energía que ponga en el trabajo;

3º el criado puede abandonar a su patrón cuando quiera o al menos, cuando expire el plazo del contrato; mientras que el esclavo no tiene derecho a abandonar a su amo cuando quiera;

4º el patrón no tiene sobre el criado derecho ninguno de vida o muerte, de modo que si lo matase como a uno de sus animales de carga, cometería un homicidio; el amo, en cambio, conforme a la ley tiene sobre su esclavo derecho de vida y muerte, de modo que puede venderlo a quien quiera o matarlo perdóname la comparación como haría con su propio caballo;

5º por último, el criado está al servicio del patrón sólo temporalmente; el esclavo, lo está para siempre.72. Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su Santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo y de la Santísima Virgen que se proclamó servidora y esclava del Señor. El apóstol se honra en llamarse servidor de Jesucristo. Los cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada. Escritura servidores de Cristo. Palabra que como hace notar acertadamente un escritor insigne equivalía antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores como los criados de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos o libertos.
Para afirmar abiertamente que somos esclavos de Jesucristo, el Catecismo del Concilio de Trento se sirve de un término que no deja lugar a dudas, llamándolos mancipia Christi: esclavos de Cristo.

73. Afirmo que debemos pertenecer a Jesucristo y servirle, no sólo como mercenarios, sino como esclavos de amor, que por efecto de un intenso amor se entregan y consagran a su servicio en calidad de esclavos por el único honor de pertenecerle.

Antes del Bautismo éramos esclavos del diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos de Jesucristo. Es necesario, pues, que los cristianos sean esclavos del diablo o de Jesucristo.

74. Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo proporcionalmente de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó gratuitamente respecto a su Majestad todos los derechos y privilegios que El posee por naturaleza.

"Todo lo que conviene a Dios por naturaleza conviene a María por gracia" dicen los santos. De suerte que, según ellos, teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen también los mismos súbditos, servidores y esclavos.

75. Podemos, pues conforme al parecer de los santos y de muchos varones insignes llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del cual debemos servirnos para ir a El. Pues María no es como las demás creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar de acercarnos a El. La inclinación más fuerte de María es la de unirnos a Jesucristo, su Hijo; y la más viva inclinación del Hijo es que vayamos a El por medio de su Santísima Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar a un rey el hacerse esclavos de la reina para ser mejores súbditos y esclavos del soberano. Por esto, los santos Padres y entre ellos San Buenaventura , dice que la Santísima Virgen es el camino para llegar al Señor.

76. Más aún, si como he dicho la Santísima Virgen es la Reina y Soberana del cielo y de la tierra, ¿por qué no ha de tener tantos súbditos y esclavos como creaturas hay? Y, ¿no será razonable que, entre tantos esclavos por fuerza, los haya también de amor, que escojan libremente a María como a su Soberana? Pues ¡qué! Han de tener los hombres y los demonios sus esclavos voluntarios y ¿no los ha de tener María? Y ¡qué! Un rey se siente honrado de que la reina, su consorte, tenga esclavos sobre los cuales pueda ejercer derechos de vida y muerte en efecto, el honor y poder del uno son el honor y poder de la otra y el Señor, como el mejor de los hijos, ¿no se sentirá feliz de que María, su Madre Santísima, con quien ha compartido todo su poder, tenga también sus esclavos? ¿Tendrá El menos respeto y amor para con su Madre, que Asuero para con Esther y Salomón para con Betsabé? ¿Quién osará decirlo o siquiera pensarlo?

77. Pero, ¿a dónde me lleva la pluma? ¿Por qué detenerme a probar lo que es evidente? Si alguno no quiere que nos llamemos esclavos de la Santísima Virgen ¿qué más da? ¡Hacerte y llamarte esclavo de Jesucristo es hacerte y proclamarte esclavo de la Santísima Virgen! Porque Jesucristo es el fruto gloria de María.

Todo esto se realiza de modo perfecto con la devoción de que vamos a hablar.

c) Debemos revestirnos del hombre nuevo, Jesucristo.

Tercera verdad

78. Nuestras mejores acciones quedan de ordinario manchadas e infectadas a causa de las malas inclinaciones que hay en nosotros. Cuando se vierte agua limpia y clara en una vasija que huele mal o vino en una garrafa maleada por otro vino, el agua clara y el buen vino se dañan y toman fácilmente el mal olor.

Del mismo modo, cuando Dios vierte en nuestra alma, infectada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales o el vino delicioso de su amor, sus bienes se deteriora y echan a perder ordinariamente a causa de la levadura de malas inclinaciones que el pecado ha dejado en nosotros. Y nuestras acciones, aún las inspiradas por las virtudes más sublimes, se resisten de ello.

Es por tanto, de suma importancia para alcanzar la perfección que sólo se adquiere por la unión con Jesucristo liberarnos de lo malo que hay en nosotros. De lo contrario, el Señor, que es infinitamente santo y detesta hasta el menor mancha en el alma, nos rechazará de su presencia y no se unirá a nosotros.

79. Para liberarnos o vaciarnos de nosotros mismos debemos:

1° conocer bien, con la luz del Espíritu Santo, nuestras malas inclinaciones, nuestra incapacidad para todo bien concerniente a la salvación, nuestra continúa inconstancia, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar. El pecado de nuestro primer padre nos perjudicó a todos casi totalmente, nos dejó agriados, engreídos e infectados, como la levadura agria, levanta e infecta toda masa en que se la pone.

Nuestros pecados actuales, mortales o veniales, aunque estén perdonados, han acrecentado la concupiscencia, debilidad, inconstancia y corrupción naturales y dejado huellas de maldad en nosotros.

Nuestros cuerpos se hallan tan corrompidos, que el Espíritu Santo los llama cuerpos de pecado, concebidos en pecado, alimentados en el pecado y capaces de todo pecado. Cuerpos sujetos a mil enfermedades, que de día en día se corrompen y no engendran sino corrupción.

Nuestra alma, unida al cuerpo, se ha hecho tan carnal, que la Biblia la llama carne. Tenemos por herencia el orgullo y la ceguera y la inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo. Somos, por naturaleza, más soberbios que los pavos reales, más apegados a la tierra que los sapos, más viles que los cabros, más envidiosos que las serpientes, más glotones que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que las veletas.

En el fondo no tenemos sino la nada y el pecado y sólo merecemos la ira divina y la condenación eterna.

80. Siendo esto así, ¿porqué maravillarnos de que el Señor haya dicho que quien quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo y odiar su propia alma? ¿Y que el que ama su alma la perderá y quien la odia la salvará? Esta infinita Sabiduría que no da prescripciones sin motivo no nos ordena el odio a nosotros mismos, sino porque somos extremadamente dignos de odio: nada tan digno de amor como Dios, nada tan digno de odio como nosotros mismos.

81. 2° morir todos los días a nuestro egoísmo, es decir, renunciar a las operaciones de las potencias del alma y de los sentidos, ver como si no viéramos, oír como si no oyéramos, servirnos de las cosas de este mundo como si no nos sirviéramos de ellas. Es lo que San Pablo llama "morir cada día" "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo y no produce fruto"... Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto que valga la pena y nuestras devociones serán inútiles; todas nuestras obras de virtud quedarán manchadas por el egoísmo y la voluntad propia; Dios rechazará los mayores sacrificios y las mejores acciones que ejecutemos; a la hora de la muerte nos encontraremos con las manos vacías de virtudes y méritos y no tendremos sin una chispa de ese amor puro que sólo se comunica a quienes han muerto a si mismos y cuya vida está escondida con Cristo en Dios.

82. 3° escoger entre las devociones a la Santísima Virgen la que nos lleve más perfectamente a dicha muerte al egoísmo por la mejor y más santificadora. Porque no hay que creer que es oro todo lo que reluce, ni miel todo lo dulce, ni el camino más fácil y lo que practica la mayoría es lo más eficaz para la salvación. Así como hay secretos naturales para hacer en poco tiempo, pocos gastos y gran facilidad ciertas operaciones naturales, también hay secretos en el orden de la gracia para realizar en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales, liberarte del egoísmo, llenarte de Dios y hacerte perfecto.

La práctica que quiero descubrirte es uno de esos secretos de la gracia, ignorando por gran número de cristianos, conocido de pocos, devotos, practicado y saboreado por un número aún menor. Expongamos la cuarta verdad como consecuencia de la tercera antes de descubrir dicha práctica.

d. La acción maternal de María facilita el encuentro personal con Cristo.

Cuarta verdad.

83. Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a Dios por nosotros mismo, sin acudir a un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza como acabo de demostrar, si nos apoyamos en nuestros propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta Dios y agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación quedarán manchadas o pesarán muy poco delante de Dios para comprometerlo a unirse a nosotros y escucharnos.

Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores ante si mismo. Vio nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó de nosotros y para darnos acceso a sus misericordias nos proveyó de poderosos mediadores ante su grandeza. Por tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte directamente a la santidad divina sin recomendación alguna, es faltar a la humildad y respeto debido a un Dios tan excelso y santo, hacer menos caso de este Rey de reyes del que harías de un soberano o príncipe de la tierra, a quien no te acercarías sin un amigo que hable por ti.

84. Jesucristo es nuestro abogado y mediador de Redención ante el Padre. Por El debemos orar junto con la Iglesia triunfante y militante. Por El tenemos acceso ante la Majestad divina y, sólo apoyados en El revestidos de sus méritos, debemos presentarnos ante Dios, así como el humilde Jacob compareció ante su padre Isaac para recibir la bendición, cubierto con pieles de cabrito.

85. Pero, ¿no necesitamos acaso un mediador ante el mismo Mediador? ¿Bastará nuestra pureza a unirnos a El directamente y por nosotros mismos? ¿no es El acaso Dios igual en todo a su Padre y, por consiguiente, el Santo de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si, por amor infinito, se hizo nuestro fiador y mediador ante el Padre, para aplacarlo y pagarle nuestra deuda ¿será esto razón para que tengamos menos respeto y temor para con su majestad y santidad?

Digamos, pues, abiertamente con San Bernardo que necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros y por ella debemos nosotros ir a El.

Si tememos ir directamente a Jesucristo-Dios, a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre.

Ella es tierna y bondadosa.

En Ella no hay nada austero o terrible, ni excesivamente sublime o deslumbrante. Al verla, vemos propia naturaleza.
No es el sol que con la viveza de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y apacible como la luna, que recibe la luz del sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista.

María es tan caritativa que no rechaza a ninguno de los que imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues como dicen los santos jamás se ha oído decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a ella y haya sido rechazado.

Ella es tan poderosa que sus peticiones jamás han sido desoídas. Bástale presentarse ante su Hijo con alguna súplica, para que El la acepte y reciba y se deje vencer amorosamente por las entrañas, suspiros y súplicas de su Madre queridísima.

86. Esta doctrina sacada de los escritos de San Bernardo y San Buenaventura. Según ellos, para llegar a Dios tenemos que subir tres escalones:
·         el primero, más cercano y adaptado a nuestra posibilidades, es María,
·         el segundo, es Jesucristo y· el tercero es Dios Padre.
Para llegar a Jesucristo hay que ir a María nuestra Mediadora de intercesión. Para llegar hasta el Padre hay que ir al Hijo, que es nuestro Mediador de Redención.

Este es precisamente el orden que se observa en la forma de devoción de la que hablaré más adelante. 

e) Llevamos el tesoro de la gracia en vasos de arcilla.

Quinta verdad.

87. Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad, conservar las gracias y tesoros de Dios, porque

1° llevamos este tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasos de barro, en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante que por nada se turba y abate.88. 2° los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de improviso para robarnos. Espían día y noche el momento favorable para ello. Nos rodean incesantemente para devorarnos y arrebatarnos en un momento por un solo pecado todas las gracias y méritos logrados en muchos años. Su malicia, su pericia, su astucia y número deben hacernos temer infinitamente esta desgracia. Ya que personas más llenas de gracias, más ricas en virtudes, más experimentadas y elevadas en santidad que nosotros, han sido sorprendidas, robadas y saqueadas lastimosamente. ¡Ah! ¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento cayeron miserablemente y perdieron en poco tiempo su elevación y claridad!

Y, ¿cuál es la causa? No fue la falta de gracia. Que Dios a nadie la niega. Sino ¡falta de humildad!

Se creyeron más fuertes y poderosos de lo que eran. Se consideraron capaces de conservar sus tesoros. Se fiaron de sí mismos y se apoyaron en sus propias fuerzas. Creyeron bastante segura su casa y suficientemente fuertes sus cofres para guardar el precioso tesoro y, por este apoyo imperceptible en sí mismo aunque les parecía que se apoyaban solamente en la gracia de Dios el Señor, que es la justicia misma, permitió que fueran saqueados abandonados a sí mismos.

¡Ay! Si hubieran conocido la devoción admirable que a continuación voy a exponer, habrían confiado su tesoro a una Virgen fiel y poderosa y Ella se lo habría guardado como si fuera propio y hasta se habría comprometido a ello en justicia.

89. 3° Es difícil perseverar en gracia, a causa de la espantosa corrupción del mundo. Corrupción tal que se hace prácticamente imposible que los corazones no se manchen, si no con su lodo, al menos, con su polvo. Hasta el punto de que es una especie de milagro el que una persona se conserve en medio de este torrente impetuoso, sin ser arrastrada por él; en medio de este mar tempestuoso, sin anegarse o ser saqueada por los piratas y corsarios; en medio de esta atmósfera viciada, sin contagiarse.

Solo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace este milagro a favor de aquellos que la sirven mejor que pueden. 

CAPITULO II

Deformaciones del culto a María

90. Presupuestas las cinco verdades anteriores, es preciso, ahora más que nunca, hacer una buena elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En efecto, hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones que fácilmente podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso acuñador de moneda y ladrón astuto y experimentado, ha engañado y hecho caer ya a muchas almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen y cada día utiliza su experiencia diabólica para engañar a muchas otras, entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado, so pretexto de algunas oraciones mal recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.

Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la plata y muy rara vez los otros metales, porque no valen la pena, así el espíritu maligno no falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y María la devoción a la Sagrada. Comunión y la devoción a la Virgen porque son entre las devociones, lo que el oro y la plata entre los metales.

91. Es, por ello, importantísimo:
1° conocer las falsas devociones para evitarlas y las verdaderas para abrazarlas,

2° conocer cuál es, entre las diferentes formas de devoción verdadera a la Santísima Virgen, la más perfecta, la más agradable María, la más gloriosa para el Señor y la más eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella.
92. Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a la Santísima Virgen, a saber:
1° los devotos críticos;
2° los devotos escrupulosos;
3° los devotos exteriores;
4° los devotos presuntuosos;
5° los devotos inconstantes;
6° los devotos hipócritas;
7° los devotos interesados.

a. Los devotos críticos

93. Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, engreídos y pagados de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a la Santísima Virgen, pero critican casi todas las formas de piedad con las que las gentes sencillas honran ingenua y santamente a esta buena Madre, sólo porque no se acomodan a sus fantasías. Ponen en duda todos los milagros e historias referidas por autores fidedignos o extraídas de las crónicas de las Ordenes religiosas, que atestiguan la misericordia y poder de la Santísima Virgen. Se irritan al ver a las gentes sencillas y humildes arrodilladas para rogar a Dios ante un altar o imagen de María o en la esquina de una calle... Llegan hasta a acusarlas de idolatría, como si adorarán la madera o la piedra. En cuanto a ellos así dicen no gustan de tales devociones exteriores ¡ni son tan cándidos para creer a tantos cuentos e historietas como corren acerca de la Santísima Virgen! Si se les recuerdan las admirables alabanzas que los Santos Padres tributan a María, responden que hablaban como oradores, en forma hiperbólica, o dan una falsa explicación de sus palabras. Esta clase de falsos devotos y gente orgullosa y mundana es mucho de temer: hace un daño incalculable a la devoción a la Santísima Virgen, alejado de Ella definitivamente a los pueblos so pretexto de desterrar abusos.

b. Los devotos escrupulosos.

94. Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo al honrar a la Madre, rebajar al Uno al honrar a la Otra. No pueden tolerar que se tributen a la Santísima Virgen las justísimas alabanzas que le prodigaron los Santos Padres. Toleran penosamente que haya más personas arrodilladas ante un altar de María que delante del Santísimo Sacramento, ¡como si esto fuera contrario a aquello o si los que oran a la Santísima Virgen, no orasen a Jesucristo por medio de Ella! No quieren que se hable con tanta frecuencia de la Madre de Dios ni que los fieles acudan a Ella tantas veces.

Oigamos algunas de sus expresiones más frecuentes: "¿De qué sirven tantos Rosarios? ¿Tantas congregaciones y devociones exteriores a la Santísima Virgen? ¡Cuánta ignorancia hay en tales prácticas! ¡Esto es poner en ridículo nuestra religión! ¡Hábleme más bien de los devotos de Jesucristo! Y, al pronunciar frecuentemente este nombre, lo digo entre paréntesis, no se descubren. Hay que recurrir solamente a Jesucristo. El es nuestro único mediador. Hay que predicar a Jesucristo: ¡esto es lo sólido!"

Y lo que dicen es verdad en cierto sentido. Pero, la aplicación que hacen de ello para combatir la devoción a la Santísima Virgen es muy peligrosa, es un lazo sutil del espíritu maligno, so pretexto de un bien mayor. Porque ¡nunca se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen! Efectivamente, si se la honra, es para honrar más perfectamente a Jesucristo y si vamos a Ella, es para encontrar el camino que nos lleve a la meta, que es Jesucristo.

95. La iglesia, con el Espíritu Santo, bendice primero a la Santísima Virgen y después a Jesucristo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús". Y esto, no porque la Virgen María sea mayor que Jesucristo o igual a El lo cual sería intolerable herejía sino porque para bendecir más perfectamente a Jesucristo hay que bendecir primero a María. Digamos, pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima Virgen y contra sus falsos devotos escrupulosos. "María, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús".

c. Los devotos exteriores.

96. Los devotos exteriores son personas que cifran toda su devoción a María en prácticas externas. Solo gustan de lo exterior de esta devoción, porque carecen de espíritu interior. Rezan muchos Rosarios, pero atropelladamente. Participan en muchas Misas, pero sin atención. Se inscriben en todas las cofradías marianas, pero sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones, ni imitar las virtudes de la Santísima Virgen. Sólo gustan de lo sensible de la devoción, no buscan lo sólido. De suerte que si no experimentan algo sensible en sus prácticas piadosas, creen que no hacen nada, se desalientan y lo abandonan todo o lo hacen por rutina.

El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores. No hay gente que más critique a las personas de oración, que se empeñan en lo interior como lo esencial, aunque sin menospreciar la modestia exterior, que acompaña siempre a la devoción verdadera.

d. Los devotos presuntuosos

97. Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o amigos de lo mundano.

Bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen, esconden el orgullo, la avaricia, la lujuria, la embriaguez, el perjurio, la maledicencia o la injusticia, etc.; duermen en sus costumbres perversas, sin hacerse mucha violencia para corregirse, confiados en que son devotos de la Santísima Virgen; se prometen a sí mismos que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión ni se condenarán, porque rezan el Rosario, ayunan los sábados, pertenecen a la cofradía del Santo Rosario, a la del escapulario y otras congregaciones, llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc.

Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión diabólica y perniciosa presunción, capaz de llevarlos a la ruina, se resisten a creerlo. Responden que dios es bondad y misericordia; que no nos ha creado para perdición; que no hay hombre que no peque, que basta un buen "¡Señor, pequé!" a la hora de la muerte. Y añaden que son devotos de la Santísima Virgen; que llevan el escapulario, que todos los días rezan puntualmente siete Padrenuestros y Avemarías en su honor y, algunas veces, el Rosario o el Oficio de Nuestra Señora, que ayunan, etc.

Para confirmar sus palabras y cegarse aún más, alegan algunos hechos verdaderos o falsos poco importa que han oído o leído, en los que se asegura que personas muertas en pecado mortal y sin confesión, gracias a que durante su vida hablan rezado algunas oraciones o ejercitado algunas prácticas de devoción en honor de la Virgen resucitaron para confesarse o su alma permaneció milagrosamente en el cuerpo hasta que lograron confesarse o, a la hora de la muerte, obtuvieron del Señor, por la misericordia de María, el perdón y la salvación. ¡Ellos esperan correr la misma suerte!

98. Nada, en el cristianismo, es tan perjudicial a las gentes como esta presunción diabólica. Porque, ¿Cómo puede alguien decir con verdad que ama y honra a la Santísima Virgen, mientras con sus pecados hiere, traspasa, crucifica y ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se obligara a salvar por su misericordia a esta clase de personas, ¡Autorizaría el pecado y ayudaría a crucificar a su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera pensarlo?

99. Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen devoción que después de la que se tiene al Señor en el Santísimo Sacramento es la más santa y sólida de todas constituye un horrible sacrilegio, el mayor y menos digno de perdón después de la comunión sacrílega. Confieso que, para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen, no es absolutamente necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado aunque esto sería lo más deseable. Pero es preciso, al menos (¡nota bien lo que digo!):
1º mantenerse sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado mortal, que ultraja tanto a la Madre como al Hijo;

2º violentarse para evitar el pecado;

3º inscribirse en las cofradías, rezar los cinco o quince misterios del Rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
100. Todas estas buenas obras son maravillosamente útiles para lograr la conversión de los pecadores por endurecidos que estén. Y si tú, lector, fueras uno de ellos, aunque ya tuvieras un pie en el abismo... te las aconsejo, a condición de que las realices con la única intención de alcanzar de Dios por intercesión de la Santísima Virgen la gracia de la contrición y perdón de tus pecados y vencer tus hábitos malos y no para permanecer tranquilamente en estado de pecado, no obstante los remordimientos de la conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los santos y las máximas del Santo Evangelio.

e. Los devotos inconstantes.

101. Los devotos inconstantes son los que honran a la Santísima Virgen a intervalos y como a saltos. Ahora fervorosos, ahora tibios... En un momento parecen dispuestos a emprenderlo todo por su servicio, poco después ya no son los mismos. Abrazan de momento todas las devociones a la Santísima Virgen y se inscriben en todas sus cofradías, pero luego no cumplen sus normas con fidelidad. Cambian como la luna. Y María los coloca debajo de sus pies junto a la medialuna, porque son volubles e indignos de ser contados entre los servidores de esta Virgen fiel, que se distinguen por la fidelidad y la constancia. Mas vale no recargarse con tantas oraciones y prácticas devotas y hacer menos pero con amor y fidelidad a pesar del mundo, del demonio y de la carne.

f. Los devotos hipócritas
102. Hay todavía otros falsos devotos de la Santísima Virgen: los devotos hipócritas. Encubren sus pecados y costumbres pecaminosas bajo el manto de esta Virgen fiel, a fin de pasar a los ojos de los demás por lo que no son.

g. Los devotos interesados.

103. Existen, finalmente, los devotos interesados. Son aquellos que sólo acuden a María para ganar algún pleito, evitar un peligro, curar de una enfermedad o por necesidades semejantes... sin las cuales no se acordarían de Ella.

Unos y otros son falsos devotos, en nada aceptos a Dios ni a su Santísima Madre.

104. Pongamos, pues, suma atención a fin de no ser del número.
· de los devotos críticos, que no creen en nada pero todo lo critican;
· de los devotos escrupulosos, que temen ser demasiado devotos de la Santísima. Virgen por respeto a Jesucristo;
· de los devotos exteriores, que hacen consistir toda su devoción en prácticas exteriores;
· de los devotos presuntuosos, que bajo el oropel de una falsa devoción a la Santísima Virgen, viven encenagados en el pecado;
· de los devotos inconstantes, que por ligereza cambian sus prácticas de devoción o las abandonan a la menor tentación.
· de los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten la librea de la Santisima Virgen para hacerse pasar por santos.
· y finalmente de los devotos interesados, que sólo recurren a la Virgen para librarse de males corporales o alcanzar bienes de este mundo.
 
 
CAPITULO III
 
LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN

La verdadera devoción a la Santísima Virgen

105. Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Esta es:
1º interior;
2º tierna;
3º santa;
4º constante y
5º desinteresada.
 
a. Devoción interior

106. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella, de la alta idea que nos hemos formado de sus grandezas y del amor que le tenemos.

b. Devoción tierna

107. Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y espirituales con gran sencillez, confianza y ternura e implores la ayuda de tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia:
en las dudas, para que te esclarezca;
en los extravíos, para que te convierta al buen camino;
en las tentaciones, para que te sostenga;
en las debilidades, para que te fortalezca;
en los desalientos; para que te reanime;
en los escrúpulos, para que te libre de ellos;
en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele, y finalmente,
en todas las dificultades materiales y espirituales, María en tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a Jesucristo.
c. Devoción santa.

108. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.

d. Devoción constante

109. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De suerte que si eres verdaderamente devoto de María, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes algunos cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa a Madre, si pierdes el gusto y la devoción sensible, no te acongojarás por ello. Porque, el justo y fiel devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales.

e. Devoción desinteresada.

110. Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo Dios en su Santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta Reina por espíritu tu lucro o interés, ni por su propi bien temporal o eterno, sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por esto la ama y sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.

¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su Santísima Madre el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le presta! Pero, ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número estoy escribiendo lo que durante tantos años enseñado en mis misiones pública y privadamente con no escaso fruto.

111. Muchas cosas he dicho y a de la Santísima Virgen. Muchas más tengo que decir. E infinitamente más serán las que omita, ya por ignorancia, ya por falta de talento o de tiempo. Cuanto digo responde al propósito que tengo de hacer de ti un verdadero devoto de María y un auténtico discípulo de Jesucristo.

112. ¡Oh! ¡Qué bien pagado quedaría mi esfuerzo, si éste humilde escrito cae en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y "no de la sangre ni de la carne ni de la voluntad de varón", le descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la verdadera sólida devoción a la Santísima Virgen, que ahora voy a exponerte! Si supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón, lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, con mi sangre en vez de tinta trazaría estas líneas. Pues ¡abrigo la esperanza de hallar personas generosas, que por su fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, resarcirán a mi amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e infidelidad!

113. Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde hace muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio, Jesucristo, reine como nunca en los corazones.114. Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo o sepultar, al menos, estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre, a fin de que no sea publicado.

Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica.

Pero, ¡Qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos como nunca peligrosos que van a llegar!

"¡Qué el lector comprenda!"
"¡Entiéndalo el que pueda!"
CAPITULO IV
Diversas prácticas de devoción a María
a. Prácticas comunes.
115. La verdadera devoción a la Santísima. Virgen puede expresarse interiormente de diversas maneras. He aquí, en resumen, las principales:
1º honrarla como a digna Madre de Dios, con un culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los otros santos, por ser Ella la obra maestra de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
2º meditar sus virtudes, privilegios y acciones;
3º contemplar sus grandezas;
4º ofrecerle actos de amor, alabanza y acción de gracias;
5º invocarla de corazón;
6º ofrecerse y unirse a Ella;
7º realizar todas las acciones con intención de agradarla;
8º comenzar, continuar y concluir todas las acciones por Ella, en Ella, con Ella y para Ella a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva.
Más adelante explicaremos esta última práctica.
116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también varias prácticas exteriores. Estas son las principales:
1º inscribirse en su cofradías y entrar en las congregaciones marianas;
2º entrar en las Ordenes o Institutos religiosos fundados para honrarla;
3º publicar sus alabanzas;
4º hacer en su obsequio limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales y corporales;
5º llevar sus libreas, como el santo rosario, el escapulario o la cadenilla;
6º rezar atenta, devota y modestamente:
* el santo Rosario, compuesto de 15 decenas de Avemarías, en honor de los 15 principales misterios de Jesucristo,
* o la tercera parte del Rosario, que son cinco decenas, en honor de:
los cinco misterios gozosos (Anunciación, Visitación, Nacimiento de Jesucristo, Purificación y el Niño perdido y hallado en el templo) o de los cinco misterios dolorosos (Agonía de Jesús en el Huerto, Flagelación, Coronación de espinas, Subida al Calvario con la cruz a cuestas y Crucifixión y Muerte de Jesús) o de los cinco misterios gloriosos (Resurrección de Jesucristo, Ascensión del Señor, Venida del Espíritu Santo, Asunción y Coronación de María por las tres Personas de la Santísima Trinidad).
* o una corona de seis o siete decenas en honor de los años que, según se cree, vivió sobre la tierra la Santísima Virgen.
* o la Coronilla de la Santísima Virgen, compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías, en honor de su corona de doce estrellas o privilegios.
* o el Oficio de Santa María Virgen, tan universalmente aceptado y rezado en la Iglesia,
* o el Salterio menor de María Santísima, compuesto en honor suyo por San Buenaventura y que inspira afectos tan tiernos y devotos, que no se puede rezar sin conmoverse.
* o catorce Padrenuestros y Avemarías en honor de su catorce alegrías u otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve; Madre del Redentor; Salve, Reina de los cielos, según los tiempos litúrgicos: el himno Salve, de mares Estrella, la antífona Oh gloriosa Señora, el Magnificat u otras piadosas plegarias de que están llenos los Devocionarios.
7º cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales.
8º hacer de su honor cierto número de genuflexiones 9 reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces: Dios te salve, María, Virgen fiel, para alcanzar de Dios, por mediación suya, la fidelidad a la gracia durante todo el día, y por la noche. Dios te salve, María Madre de misericordia, para implorar de Dios, por medio de Ella, el perdón de los pecados cometidos durante el día.
9º mostrar interés por sus cofradías, adornar sus altares, coronar y embellecer sus imágenes;
10º organizar procesiones y llevar en ellas sus imágenes y llevar una consigo, como arma poderosa contra el demonio.
11º hacer pintar o grabar sus imágenes o su monograma y colocarlas en las iglesias, las casas o los dinteles de las puertas y entrada de las ciudades, de las iglesias o de las casas;
12º consagrarse a Ella en forma especial y solemne.
117. Existen muchas otras formas de verdadera devoción a María, inspiradas por el Espíritu Santo a las personas santas y que son muy eficaces para la santificación. Pueden leerse, en extenso, en el Paraíso abierto a Filagia, compuesto por el Reverendo Padre Pablo Barry S.J., quien ha recopilado en esta obra gran número de devociones practicadas por los santos en honor de la Santísima Virgen, siempre que se hagan con las debidas disposiciones, es decir:
1º con la buena y recta intención de agradar a Dios solo, unirse a Jesucristo, nuestra meta final y edificar al prójimo;
2º con atención, sin distracciones voluntarias;
3º con devoción, sin precipitación ni negligencia;
4º con modestia y compostura corporal respetuosa y edificante.
b. La práctica más perfecta.
118. Después de esto, protesto abiertamente que aunque he leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen y conversado familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos no he logrado conocer ni aprender una práctica de devoción semejante a la que voy a explicarte, que te exija más sacrificios por Dios, te libere más de ti mismo y de tu egoísmo, te conserve más fácilmente en gracia de Dios y a la gracia en ti, que te una más perfecta y fácilmente a Jesucristo y sea más gloriosa para Dios, más santificadora para ti mismo y más útil para el prójimo.
119. Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos.
- algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí serán el mayor número;- otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado.¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en el habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección en el cielo.

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