Acompáñame siempre Madre mía,
no me sueltes de tu mano,
que sin Ti me perdería.
Gracias Señora hermosa, por tu infinita ternura,
por la calidez de tu recibimiento y de tu despedida.
Señora mía en tu sencillez encuentro
el Amor Inmenso de nuestro Padre Eterno
y es imposible dejar de sentir la brisa fresca del Espíritu Divino.
Gracias Madre mía, por esta invitación que me has hecho a este Tu Pueblo, María. Para enseñarme tus cálidas manos y el beso materno.
Gracias Mamita, contigo camino, ahora confiada, siguiendote a Ti, Lucero mío.
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