miércoles, 28 de marzo de 2012

HORAS DE LA PASION - 2°

Preparación Antes de la


Meditación


Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
 


SEGUNDA HORA

De las 6 a las 7 de la tarde

Jesús se separa de su Madre Santísima y se encamina al Cenáculo
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:

Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado parte en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te decides a partir para ir a donde el Querer del Padre te llama.  Es tanto el amor entre Hijo y Madre que os vuelve inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y dulce Mamá se deja en el tuyo, de otra manera os habría sido imposible el separaros.  Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le das el último beso para darle fuerzas en los acerbos dolores que está por sufrir, le das el último adiós y partes.
Pero la palidez de tu rostro, tus labios temblorosos, tu voz sofocada como si quisiera romper en llanto al decirle adiós, ¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla, pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis, queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos, no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado de santidad al que Dios los llama.  ¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus corazones el amor que quieres darles, para contentarse con el amor de las criaturas!
Amable amor mío, mientras contigo reparo, permíteme que permanezca con tu Mamá para consolarla y sostenerla mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para alcanzarte.  Pero con sumo dolor veo que mi angustiada Mamá tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no puede articular palabra, casi desfallece y en su desfallecimiento de amor dice:  “¡Hijo mío, Hijo mío, te bendigo!  ¡Qué amarga separación, más cruel que cualquier muerte!”  Pero el dolor le impide aún el hablar y la deja muda.
Desconsolada Reina, déjame que te sostenga, te enjugue las lágrimas y te compadezca en tu amargo dolor.  Mamá mía, yo no te dejaré sola, y Tú tenme contigo, enséñame en este momento tan doloroso para Ti y para Jesús lo que debo hacer, cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y consolarlo, y si debo dar mi vida para defender la suya.
No, no me separaré de debajo de tu manto, a una señal tuya volaré a Jesús y le llevaré tu amor, tus afectos, tus besos junto a los míos y los pondré en cada llaga, en cada gota de su sangre, en cada pena e insulto, a fin de que sintiendo Él en cada pena los besos y el amor de la Mamá, sus penas queden endulzadas.  Después regresaré bajo tu manto trayéndote sus besos para endulzar tu corazón traspasado.  Mamá mía, el corazón me late fuertemente, quiero ir a Jesús, y mientras beso tus manos maternas bendíceme como has bendecido a Jesús y permíteme que vaya a Él.
Mi dulce Jesús, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo mientras recorres las calles de Jerusalén junto con tus amados discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo tu voz, dulce, sí, pero triste, tanto que rompe el corazón de tus discípulos, que por oírte así están turbados.
“Es la última vez”, dices, “que recorro estas calles por Mí mismo, mañana las recorreré atado, arrastrado entre mil insultos.”
Y señalando los lugares donde serás más deshonrado y maltratado, sigues diciendo:
“Mi vida está por llegar a su ocaso acá abajo, como está por llegar a su ocaso el sol, y mañana a esta hora no estaré más, pero como sol resurgiré al tercer día.”
Por tus palabras, los apóstoles quedan tristes y taciturnos y no saben qué responder.  Pero Tú agregas:
“Ánimo, no os abatáis, Yo no os dejo, siempre estaré con vosotros, pero es necesario que Yo muera por el bien de todos ustedes.”
Al decir esto estás conmovido, pero con voz trémula continúas instruyéndolos.  Antes de que entres en el cenáculo miras el sol que ya se pone, así como está por llegar al ocaso tu Vida; ofreces tus pasos por aquellos que se encuentran en el ocaso de la vida y les das la gracia de que la hagan terminar en Ti, reparando por aquellos que no obstante los sinsabores y los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse a Ti.  Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro de tus prodigios y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago te está preparando la cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y Tú te estremeces, se te rompe el corazón y lloras por su destrucción.
Con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti, que con tanto cuidado tratabas de formar como portentos de tu amor, y ellas, ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir más amarguras.  Quiero reparar junto contigo para endulzar el dolor de tu corazón.
Pero veo que quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén, y retirando de ella tu mirada, entras en el cenáculo.  Amor mío, estréchame a tu corazón, a fin de que haga mías tus amarguras para ofrecerlas junto contigo, y Tú, mira piadoso mi alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.

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Ofrecimiento Después de Cada Hora



Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado. En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.

Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.

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