Preparación Antes de la
Meditación
Oh
Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu
amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las
veinticuatro horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu
cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda
compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la
hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de
meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que
estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa
intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto
hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
TERCERA HORA
De las 7 a las 8 de la noche
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión
contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu
corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus
amados discípulos y te pones a cenar con ellos.
Qué dulzura, qué afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a
tomar por última vez el alimento material.
Allí todo es amor en Ti, también en esto no sólo reparas por los pecados
de gula, sino que impetras también la santificación del alimento, y así como
éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas
más bajas y más comunes.
Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante
parece escrutar a todos los apóstoles, y aun en el acto de tomar el alimento tu
corazón queda traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes
aún, especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el
infierno. Y Tú desde el fondo de tu
corazón amargamente dices: “¿Cuál es la
utilidad de mi sangre? ¡He aquí un alma,
tan beneficiada por Mí, y está perdida!”
Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle
comprender el gran mal cometido. Pero tu
suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas ni siquiera a
tus amados discípulos; y mientras te dueles por Judas, tu corazón quisiera
llenarse de júbilo al ver a tu izquierda a tu amado discípulo Juan, tanto, que
no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente a Ti le haces apoyar
su cabeza sobre tu corazón, haciéndole sentir el paraíso por adelantado.
Es en esta hora solemne que en los dos
discípulos vienen representados los dos pueblos: el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que siente ya el
infierno en el corazón; y el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza.
Oh dulce bien mío, también yo me pongo cerca
de Ti, y junto a tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu
corazón adorable y rogarte que me hagas sentir, aun sobre esta tierra, las
delicias del Cielo, y así, raptada por las dulces armonías de tu corazón, la
tierra no sea para mí más tierra, sino Cielo.
Pero en esas armonías dulcísimas y divinas,
siento que se te escapan dolorosos latidos, son por las almas perdidas. ¡Oh Jesús, no permitas que nuevas almas se
pierdan, haz que tu latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de
la vida del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y atraídas por la
suavidad y dulzura de tu amor, todas puedan rendirse a Ti!
Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón,
dame también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el alimento de
tu Divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la palabra
divina. Jamás me niegues, oh mi Jesús,
este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de formar en mí tu misma Vida.
Dulce bien mío, mientras me estoy a tu lado, veo que el alimento que
tomas junto con tus amados discípulos no es otro que un cordero. Es el cordero que te representa, y así como
en este cordero, por la fuerza del fuego, no queda ningún humor vital, así Tú,
cordero místico, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de
amor, ni siquiera una gota de tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda
por amor nuestro.
Así que, oh Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu dolorosísima
Pasión, que tienes siempre presente en la mente, en el corazón, en todo, y esto
me enseña que si también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el corazón
el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor. ¡Cuánto te agradezco por esto!
Oh mi Jesús, ningún acto se te escapa en que no me tengas presente y
con el que no intentes hacerme un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión
esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis
pasos, a fin de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te
encuentre siempre presente a mí, y dame la gracia de que jamás olvide lo que
has sufrido y padecido por mí. Esta sea
para mí un imán, que atrayendo todo mi ser en Ti, no me deje alejarme de Ti.
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Ofrecimiento Después de
Cada Hora
Amable Jesús mío, Tú me
has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he
venido. Me parecía oírte angustiado y
doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y
elocuentes suplicas la salvación de las almas.
He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis
acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te
bendigo”. Sí, oh Jesús, gracias te repito
mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por
todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada
respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que
has soportado. En todo, oh mi Jesús,
quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.”
Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de
agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el
flujo de tus gracias y bendiciones. Ah
Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las
partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí
otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti. Nuestros latidos se tocarán continuamente, de
manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo. Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que
alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus
manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas
de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión
contigo.
Ah mi Jesús, mantente en
guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y
que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene
hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del
Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo
en Ti.