(1) Encontrándome en mi habitual estado me he sentido fuera de mí misma, y después de haber girado me encontré dentro de una cueva, y he visto a la Reina Mamá que estaba en el momento de dar a luz al Niñito Jesús.
¡Qué estupendo prodigio! Me parecía que tanto la Madre como el Hijo estaban cambiados en luz purísima, pero en esa luz se distinguía muy bien la naturaleza humana de Jesús, que contenía en sí la Divinidad, que le servía como de velo para cubrir a la Divinidad, de modo que abriendo el velo de la naturaleza humana era Dios, y cubierto con ese velo era hombre, y he aquí el prodigio de los prodigios:
Dios y Hombre, Hombre y Dios, que sin dejar al Padre y al Espíritu Santo viene a habitar con nosotros y toma carne humana, porque el verdadero amor no se desune jamás.
Ahora, me ha parecido que la Madre y el Hijo en ese felicísimo instante quedaron como espiritualizados, y sin el mínimo obstáculo Jesús salió del seno materno, desbordándose ambos en un exceso de amor, o sea, esos Santísimos cuerpos transformados en Luz, sin el mínimo impedimento, Jesús luz ha salido de dentro de la luz Madre, quedando sanos e intactos tanto el Uno como la Otra, regresando después al estado natural.
¿Pero quién puede decir la belleza del Niñito, que en ese momento de su nacimiento traslucía aun externamente los rayos de su Divinidad?
¿Quién puede decir la belleza de la Madre que quedaba toda absorbida en aquellos rayos Divinos?
Me parecía que San José no estaba presente en el momento del parto, sino que permanecía en otro rincón de la cueva, todo absorto en aquel profundo misterio, y si no vio con los ojos del cuerpo, vio muy bien con los ojos del alma, porque estaba raptado en éxtasis sublime.
(2) Ahora, en el momento en que el Niñito salió a la luz, yo habría querido volar para tomarlo entre mis brazos, pero los ángeles me lo impidieron, diciéndome que le correspondía a la Madre el honor de ser la primera en tomarlo.
Entonces la Virgen Santísima como sacudida ha vuelto en sí, y de las manos de un ángel recibió al Hijo en sus brazos, lo estrechó tan fuerte en el arrebato de amor en que se encontraba, que parecía que lo quisiera meter de nuevo en Ella, después queriendo dar un desahogo a su ardiente amor, lo puso a mamar de sus pechos.
Mientras tanto yo permanecía toda aniquilada, esperando ser llamada para no recibir otro regaño de los ángeles.
Entonces la Reina me dijo:
(3) “Ven, ven a tomar a tu amado y gózalo también tú, desahoga con Él tu amor”.
En cuanto dijo esto me acerqué, y la Mamá me lo puso en los brazos.
¿Quién puede decir mi contento, los besos, los abrazos, las ternuras? Después de que me desahogué un poco le dije:
“Amado mío, Tú has tomado leche de nuestra Mamá, hazme partícipe”. Y Él condescendiendo, de su boca derramó parte de esa leche en la mía, y después me ha dicho:
(4) “Amada mía, Yo fui concebido unido al dolor, nací al dolor y morí en el dolor, y con los tres clavos con que me crucificaron clavé las tres potencias: inteligencia, memoria y voluntad de aquellas almas que desean amarme, haciéndolas quedar todas atraídas a Mí, porque la culpa las había vuelto enfermas, dispersas de su Creador y sin ningún freno”.
(5) Y mientras esto decía, ha dado una mirada al mundo y comenzó a llorar sus miserias.
Yo, viéndolo llorar he dicho: “Amable Niño, no entristezcas una noche tan alegre con tu llanto a quien te ama, en lugar de dar desahogo al llanto demos desahogo al canto”.
Y así diciendo comencé a cantar; Jesús se distrajo al oírme cantar y dejó de llorar.
Al terminar mi verso Él cantó el suyo, con una voz tan fuerte y armoniosa, que todas las demás voces desaparecían ante su voz dulcísima.
Después de esto le pedí al Niño Jesús por mi confesor, por aquellos que me pertenecen, y finalmente por todos, y Él parecía todo condescendiente.
Mientras estaba en esto ha desaparecido y yo volví en mí misma.
- Novena de la Santa Navidad. A la edad de diecisiete años me preparé
a la fiesta de la Santa Navidad practicando diferentes actos de virtud y
mortificación, honrando especialmente los nueve meses que Jesús estuvo en el
seno materno con nueve horas de meditación al día, referentes siempre al
misterio de la Encarnación.
Como por ejemplo, en una hora me ponía con el pensamiento en el
paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad:
Al Padre que mandaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente
obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía en ello.
Mi mente se confundía tanto al contemplar un misterio tan grande, un
amor tan recíproco, tan igual, tan fuerte entre Ellos y hacia los hombres, y en
la ingratitud de estos, especialmente la mía, que en esto me habría quedado no
una hora sino todo el día, pero una voz interna me decía:
“Basta,
ven y mira otros excesos más grandes de mi Amor.”
Entonces mi mente se ponía en el seno materno y quedaba estupefacta al
considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo y ahora tan humillado,
empequeñecido, restringido, que casi no podía moverse, ni siquiera respirar. La
voz interior me decía:
“¿Ves
cuánto te he amado? ¡Ah! dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es
mío, porque así me darás más facilidad para poderme mover y respirar en tu
corazón.”
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda suya, me
desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi confusión, volvía a mis
habituales defectos. ¡Oh! Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable
criatura.
Y así pasaba la segunda hora del día, y después, poco a poco el resto,
que decirlo todo sería aburrir. Y esto lo hacía a veces de rodillas y cuando
era impedida a hacerlo por la familia, lo hacía aun trabajando, porque la voz
interna no me daba ni tregua ni paz si no hacía lo que quería, así que el
trabajo no me era impedimento para hacer lo que debía hacer.
Así pasé los días de la novena; cuando llegó la víspera me sentía más
que nunca encendida por un insólito fervor, estaba sola en la recámara cuando
se me presenta delante el niño Jesús, todo bello, sí, pero titiritando, en
actitud de quererme abrazar, yo me levanté y corrí para abrazarlo, pero en el
momento en que iba a estrecharlo desapareció, esto se repitió tres veces.
Quedé tan conmovida y encendida de amor, que no sé explicarlo; pero
después de algún tiempo no lo tomé más en cuenta y no se lo dije a nadie; de
vez en cuando caía en las acostumbradas faltas. La voz interna no me dejó nunca
más, en cada cosa me reprendía, me corregía, me animaba, en una palabra, el
Señor hizo conmigo como un buen padre con un hijo que tiende a desviarse, y él
usa todas las diligencias, los cuidados para mantenerlo en el recto camino, de
modo de formar de él su honor, su gloria, su corona. Pero, ¡oh! Señor, demasiado
ingrata te he sido.
En este tercer exceso siento que la voz interna de Jesús continúa
diciéndome:
“Hija mía, apoya tu cabeza sobre el
seno de mi Madre Santísima y en él considera mi pequeña Humanidad. Aquí mi Amor a la criatura casi Me devora;
son los incendios, los océanos, los inmensos mares del amor de mi Divinidad que
Me reducen a cenizas, Me inundan y que excesivamente superan todo límite, tanto
que se elevan por todas parte y envuelven todas las generaciones, desde la
primera hasta la última de las criaturas… Y mi pequeña Humanidad, aunque
devorada por tantas llamas de Amor, se vuelve también Ella devoradora en el
mismo Amor”.
“¿Pero
sabes tú qué es lo que mi eterno Amor Me quiere hacer devorar?
Ah,
sí, si me eres fiel, bien que lo sabrás, porque lo probarás: ¡las almas todas!
Y entonces, hija mía, estará contento mi Amor, cuando en Él las devorará a
todas, pues siendo Dios debo obrar como Dios, abrazando en todo y por todo a
cada alma que pueda venir a la existencia, pues mi Amor no Me daría paz si
excluyera alguna”.
“Sí,
hija mía, mira con atención en el seno de mi Mamá; fija tu mirada en mi
Humanidad ya concebida y allí encontrarás tu alma ya concebida conmigo y las
llamas de mi Amor que te han incendiado toda en Amor por mí y que sólo se
detendrán cuanto te hayan consumado en Mí.
¡Oh,
cuánto te he amado, te amo y te amaré eternamente!”.
Oyendo a Jesús que me habla de este modo, yo me siento perdida en
medio de tanto Amor y no sé cómo corresponderle; pero entonces la voz interna
vuelve a sacudirme diciéndome:
“Hija mía, esto aún es nada en
comparación con lo que hace mi Amor… Así pues, estréchate a Mí, dale tus manos
a mi querida Madre, para que te tenga aún más estrechada a su seno materno y
entre tanto da otra mirada a mi pequeña Humanidad, concebida en el tiempo para
concebir a las almas para la Eternidad.
Esto hará que puedas considerar el cuarto exceso de mi Amor que se hace
Operativo”.
“Hija mía, si tú quieres pasar de
mi Amor tan devorador a mi Amor obrante, Me verás sumergido en un abismo sin
fondo de sufrimientos… Considera que cada alma concebida en Mí, Me trajo el
fardo de sus pecados, de sus debilidades y de sus pasiones y mi Amor Me impuso
que tomara el fardo de cada una, por lo cual, después de haber concebido en Mí
sus almas, concebí también sus penas y las satisfacciones que cada una de ellas
debía dar a mi Padre Celestial; por eso no debe asombrarte que mi Pasión haya
sido concebida junto conmigo… ¡Mira con atención en el seno de mi Mamá y verás
cuánto y cómo siento a lo vivo la crueldad de tantas penas!”.
“Mira
mi cabecita, rodeada por un trenzado de espinas, las cuales, traspasándome
cruelmente, Me hacen derramar de mis ojos ríos de ardientísimas y amarguísimas
lágrimas… ¡Ah, muévete tú a compasión de Mí, secándome los ojos de tantas
lágrimas, tú que tienes los brazos libres para poder hacérmelo!
Y
estas espinas, hija mía, no son sino el trenzado cruel que Me forman las
criaturas con los pensamientos malos que se aglomeran en sus mentes.
¡Oh,
con cuánta crueldad Me hieren! ¡Oh, qué larga coronación de nueve meses!”.
“Y
como si eso no bastante, Me crucifican manos y pies, ya que Me hacen satisfacer
a la Divina Justicia por ellos que, recorriendo toda senda perversa y
cometiendo toda clase de injusticias en el tráfico transitorio de esta vida, la
pasan en toda clase de ganancias ilícitas; y en este estado no Me es posible
poder mover ni una mano, ni un dedo, ni un pie y estoy siempre inmóvil, sea por
la perenne crucifixión que sufro, sea por el espacio demasiado angosto en el
que vivo ¡y esta larga crucifixión la sufrí por nueve largos meses!”.
“¿Sabes
tú, hija mía, por qué la coronación de espinas, al igual que la crucifixión, se
Me renuevan en cada momento?
Porque
el género humano no deja de maquinar proyectos malvados y de realizar malas
acciones, las cuales, tomando la forma de espinas y clavos, con aquéllas Me
traspasan las sienes y con éstos una y otra vez las manos y los pies”.
Y de este modo, Jesús, en el afán y el dolor, sigue narrándome lo que
sufrió en su pequeña Humanidad cuando estuvo en el seno de su Madre Santísima,
de penas, dolores y martirios; pero continúo, pues mi corazón no soporta el
seguir pensando en todo lo que Jesús sufrió por nosotros en esos nueve meses
por nuestro Amor. Y aunque llorando
amargamente viéndolo así, su voz me sacude de nuevo y como un lamento en mi corazón
me dice:
“Hijos míos, ¡cuánto
quisiera abrazarlos para corresponderles por el amor penante que sienten por
Mí…!
Pero aún no puedo hacerlo,
pues como ven, estoy encerrado en este espacio que Me obliga a la inmovilidad;
quisiera acercarme a ustedes, pero no Me es concedido, pues por ahora no puedo
caminar… Hijos de mi primer Amor penante, vengan ustedes muy a menudo a Mí y
abrácenme, que después, cuando salga del seno materno, iré Yo a ustedes y
entonces los abrazaré y estaré con cada uno”.
Pero mientras con la fantasía me imagino estar con Él en el seno de su
Mamá y Me Lo abrazo y Me Lo estrecho fuerte, fuerte a mi corazón, todo
dolorido, escucho de nuevo su voz en mi interior que me dice:
“Basta así por ahora, hija mía;
pasa más bien a considerar el quinto exceso de mi Amor, que aunque sea
vilipendiado por todos y hecho vano, no retrocede jamás, ni se detiene, sino
que supera todo y sigue siempre adelante”.
Jesús me llama a considerar el quinto exceso de su Amor y yo apresto
el oído del corazón para escuchar su voz, doliente pero creadora que
internamente me dice:
“Hija mía, no te separes de Mí, no
Me dejes solo; mi Amor desea ardientemente estar en compañía: y haz de saber que
éste es otro exceso de mi Amor, pues así como mi Divinidad forma esencialmente
la unión más íntima que se puede dar, así también mi Humanidad unida
Hipostáticamente al Verbo mío Eterno, no puede en su naturaleza no ser llevada
a deleitarse con la compañía de las criaturas”.
“Has
notado que tan pronto fui concebido en el seno de mi Mamá, al mismo tiempo
engendré a la Gracia a todas las criaturas humanas, a fin de que concebidas en
Mí, creciesen a la par conmigo en Sabiduría y Verdad. Es por eso que amo su compañía y quiero estar
en continua correspondencia de Amor con ellas y comunicarles muy a menudo el
más palpitante testimonio de mi Amor.
Quiero
estar continuamente en suave coloquio de Amor con ellas, para tenerlas al
corriente de mis alegrías y de mis dolores.
También deseo darles a conocer que he venido del Cielo a la tierra, no
para otra cosa que para hacerlas plenamente felices y porque deseo por tanto
estar como un hermanito entre ellas, para obtener de ellas benevolencia y amor
y para dar de nuevo a cada una todos mis bienes, mi propio Reino, a costa de
los más duros sacrificios, incluido el de mi muerte para darles Vida; deseo en
fin entretenerme con ellas, colmándolas de besos y de las más tiernas caricias
de Amor”.
“Pero,
ay, sabe que en cambio de mi Amor no recibo más que continuos dolores y penas;
y en efecto, hay quien escucha de mala gana mi Palabra de Vida Eterna, quien
rehúye mi compañía, hay quien se desvincula de mi Amor, quien Me huye, quien se
hace el sordo, por lo que Me reduce al silencio; pero hay más: hay quien
directamente Me desprecia y Me ultraja”.
“Los
primeros no se preocupan de mis bienes y de mi Reino y pagan mis besos y mis
caricias con la despreocupación y el olvido de Mí y así, el entretenimiento
amoroso que debería tener con ellos, se reduce a silencio y abandono… Pero los
segundos, que son los más, convierten mi Amor por ellos en amarguísimo llanto,
que naturalmente es desahogo de mi Corazón, porque no sólo se ve apagado, sino
vilipendiado, despreciado y ultrajado.
¡Y
añadir además que estoy entre las criaturas siempre y sin embargo estoy siempre
solo! ¡Oh, cuánto Me pesa la soledad forzada que ellas Me procuran con su
abandono, con hacerse sordas aún a la más breve palabra mía y con impedirme
todo desahogo de Amor! Estoy siempre solitario, triste y taciturno, porque si
hablo, no hay nadie que Me escuche para nada”.
“¡Ah,
hija mía, suple tú a mi Amor defraudado no dejándome nunca solo, en esta
soledad mía!
Dame
el bien de hacerme hablar y ser escuchado, dando oído a mis enseñanzas. Haz de saber que Yo soy el Maestro de los
maestros y si tú Me escuchas, oh, cuántas cosas no aprenderás de Mí; y al mismo
tiempo Me harás cesar de llorar, haciendo que Me deleite en Amor contigo… Dime,
¿no quieres tú deleitarte en Amor conmigo?”.
“Jesús,
sí, quiero serte siempre fiel, Te lo prometo; por eso me abandono en Ti y Te
compadezco y Te amo, porque a pesar de ser tan magnánimo que quieres hacer
feliz contigo mismo a la criatura, ésta Te ha dejado solo, sin ningún alivio y
en la más terrible soledad”.
Pero nuevamente escucho la voz de mi Jesús en mi corazón:
“Basta por ahora y pasa a
considerar el sexto exceso de mi Amor”.
“Hija mía, mi intimidad sea
contigo; acércate cada vez más a Mí y pídele a mi querida Madre que te haga un
poco de sitio en su seno materno, para que tú misma puedas comprobar el
doloroso estado en que Me encuentro”.
Con el pensamiento, por tanto, me imagino que mi Madre Reina,
queriéndome demostrar su más grande y maternal afecto hacia mí, me tiene unida
en su seno a su dulce y afable Jesús, en Ella encarnado y me parece encontrarme
ya en su seno, inseparablemente unida a Jesús…
Pero es tanta la oscuridad que reina allí, que desde luego me resulta
imposible ver sus facciones…; sólo siento su suspiro encendido de Amor,
mientras que en mi interior me sigue diciendo:
“Hija mía, considera otro
exceso de mi Amor: Yo soy la Luz Eterna
y fuera de Mí no hay otra luz más resplandeciente. Considera un poco el sol, cuando se halla en
su total resplandor y sin embargo no es más que una sombra de mi Luz
Eterna. Pues bien, esta mi Luz Eterna,
por Amor a la criatura, se eclipsa completamente en Mí, por causa de mi Humanidad
asumida.
¿Ves en qué oscura prisión
Me ha reducido el Amor?”.
“Sí,
es por Amor a la criatura que así Me he confinado, esperando que se vea un rayo
de luz; pero he tenido que aguardar pacientemente durante nueve largos meses en
tan densa noche; pero noche sin estrellas, noche sin reposo, siempre despierto
en espera de la luz del sol que no Me llega todavía… ¡Qué pena siento! La
estrechez de la prisión no Me da espacio para poder moverme lo más mínimo y
esto Me causa indecible fatiga… La falta de luz que ninguna cosa Me deja ver,
Me da tanta pena que hasta Me quita también el respiro, el cual lo recibo
lánguidamente por medio del respiro de mi Mamá”.
“¿Pero
sabes tú quién Me ha traído a esta prisión?
¿Quién
Me ha quitado la luz y quién Me hace languidecer cada vez más en mi respiro?
Ha
sido el Amor que siento por la criatura; son las tinieblas de las culpas de las
criaturas, pues cada culpa es una noche más para Mí; es la dureza del corazón
humano, en el que no entra ningún arrepentimiento; es la negra ingratitud, que
como monstruo infernal, Me sofoca la respiración; y uniéndose todos juntos Me
forman un abismo sin fondo, de oscuridad, de sofocación, de dolores inauditos…
¡Qué pena!”.
“¡Oh,
exceso de mi Amor no correspondido!
Tú
Me has hecho pasar de una inmensidad de Luz Eterna a una profundidad de densas
tinieblas y a una estrechura tal que Me priva de libertad para poder
respirar…”.
Mientras Jesús me dice todo esto siento que gime, pero con gemidos
sofocados por la estrechez del espacio y yo quisiera deshacerme en lágrimas por
la compasión y darle un poco de luz con mi amor, como Él lo pide…
¿Pero quién pudiera decir lo que Jesús y nuestra Madre Santísima
sufrieron juntos por Amor a las criaturas?
Mas en tanto dolor y pena, mi siempre amable Jesús me hace escuchar en
el interior de mi corazón su dulce palabra:
“Así basta por ahora; pasa más bien
al séptimo exceso de mi Amor”.
“Hija mía, no quieras dejarme solo
en tanta soledad y en tanta oscuridad; no quieras salir del seno de mi Mamá
para que consideres bien el séptimo exceso de mi Amor”.
“Escúchame:
en el Seno de mi Padre Celestial Yo era plenamente feliz; no había bien que Yo
no poseyera: alegría, felicidad, todo estaba a mi disposición… Los Ángeles
reverentes Me rendían culto de suma adoración y todos estaban pendientes de mis
gestos.
Pero
el exceso de mi Amor por el género humano se podría decir que Me hizo cambiar
de fortuna:
Me
despojé de todas mis alegrías y felicidades, Me desprendí de todos mis bienes y
de toda celestial comodidad, para revestirme con todos los males de las
criaturas, a fin de proporcionarles mi felicidad eterna, mis alegrías y mis
gozos eternos”.
“Sin
embargo, este cambio hubiera sido bien ligero para Mí si no hubiera encontrado
en ellos la más monstruosa ingratitud y obstinada perfidia.
¡Oh,
cómo mi Amor quedó sorprendido ante tanta ingratitud!
¡Oh,
cuánta pena Me da la obstinación y la perfidia humana, las cuales son para Mí
más que espinas, las más hirientes a mi Corazón, el cual tuvo que sufrir, desde
mi Concepción, inenarrables heridas que seguiré sufriendo hasta el último
momento de mi Vida! Mira, fíjate bien: mi Corazoncito ¡en cuántas espinas se
encuentra!
¡Observa
las heridas que Le hacen y la Sangre que de Él mana a torrentes! ¡Ah, qué pena,
cuántos dolores siento!”.
“Hija
mía, tú no Me seas también ingrata, puesto que la ingratitud es la pena más
dura y más cruel para tu Jesús; la ingratitud es más que cerrarme en la cara la
puerta del corazón para dejarme afuera, todo congelado de frío, sin amor…”.
“Y,
sin embargo, mi Amor, ante tanta perversidad del corazón humano, no se ha
detenido; por el contrario, se dispone a otro Amor más elevado, que Me hace ser
mendicante, gimiente y suplicante; y esto, hija mía, es el octavo exceso de mi
más profundo Amor”.
“Hija mía, no Me dejes solo;
sigue apoyando tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, que también desde fuera
sentirás mis gemidos y mis súplicas; pero verás que ni mis gemidos ni mis
súplicas moverán a compasión por mi Amor a la ingrata criatura; y Me verás
entonces, pequeñito todavía, extender mi mano como el más pobre de los
mendigos, pidiéndoles por piedad sus almas, al menos como limosna. De esta forma espero atraer a Mí sus afectos
y sus corazones congelados por el egoísmo.
Mi Amor, hija mía, quiere
vencer a cualquier precio el corazón del hombre; y por eso, viendo que éste,
después de haber usado el séptimo exceso de mi Amor, era todavía reacio,
haciéndose el sordo y sin preocuparse ni de Mí ni de mis bienes, Me he decidido
a ir más allá”.
“Mi
Amor hubiera debido detenerse ante tanta ingratitud, pero no; quiso desbordarse
hasta más allá de sus límites y ya desde el seno materno hago llegar mi voz
suplicante a cada corazón; uso los modos más insinuantes, las palabras más
dulces y penetrantes y las plegarias más conmovedoras para tocar las fibras del
corazón humano…, y para obtener, ¿sabes tú qué cosa?, el corazón de la
criatura, a la cual digo:
‘Hija
mía, dame tu corazón, que es mío y Yo te daré todo lo que quieras, hasta Mí
mismo, con tal de que Me des a cambio tu corazón, aunque esté frío de amor; Yo
lo calentaré al contacto de mi Corazón y lo convertiré en llamas, en llamas que
destruyen en ti todo afecto que no sea de Cielo. Si he bajado del Cielo para encarnarme en el
seno materno, sabe que lo he hecho precisamente para hacerte entrar en el seno
de Mi Padre Celestial…
¡Ah,
no Me lo niegues, no hagas vanas mis esperanzas, que serán para ti certezas de
bienes infinitos…!´.
Pero
a pesar de esto, viendo a la criatura todavía reacia a mi Amor y que incluso Me
ha vuelto la espalda y se ha alejado de Mí, he tratado de detenerla y con los
gemidos más tiernos y suplicantes y uniendo mis manitas, he buscado disuadirla,
diciéndole con una voz sofocada por los sollozas:
‘Ah,
¿ves, alma mía, que Yo no soy sino el pequeño mendigo, que no pido otra cosa de
limosna sino sólo tu corazón?
¿Pero,
será posible, hija mía, que no quieras tú comprender que este modo de obrar mío
no es sino el exceso más grande de mi Amor no correspondido?
¿Qué
el Creador, para atraer a la criatura a su Amor, tome aspecto de pequeño niñito
para no atemorizarla y que llegue a pedirle de limosna su deforme corazón y que
viéndola recalcitrante y reacia y que no se lo quiere dar, le ruegue, le
suplique, gima y llore…, esto no te mueve a compasión?
¿No
ablanda tu corazón?´.
“Y,
sin embargo, hija mía, la criatura racional parece que ha perdido del todo el
uso de razón, pues mientras debería quedar ahogada en las llamas de mi Amor
Divino, trata por el contrario de deshacerse de él, para ir en busca de los más
bestiales amores, por los que tendrá que precipitarse en el caos infernal, en
el que mucho más amargamente llorará por la eternidad”.
Escuchando esto que Jesús me dice, ¿cómo es posible que no me sienta
llena de ternura y al mismo tiempo me sienta horrorizada y estremecida,
pensando en la ingratitud humana y en sus tristísimas consecuencias,
irreparables y eternas?
Pero mientras me hallo sumergida en esta consideración tan amarga,
vuelvo a escuchar en mi interior la voz de mi Jesús que me dice:
“Y tú, hija mía, ¿no
querrías darme tu corazón?
¿Querrías tú acaso que
también por ti llore y rompa en gemidos y súplicas, para lograr la posesión de
tu corazón?”.
Y mientras Jesús me dice todo esto sollozando, mi corazón colmado de
una ternura indecible por su Amor incorrespondido, Le responde con todo el amor
de que es capaz:
“¡Mi
amado Jesús, ya no llores más!
Sí,
sí que te doy no sólo el corazón, sino toda mí misma; no vacilo en dártelo,
sino que para hacerte un don más agradable quisiera primero quitar de mi frío
corazón todo lo que no es tuyo. Dame por
tanto Gracia eficaz para hacerlo semejante al Tuyo, para que puedas tomar en él
estable y perenne morada”.
“Está bien, hija mía; ahora
ya es tiempo de que pases más adelante… Entra a considerar el noveno exceso de
mi Amor”.
“Mi estado actual, hija mía, se
hace cada vez más doloroso. Si Me amas,
procura que tu mirada esté siempre fija en Mí, para que puedas aprender bien
todo lo que te he enseñado, con el fin de procurar a tu Jesús algún alivio en
tantas penas que sufre; aunque fuese una sola palabra tuya de amor, una caricia
o un beso afectuoso, a fin de que mi Corazón tenga el dulce contento de
sentirse correspondido con amor, el cual dará tregua a mi amarguísimo llanto y
a las duras aflicciones que sufro”.
“Escucha,
hija mía:
Después
de haber dado al hombre tantas pruebas de Amor, habría debido plegarse al
contacto con mi verdadero y sublime Amor; pero en vez de eso Me paga tan mal
que Me hace así pasar a otro excesivo Amor, que para Mí será el más doloroso si
no fuere correspondido”.
“Hasta
ahora el hombre no se ha dado por vencido y por eso al octavo exceso de mi Amor
hago seguir el noveno, que consiste en las ansias más amorosas, en los suspiros
más encendidos de Amor por él y en los deseos más ardientes de quererme
desaprisionar del seno materno para correr tras él y después de haberlo
detenido en el borde del mal, anhelo abrazar y estrechar a este hombre ingrato
de mi Amor, para hacer que se enamore de mi Belleza, de mi Verdad y de mis
Bienes eternos, de los cuales quiero a toda costa hacerlo eterno poseedor”.
“Este
inestimable designio mío reduce a mi pequeña Humanidad, aún no nacida, a una
agonía tal que Me hace llegar al último suspiro de mi Vida, que si no hubiera
sido sostenida y socorrida por mi Divinidad, que es inseparable de Ella por la
Unión Hipostática, ya a estas horas hubiera exhalado el último respiro. La Divinidad, comunicándole continuamente la
Vida, la sostuvo en esta agonía de nueve meses, que habrían de decirse más de
muerte que de Vida”.
“Este,
hija mía, es el noveno exceso de mi Amor, que no fue sino un continuo agonizar
desde el primer instante en que mi Divinidad entró en el seno materno, para
tomar los despojos humanos y esconder en ellos la esencia misma de mi
Divinidad; pues si no, en vez de amor, infundiría temor a la criatura, que mi
Amor desea desposar”.
“Pero,
¡ay, qué larga agonía no fue acaso para Mí, la de esperar durante nueve largos
meses a esta criatura!
¡Oh,
cómo mi Amor Me sofoca y Me reduce a un continuo morir!”.
“Te
repito, hija mía, que si mi Humanidad no hubiese recibido de la Divinidad ayuda
y fuerza para sostener el Amor inmenso que enteramente Me devora, se hubiese
desdichadamente reducido a cenizas y consumido por el Amor Operante, que Me ha
hecho cargar con el fardo enorme de las penas debidas por cada criatura,
juntamente con las satisfacciones exigidas por la Divina Justicia y con el Amor
mendicante, gimiente y suplicante… Y, ¿qué cosa? El corazón frío e insensible
de las criaturas”.
“Por
esta razón mi Vida en el seno de mi Madre Santísima se ha hecho tan dolorosa,
que ya no soy capaz de estar lejos de la criatura… Anhelo acercarla, a toda costa, a mi pecho,
para hacerle sentir mis latidos encendidos de Amor, para abrazarla con mi más
tierno y entrañable afecto, para hacerla dueña de mis bienes eternos… Y sabe
que si no fuese por ti en este momento confortado, antes aun de que pudiese
salir a la luz del día Me quedaría de hecho consumido por el exceso de este
nuevo Amor mío”.
“Mírame
fijamente en el seno materno y mira cómo Me he vuelto tan pálido; escucha mi
voz que se vuelve como la de un agonizante, cada vez más débil; siente el
palpitar de mi Corazón, que tan acelerado en sus latidos está ahora casi sin
pulsaciones… Guárdate de separar la mirada de Mí, pues obsérvame bien, Yo
siento que ahora en este momento Me estoy muriendo… ¡Sí, Me muero y Me muero de
puro Amor!”.
“Jesús,
Amor mío, inseparable de Ti, ¡yo también siento que me estoy muriendo de amor
por Ti!
¡Después
de tus palabras se escucha el silencio, un silencio sepulcral…!
¡Jesús
mío, Amor mío, Vida mía, Todo mío, no Te mueras, que yo siempre Te amaré;
nunca, nunca más te dejaré, a costa de cualquier sacrificio! ¡Pero dame siempre
las llamas de tu Amor, para poder amarte siempre más y consumirme cuanto antes
toda tuya en amor por Ti, mi sumo y eterno Bien!”.
Esta agonía de nueve meses ha llevado a Jesús al punto de sentirse
morir cuando estaba por nacer; de hecho, Él ha nacido a esta vida nuestra de
muerte para hacernos primero sujetar a la muerte de nuestra voluntad y después
hacernos nacer a la verdadera Vida de su Divina Voluntad, la Vida Eterna. Y Jesús, en el momento solemnísimo de su
Nacimiento, se dirige a todos nosotros, hijos y hermanos suyos, de este modo:
“Hijos míos, renacidos para
mi Amor, ánimo, levántense y vivan a la Vida de mi Divina Voluntad y de mi
Amor; correspóndanme en todo y así como Me han hecho compañía a lo largo de los
nueve meses en honor de mi Nacimiento con las nueve consideraciones de los
Excesos de mi Amor, continúen así a hacerme compañía siempre durante las 24
Horas de mi Pasión, hasta mi muerte sobre la Cruz; en ellas comprenderán
ustedes otros excesos más sublimes de mi Amor, aprenderán a amarme y a darme
reparación y a vivir mi Vida y Me serán un continuo consuelo en las
dolorosísimas penas que recibo de parte de las criaturas ingratas.
Y en este mundo serán
ustedes los verdaderos amantes de mi sepultura y en la muerte tendrán la mejor
parte de mi Gloria.”
[1] Las últimas siete horas de la Novena las
puso Luisa por obediencia al final de este primer volumen.
NOVENA (NUEVE DIAS-MESES DE EMBARAZO) DE PREPARACION PARA LA NAVIDAD
Novena completa de la Santa Navidad
Luisa Piccarreta
Novena de la Santa Navidad. A la edad de diecisiete años me preparé a la fiesta de la Santa Navidad practicando diferentes actos de virtud y mortificación, honrando especialmente los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno con nueve horas de meditación al día, referentes siempre al misterio de la Encarnación.
PRIMER DIA (1º).- Como por ejemplo, en una hora me ponía con el pensamiento en el paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad: Al Padre que mandaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía en ello. Mi mente se confundía tanto al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan igual, tan fuerte entre Ellos y hacia los hombres, y en la ingratitud de estos, especialmente la mía, que en esto me habría quedado no una hora sino todo el día, pero una voz interna me decía:
“Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi Amor.”
SEGUNDO DIA (2º).- Entonces mi mente se ponía en el seno materno y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo y ahora tan humillado, empequeñecido, restringido, que casi no podía moverse, ni siquiera respirar. La voz interior me decía:
“¿Ves cuánto te he amado? ¡Ah! dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es mío, porque así me darás más facilidad para poderme mover y respirar.”
Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda suya, me desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh! Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable criatura.
TERCER DIA (3º).- “Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira dentro de él a mi pequeña Humanidad. Mi Amor me devoraba, los incendios, los océanos, los mares inmensos del Amor de mi Divinidad me inundaban, me incineraban, levantaban tan alto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier, a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre, y mi pequeña Humanidad era devorada en medio de tantas llamas, ¿pero sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi eterno Amor? ¡Ah, a las almas! Y sólo estuve contento cuando las devoré todas, quedando todas concebidas conmigo; era Dios, debía obrar como Dios, debía tomarlas a todas; mi Amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna. Ah hija mía, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi Humanidad recién concebida y en Ella encontrarás a tu alma concebida conmigo y también las llamas de mi Amor que te devoraron. ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!”
Yo me perdía en medio a tanto amor, no sabía salir de ahí, pero una voz me llamaba fuerte diciéndome:
“Hija mía, esto es nada aún, estrecha te más a Mí, dale tus manos a mi amada Mamá a fin de que te tenga estrechada sobre su seno materno, y tú da otra mirada a mi pequeña Humanidad concebida y mira el cuarto exceso de mi Amor.”
CUARTO DIA (4º).- “Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi amor obrante. Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá, oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas. Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer. Estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra, pero mira qué larga crucifixión de nueve meses, no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie, estaba aquí siempre inmóvil, no había lugar para poderme mover un poquito, qué larga y dura crucifixión, con el agregado de que todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaban manos y pies repetidamente.” Y así continuaba narrándome pena por pena todos los martirios de su pequeña Humanidad, y que quererlas decir todas sería demasiado extenso. Entonces yo me abandonaba al llanto, y oía decir en mi interior:
“Hija mía, quisiera abrazarte pero no lo puedo hacer, no hay espacio, estoy inmóvil, no lo puedo hacer; quisiera ir a ti pero no puedo caminar. Por ahora abrázame y ven tú a Mí, y después cuando salga del seno materno iré Yo a ti.”
Pero mientras con mi fantasía me lo abrazaba, me lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior me decía:
“Basta por ahora hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi Amor.”
QUINTO DIA (5º).- Entonces la voz interior seguía: “Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi Amor quiere compañía, este es otro exceso de mi Amor, el no querer estar solo. ¿Pero sabes tú de quién quiere esta compañía? De la criatura. Mira, en el seno de mi Mamá, conmigo están todas las criaturas concebidas junto conmigo. Yo estoy con ellas todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para decirles mis alegrías y mis dolores, para decirles que he venido en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de ellas como un hermanito dando a cada una todos mis bienes, mi reino, a costa de mi muerte; quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas, pero, ay, cuántos dolores me dan, quién me huye, quién se hace la sorda y me reduce al silencio, quién desprecia mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden mis besos y caricias con el descuido y el olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, cómo estoy solo a pesar de estar en medio de tantos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! No tengo a quien decir una palabra, con quien hacer un desahogo de amor; estoy siempre triste y taciturno porque si hablo no soy escuchado. ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad! Dame el bien de hacerme hablar con escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de los maestros. Cuántas cosas quiero enseñarte, si me escuchas me harás dejar de llorar y me entretendré contigo. ¿No quieres tú entretenerte conmigo?”
Y mientras me abandonaba en Él, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba: “Basta, basta, pasa a considerar el 6º exceso de mi Amor.”
SEXTO DIA (6º).- “Hija mía, ven, ruega a mi amada Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno, a fin de que tú misma veas el estado doloroso en el cual me encuentro.”Entonces me parecía con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro. Pero era tal y tanta la oscuridad que no lo veía, sólo oía su respiro y Él en mi interior seguía diciéndome:
“Hija mía, mira otro exceso de mi Amor. Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de mi luz, pero ve adonde me ha conducido mi Amor, en qué oscura prisión estoy, no hay ni un rayo de luz, siempre es noche para Mí, pero noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto, ¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas; hasta el respiro, respiro por medio del respiro de mi Mamá, ¡oh, cómo es cansado! Y además agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era una noche para Mí, las que uniéndose juntas formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena! ¡Oh exceso de mi Amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de densas tinieblas y de tales estrechuras, hasta faltarme la libertad del respiro, y esto, todo por amor de las criaturas!”
Y mientras esto decía gemía con gemidos sofocados por falta de espacio, y lloraba. Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor como Él me decía, ¿pero quién puede decirlo todo? La misma voz interna agregaba:
“Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi Amor.”
SEPTIMO DIA (7º).- La voz interior continuaba: “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi Amor. Escúchame, en el seno de mi Padre Celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no poseyera, alegría, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban y estaban a mis órdenes. Ah, el exceso de mi Amor, podría decir que me hizo cambiar fortuna, me restringió en esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. Oh, como mi Amor eterno quedó sorprendido ante tanta ingratitud y lloró la obstinación y perfidia del hombre. La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último instante de mi Vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre. ¡Qué pena! ¡Qué dolor siento! Hija mía, no seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme en la cara las puertas para dejarme afuera, aterido de frío. Pero ante tanta ingratitud mi Amor no se detuvo y se puso en actitud de amor suplicante, orante, gimiente y mendigante, y este es el octavo exceso de mi Amor.”
OCTAVO DIA (8º).- “Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi amada Mamá, porque también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi Amor a la criatura, me pongo en actitud del más pobre de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita, pido por piedad, al menos a título de limosna sus almas, sus afectos y sus corazones. Mi Amor quería vencer a cualquier costo el corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi Amorpermanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi Amor quiso ir más allá, debería haberse detenido, pero no, quiso salir más allá de sus límites y desde el seno de mi Mamá Yo hacía llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más penetrantes. ¿Pero sabes qué les decía? “Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras Yo te daré con tal de que me des a cambio tu corazón, he descendido del Cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues! ¡No defraudes mis esperanzas!” Y viéndolo reacio y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos le añadía: “¡Ay, ay! soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?” ¿No es esto un exceso más grande de mi Amor, que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma de un pequeño niño para no infundirle temor, y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar ruega, gime y llora?”
Después me decía: “¿Y tú no quieres darme tu corazón? ¿Tal vez también tú quieres que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te pido?”
Y mientras esto decía oía como si sollozara, y yo le dije: “Mi Jesús, no llores, te dono mi corazón y toda yo misma.” Entonces la voz interna continuaba: “Sigue más adelante, y pasa al noveno exceso de mi Amor.”
NOVENO DIA (9º).- “Hija mía, mi estado es siempre más doloroso; si me amas, tu mirada tenla fija en Mí para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, una palabrita de amor, una caricia, un beso, que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones. Escucha hija mía, después de haber dado ocho excesos de mi Amor, y que el hombre tan malamente me correspondió, mi Amor no se dio por vencido, y al octavo exceso quiso agregar el noveno, y este fueron las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos de que quería salir del seno materno para abrazar al hombre, y esto reducía a mi pequeña Humanidad aun no nacida a una agonía tal, que estaba a punto de dar mi último respiro. Y mientras estaba por darlo, mi Divinidad que era inseparable de Mí me daba sorbos de vida, y así retomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente. Este fue el noveno exceso de mi Amor, agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo el amor me sofocaba y me hacía morir! Y si no hubiera tenido la Divinidad conmigo, que me daba continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz del día.” Después agregaba:
“Mírame, escúchame como agonizo, como mi pequeño corazón late, se afana, arde; mírame, ahora muero.”
Y hacía un profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas y temblando le decía: “Amor mío, Vida mía, no mueras, no me dejes sola. Tú quieres amor y yo te amaré, no te dejaré más, dame tus llamas para poderte amar más y consumirme toda por Ti.”